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Pero eso ya no era asunto suyo. Las puertas del ascensor se cerraron. El breve encuentro había terminado.

Ella descendía… al viejo valle donde había habitado su familia durante generaciones. De vuelta a sus raíces. Aunque bien sabía que siempre habría un fantasma allí. Era imposible no recordar a Jamie… en el valle.

Capítulo 5

ELVIEJO clamor interior le pidió que la siguiera, la atrapara, la mantuviera consigo.

Apeló a toda su fuerza de voluntad para vencer el impulso irracional, acallar aquel grito tan conocido, convencerse de que las cosas rotas no tienen reparación.

Ya no era Jamie. Y ella no era la niña Beth que había idealizado.

Tal vez nunca lo había sido.

En una vida de tonos negros y grises, ella había sido la nota de color, y él había coloreado un sueño perfecto con Beth puesta en el centro. Su Beth. Pero ya no había camino de regreso. Aunque no se justificara pensar en una traición, la herida aún dolía. No podría soportar estar con Beth.

Con un gemido de angustia recordó la forma en que la había tratado la noche anterior, e intentó arrancar de su mente su figura acusadora. Fue a la ventana y se quedó mirando el horizonte lejano, preguntándose cómo iba a borrar de su mente todo lo que le había hecho.

Era una amarga ironía que el traje amarillo, un color tan sólo, lo hubiese llevado a poner los ojos en ella. Aunque había sido más que eso, mucho más al final. Ella se había introducido bajo su piel. Ninguna otra mujer lo había hecho.

Beth. Venía desde su pasado. ¿Y había utilizado el pasado… para qué?

¿Por qué había ido a verle?

La granja.

«Si puedo comprarla», había dicho. No estaba segura de contar con el dinero suficiente. Entonces debía haber sido por eso.

Su mente rechazó la idea de ir al valle donde los recuerdos surgirían en toda su intensidad. En el pasado, la granja Delaney fue su único refugio; sus escasos momentos de felicidad los vivió allí. La familia de Beth había sido buena con él, considerándolo un miembro más entre ellos. Aquella certeza lo había sostenido a través de todos esos años.

No, había sido obra de Beth. Porque siempre había sentido a la familia como parte de ella. Su error, tal vez por las circunstancias, fue haberse creado en la mente aquel vínculo tan especial. Para ella no había significado lo mismo.

Sintiendo que el clamor acechaba, lo reprimió violentamente.

Había una deuda que pagar, la única que había contraído. Esa mañana se la habían recordado, ya no podía ignorarla. Ir a la subasta significaría volver a verla, pero también podía evitarlo…, una vez más.

Capítulo 6

BETH SE sentía muy cómoda con la amplia falda verde que le llegaba a los tobillos y la camisa de manga larga. El color también armonizaba con su estado de ánimo. No se sentía brillante esa mañana. Se obligó a alegrar el espíritu al ver el coche de su tía a la entrada del hotel. Después de todo, atreverse a pujar en una subasta para rescatar el patrimonio familiar era una aventura emocionante.

Con toda seguridad la tía Em se daría cuenta de que algo no marchaba bien si no se comportaba con naturalidad. La hermana de su padre era una mujer muy perspicaz. Las cosas no se le pasaban por alto. Probablemente se debía al hecho de haber criado a cinco hijos, siempre atenta a sus travesuras y problemas.

– He tardado solamente cinco minutos en llegar -declaró alegremente cuando Beth subió al coche. La tía Em vivía en Sidney, cerca del hotel donde se alojaba su sobrina.

Beth consultó su reloj.

– Son la diez; es cierto que has llegado muy rápido

– Me encanta este pequeño coche. Me lleva a todas partes y no tengo problemas de estacionamiento.

Aunque pequeño, el Mazda era un coche muy espacioso. Lo que estaba muy bien porque su tía era una mujer grande y fuerte. Una operación al corazón la había obligado a perder peso, pero no había puesto fin a su pasión por los dulces.

– Hice una tarta de naranja cubierta de chocolate para el picnic de hoy.

