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—El que se acaba de unir a la Guardia. Se llama…

—Vimes titubeó—. Zanahoria, o algo así.

—¿Ése? —Colon se quedó boquiabierto—. ¿Es un enano? ¡Ya decía yo que no te puedes fiar de esos malditos! Me engañó como a un tonto, capitán, ¡el muy canalla debió de mentir con respecto a su altura!

Colon se fijaba mucho en la altura, sobre todo en la de los que eran más bajos que él.

—¿Sabes que arrestó al presidente del Gremio de Ladrones esta mañana?

—¿Por qué?

—Al parecer, por ser presidente del Gremio de Ladrones.

El sargento lo miró, asombrado.

—¿Y dónde está el crimen?

—Creo que lo mejor será que tenga una charla con el tal Zanahoria —suspiró Vimes.

—¿No lo viste, señor? —señaló Colon—. Dijo que se había presentado ante ti.

—Yo, eh…, debía de estar muy ocupado en aquel momento. Con muchas cosas en la cabeza.

—Claro, señor —respondió Colon con educación.

Vimes tuvo el suficiente orgullo como para apartar la vista y remover un poco los estratos de papeles que poblaban su escritorio.

—Tenemos que sacarlo de las calles lo antes posible —murmuró—. ¡Lo próximo que se le ocurrirá será detener al presidente del Gremio de Asesinos por matar a alguien! ¿Dónde está ahora?

—Lo puse de compañero con el cabo Nobbs, capitán. Dijo que le enseñaría los entresijos de la cosa, o algo por el estilo.

¿Has enviado a un recluta con Nobby —casi gritó Vimes.

Colon tragó saliva.

—Bueno, señor, es un hombre con experiencia. Pensé que el cabo Nobbs podía enseñarle muchas cosas…

—Esperemos que no aprenda demasiado deprisa —dijo el capitán, al tiempo que se ponía el casco de hierro—. Vamos.

Cuando salieron de la Casa de la Guardia, había una escalera apoyada contra la pared de la taberna. Un hombre corpulento, subido a ella, maldecía entre dientes mientras trajinaba con el letrero luminoso.

—La que no funciona bien es la E —le advirtió Vimes.

—¿Qué?

—La E. Y la T chisporrotea cuando llueve. Ya era hora de que lo arreglaran.

—¿Arreglarlo? Ah. Sí. Arreglarlo. Claro. Lo estoy arreglando.

Los guardias se alejaron chapoteando en los charcos. El Hermano Vigilatorre sacudió la cabeza lentamente y volvió a concentrarse en el destornillador.

En todas las fuerzas armadas hay hombres como el cabo Nobbs. Aunque su conocimiento de las reglas suele ser enciclopédico, ponen buen cuidado en no ascender jamás más allá de cabo, por ejemplo. Nobbs hablaba por la comisura de los labios. Fumaba sin cesar, pero lo que más extrañó a Zanahoria fue que, aunque todos los cigarrillos de Nobby se convertían en colillas casi al instante, seguían siendo colillas indefinidamente, o hasta que se las colocaba tras la oreja, que era una especie de Cementerio de los Elefantes para la nicotina. En las raras ocasiones en que se sacaba una de la boca, la mantenía en la mano como si la protegiera.

Era un hombre menudo, de piernas torcidas, con un cierto parecido al chimpancé que no llega nunca a grabar anuncios divertidos de televisión.

Era de edad indeterminada. Pero por su cinismo y por su hastío ante el mundo en general, que son algo así como la prueba del carbono para la personalidad, debía de tener unos siete mil años.

—Esta ruta es coser y cantar —dijo mientras caminaban por una húmeda calle en el barrio de los comerciantes.

Giró la manilla de una puerta. Estaba cerrada.

—Tú sigue conmigo —añadió—, y me encargaré de que te enteres de todo. Venga, prueba las puertas de la otra acera de la calle.

—Ah. Ya entiendo, cabo Nobbs. Es para saber si alguien se ha dejado la tienda abierta —dijo Zanahoria.

—Aprendes de prisa, hijo.

—Espero que podamos apresar al criminal durante el delito, señor —añadió el chico, lleno de celo profesional.

—Eh…, claro —asintió Nobby, inseguro.

