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—¡Y tanto que sí! —replicó el Hermano Portero con vehemencia, en cuanto tuvo tiempo de traducirlo mentalmente—. Sin ir más lejos, la semana pasada, en el Gremio de Panaderos, intenté decirle al Maestro Critchley que…

No fue por contacto visual, porque el Gran Maestro Supremo se había asegurado bien de que las capuchas de la Hermandad ocultaran todos los rostros para darles un aire místico, pero aun así consiguió hacer callar al Hermano Portero simplemente con un ejercicio de silencio puro, ultrajado.

—Pero no siempre fue así —continuó el Gran Maestro Supremo—. Hubo en el pasado una era dorada, cuando aquellos dignos de poder y respeto recibían su justa recompensa. Una era en la que Ankh-Morpork no era simplemente una ciudad grande, sino grandiosa. Una era caballeresca… ¿Sí, Hermano Vigilatorre?

La corpulenta figura envuelta en su capa bajó la mano.

—¿Quieres decir cuando teníamos reyes?

—Muy bien, Hermano —asintió el Gran Maestro Supremo, algo molesto ante aquella inusual muestra de inteligencia—. Una era…

—Pero eso ya se acabó hace cientos de años —insistió el Hermano Vigilatorre—. ¿No hubo una gran batalla, o algo por el estilo? Y desde entonces lo que hemos tenido han sido gobernantes como el patricio.

—Sí, muy bien, Hermano Vigilatorre.

—Lo que intento decir es que eso de los reyes ya no existe —aclaró el aludido.

—Como dice el Hermano Vigilatorre, la estirpe de…

—Me di cuenta cuando mencionaste eso de la era caballeresca.

—Más o menos, y…

—Eso es lo que pasa cuando hay reyes, que también hay caballeros —insistió alegremente el Hermano Vigilatorre—. Y torneos. Y también tenían…

En cualquier caso —lo interrumpió bruscamente el Gran Maestro Supremo—, es muy posible que la estirpe de los reyes de Ankh no esté tan extinta como hemos dado por supuesto, y que haya algún descendiente de esta estirpe aún con vida. Así parecen indicarlo mis investigaciones de antiquísimos pergaminos.

Los miró, expectante. Pero sus palabras no habían surtido el efecto que él esperaba. Probablemente habrían entendido lo de «descendiente», pensó, pero con lo de «estirpe» se me ha ido la mano.

El Hermano Vigilatorre levantó la mano de nuevo.

—¿Sí?

—¿Estás diciendo que puede haber por ahí algún heredero del trono?

—Es posible, sí.

—Claro. Es lo que suele pasar, ya se sabe —dijo el Hermano Vigilatorre con gesto de entendido—. Constantemente. Lo pone en los libros. Los llaman bástagos. Se crían en pueblos perdidos, van pasándose una espada secreta y una marca de nacimiento de generación en generación, y todo eso. Entonces, justo cuando su antiguo reino los necesita, aparecen y echan a los usurpadores que haya por ahí. Y hay regocijo general. El Gran Maestro Supremo se quedó boquiabierto. No había esperado que fuera tan sencillo.

—Sí, muy bien —intervino una figura, que el Gran Maestro sabía que era el Hermano Revocador—. Pero ¿qué importa? Supongamos que aparece un bástago de ésos, va al patricio y le dice, «Qué tal, soy el rey de aquí, tengo la marca de nacimiento y todo eso, ya te puedes largar.» ¿Qué conseguirá? Una expectativa de vida de unos dos minutos, y eso con mucha suerte.

—Es que no te enteras —bufó el Hermano Vigila-torre—. La cosa es que el bástago tiene que llegar cuando el reino está en peligro, ¿no? Así todo el mundo se entera. Lo llevan en hombros al palacio, cura a unas cuantas personas, proclama medio día de fiesta, tira por ahí unas cuantas monedas del tesoro, y marchando.

—También tiene que casarse con una princesa —señaló el Hermano Portero—. Porque es un porquero. Todos le miraron.