– Suena delicioso. Eres una gran cocinera, tía Em. Ella asintió alegremente mientras ponía en marcha el coche.

– Siento mucha ilusión de volver a la vieja granja. Como bien sabes, yo también me crié allí.

Beth lo sabía. Tres generaciones de los Delaney se habían criado en esas tierras. Mucha historia, felicidad y pesares. Miró a su tía con cariño. Una mujer todavía ágil y llena de vida, aunque tenía casi sesenta años. Su cabello era gris y rizado y sus mejillas llenas estaban algo fláccidas, pero la radiante sonrisa y los alegres ojos marrones la hacían parecer mucho más joven.

– Probablemente no estará igual después de todos estos años -le advirtió Beth con suavidad. -

– Nada es igual a lo que recordamos -respondió con una mirada perspicaz-. ¿Viste a Jamie anoche?

– Vi a Jim Neilson -dijo sonriéndole con tristeza-. Tenías razón. No es el Jamie que yo recordaba. Ha cambiado mucho.

– ¿Le dijiste quién eras?

– La verdad es que no venía a cuento.

– Vaya por Dios.

Deseó no haberle revelado su identidad a Jim. Fue un impulso vengativo. ¿Y qué satisfacción le producía? Ninguna.

– No me reconoció -agregó en tono apagado.

La tía Em suspiró.

– Siento que estés tan desilusionada -dijo solidarizándose con su sobrina.

A Beth se le llenaron los ojos de lágrimas y parpadeó rabiosamente para contenerlas.

– Así es la vida -murmuró intentando aligerar el tono de su voz.

– Sí, la vida es un constante cambio.

– Es una suerte que el día esté tan soleado. Podremos hacer picnic cerca del riachuelo.

La tía Em comprendió al instante que el tema de Jamie había concluido. Muy pronto se encontraron en la autovía del norte. En una hora estarían recorriendo la ruta que las llevaría al valle, que una vez había sido su hogar. A medida que se adentraban en territorio familiar, se fue haciendo el silencio entre ambas, dedicadas a observar los cambios que se habían producido en los últimos quince años.

Pasaron cerca de un criadero de árboles y plantas autóctonas. Varias granjas avícolas se dedicaban a la comercialización de aves de corral. En las puertas se apilaban sacos de abono para la venta a los viajeros. Más allá había un picadero de caballos, especializado en saltos ecuestres.

Entraron en el valle propiamente tal. Pocas de las viejas granjas se veían más o menos intactas. Cuanto más se internaban menos cambios se habían producido. Sorprendentemente, la vieja escuela todavía funcionaba. Se veía recién pintada, y el patio de juegos estaba bien cuidado.

La oficina de correos y la tienda se mantenían igual que antes, como centinelas del pasado.

– Me pregunto si todavía estará la señora Hutchens detrás del mostrador -observó Beth.

La tía Em dejó escapar una risilla.

– Doris Hutchens. ¿Te acuerdas con qué valentía y autoridad se enfrentó a vejo Jorgen Neilson y arrastró a Jamie a la escuela?

– Sí.

Los recuerdos afluyeron a su mente. Jamie, hijo ilegítimo de una madre descarriada, había quedado a cargo del padre de ella, el abuelo Jorgen. Nadie sabía a ciencia cierta la edad de Jim, pero cuando tuvo edad suficiente para ir al colegio, el viejo se negó y continuó haciéndole trabajar como un esclavo en su granja. De hecho, cuando cumplió siete años, Doris Hutchens, triunfante, lo presentó al director de la escuela. Jim tuvo que sufrir la vergüenza de quedar en la clase de Beth, con los niños de cinco años.

Beth le había ayudado a aprender a leer y escribir. Y el niño lo hizo muy rápido. Pronto fue mucho más rápido que ella para los números. Y no mucho más tarde aventajó al propio director en matemáticas.

– Ese Jorgen Neilson, un viejo tirano y tacaño -murmuró la tía Em sombríamente-. Trataba a Jamie de manera vergonzosa. Le dio una vida miserable.