—Pero, si encontramos alguna puerta abierta, supongo que deberemos llamar al propietario —siguió Zanahoria—. Y uno de nosotros tendrá que quedarse para vigilar entretanto, ¿no?

—¿Tú crees? —se animó Nobby—. Yo me encargaré de eso, tranquilo. Tú puedes ir a buscar a la víctima. Al propietario, quiero decir.

Probó otra manilla. Ésta giró.

—En las montañas, de donde yo vengo —señaló Zanahoria—, si atrapaban a un ladrón, lo colgaban por…

Se detuvo, tanteando una manilla.

Nobby lo miró.

—¿Por dónde? —preguntó entre horrorizado y fascinado.

—Ahora no me acuerdo —respondió el chico—. De todos modos, mi madre decía que se merecían algo mucho peor. Robar está Mal.

Nobby había sobrevivido a muchas masacres gracias al hecho de no estar allí. Soltó la manilla y le dio una palmadita amistosa.

—¡Ya lo tengo! —exclamó Zanahoria. Nobby se sobresaltó.

—¿El qué? —gritó.

—Ya me acuerdo de cómo los colgaban.

—Oh —susurró el cabo—. ¿Por dónde?

—Por todo el muro de la ciudad —respondió el chico—. A veces durante días enteros. No volvían a hacerlo, se lo aseguro. Se lo digo yo —añadió.

Nobby apoyó la lanza contra la pared y rebuscó una colilla diminuta tras su oreja. Decidió que había que aclarar un par de cosas.

—¿Por qué tuviste que hacerte guardia, muchacho? —le preguntó.

—Todo el mundo me pregunta lo mismo —dijo Zanahoria—. No tuve que. Quise. Así me haré un Hombre.

Nobby nunca miraba directamente a los ojos. Contempló asombrado la oreja derecha de Zanahoria.

—¿De verdad quieres decir que no estás huyendo de nada?

—¿Por qué iba a querer huir de algo? Nobby dio un par de vueltas al asunto.

—Ah… Siempre hay algo. Quizá…, quizá se te acusó de algo que no habías hecho —sonrió—. Quizá, por ejemplo, faltaron cosas en las tiendas y te echaron la culpa injustamente. O aparecieron ciertas cosas en tu bolsa, y tú no tienes ni idea de cómo llegaron allí. Ese tipo de asuntos. Se lo puedes decir al viejo Nobby.

O quizá fue otra cosa… —Dio un codazo a Zanahoria—. Otra cosa, a lo mejor. Cherché la femme, ¿eh? ¿Metiste en apuros a una chica?

—Yo… —empezó Zanahoria.

Y entonces se acordó de que uno debía decir la verdad incluso a gente tan rara como Nobby, quienes no parecían saber lo que era eso. Y la verdad es que siempre estaba metiendo en apuros a Minty, aunque no sabía muy bien cómo ni por qué. Pero cada vez que se marchaba tras visitarla en la cueva de los Machacarrocas, oía los gritos de los padres de la chica. Siempre eran educados con él, pero, por algún motivo que no entendía, Minty se encontraba en apuros después de cada una de sus visitas.

—Sí —dijo al final.

—Ah. Suele suceder —asintió Nobby con gesto de entendido.

—Constantemente —añadió Zanahoria—. La verdad es que casi todas las noches.

—Vaya. —Nobby estaba impresionado. Bajó la vista hacia el Protector—. Ésa es la razón de que te hicieran ponerte eso, ¿verdad?

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, no te preocupes. Todo el mundo tiene su pequeño secreto. O su gran secreto, que todo es posible. Hasta el capitán. Está con nosotros porque fue Traído a Nado por una Mujer. Eso dice el sargento. Traído a Nado.

Aquello parecía doloroso.

—Caray —se compadeció Zanahoria.

—Pero a mí me da la sensación de que es porque dice lo que piensa. Y lo dijo demasiado a menudo delante del patricio, que lo oí yo. Le dijo que los del Gremio de Ladrones no eran más que una pandilla de ladrones, o algo así. Por eso está con nosotros. La verdad, no sé. —Contempló el pavimento con mucho interés—. ¿Y dónde vives ahora, chico? —preguntó al final.