—¿Quién ha dicho nada de que sea un porquero? —bufó el Hermano Vigilatorre—.Yo no he dicho que sea un porquero. ¿Por qué va a ser un porquero, a ver?

—No le falta razón —intervino el Hermano Revocador—. El bástago típico suele ser un porquero, o un campesino. Es por el no sé qué ése, el cognito. Tiene que parecer que son de origen humilde.

—Pues los orígenes humildes no tienen nada de especial —dijo un Hermano muy menudo, que parecía consistir enteramente en una túnica negra con halitosis—. Yo tengo montones de orígenes humildes. En mi familia pensábamos que los porqueros eran gente de elevada posición social.

—Pero tu familia no es de sangre real, Hermano Yonidea —dijo el Hermano Revocador.

—Pues no veo por qué no —replicó el otro, malhumorado.

—Vale, como quieras —siguió el Hermano Vigilatorre—. El caso es que, en el momento preciso, el rey de verdad se echa hacia atrás la capucha y dice «¡Aquí estoy!», y todos ven su majestad.

—¿Cómo, exactamente? —preguntó el Hermano Portero.

—… no veo por qué no voy a tener sangre de reyes —murmuraba el Hermano Yonidea—. No tiene derecho a. decir que no tengo sangre de…

¡Pues mira, porque la ven y basta! Se les nota en la cara, digo yo.

—Pero antes de eso, tiene que salvar al reino —dijo el Hermano Revocador.

—Ah, sí, claro —asintió el Hermano Vigilatorre—. Es lo más importante.

—¿Y de qué?

—… tengo tanto derecho como cualquiera a llevar sangre real…

¿Del patricio? —sugirió el Hermano Portero.

El Hermano Vigilatorre, que de repente se había convertido en una autoridad sobre temas de la realeza, sacudió la cabeza.

—No creo que se pueda decir que el patricio sea una amenaza —respondió—. No es precisamente un tirano. Los hemos tenido bastante peores. Lo que quiero decir es que…, bueno, que no oprime.

Pues yo me paso el tiempo oprimido —replicó el Hermano Portero—. El Maestro Critchley, mi jefe, se pasa el día oprimiéndome, me grita y todo eso. Y la mujer de la verdulería…, ésa sí que me oprime.

—Es verdad —asintió el Hermano Revocador—. Mi casero me oprime cosa mala. Se pasa el día llamando a la puerta, venga una y otra vez, por el alquiler que dice que le debo, cosa que es mentira, por supuesto. Y los vecinos de al lado me oprimen toda la noche. Les he dicho que me paso el día trabajando, y que un hombre necesita tiempo para aprender a tocar la tuba. Eso es opresión, desde luego. Me paso la vida oprimido.

—Hombre, visto así… —asintió el Hermano Vigila-torre—. La verdad es que mi cuñado es un auténtico opresor conmigo, con eso de que se ha comprado un caballo y un carro nuevos. Y yo no tengo. ¿Verdad que no es justo? Seguro que un rey no permitiría que hubiera estas opresiones, que las esposas fueran oprimiendo a la gente con que por qué no tenemos nosotros un carro nuevo como mi hermano Rodney, y todas esas cosas.

El Gran Maestro Supremo escuchaba todo con un ligero sentimiento de euforia. Era como si supiera que existen unas cosas llamadas avalanchas, pero jamás hubiera imaginado la que se iba a armar cuando tiró la bolita de nieve desde la cima de la montaña. Apenas se había visto obligado a empujarlos en la dirección adecuada.

—Me apuesto lo que sea a que un rey les diría un par de verdades a los caseros —dijo el Hermano Revocador.

—Y prohibiría que la gente tuviera carros tan ostentosos —asintió el Hermano Vigilatorre—. Y comprados con dinero robado, seguro.

—Creo —intervino el Gran Maestro Supremo, para que las cosas no se exagerasen demasiado— que un rey sabio sólo permitiría que tuvieran coches ostentosos aquellos que lo merecieran.

Hubo una pausa en la conversación, mientras los Hermanos reunidos dividían mentalmente el universo en la categoría de los merecedores y los no-merecedores, y se situaban en el lado apropiado.