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La princesa se equivocó al dar la respuesta:

—¡No eres más que una estúpida!— gritó el príncipe, apartando el cuaderno y volviéndose rápidamente; pero se levantó, dio unos pasos por la estancia, posó una mano sobre los cabellos de su hija y volvió a sentarse.

Se acercó a ella y prosiguió su explicación.

—No puede ser esto, princesa, no puede ser— dijo, cuando la joven hubo cerrado el cuaderno y estaba ya pronta a marcharse. —Las matemáticas son una gran cosa, querida mía. No quiero que te parezcas a nuestras necias damiselas. Te acostumbrarás y acabarán por gustarte— le acarició las mejillas. —Se te irán las tonterías de la cabeza.

La princesa quería retirarse, pero el padre la detuvo con un gesto y tomó de encima de la alta mesa un libro nuevo, no abierto aún.

—Ahí tienes: tu Eloísa te envía también La clave del Misterio; es un libro religioso. Yo no me meto con ninguna religión... Le he echado una ojeada: tómalo. Y ahora vete, vete.

Le dio una palmadita en la espalda y él mismo cerró tras ella la puerta.

La princesa María volvió a su habitación con la expresión triste y asustada que raramente la abandonaba y que afeaba todavía más su poco agraciado rostro enfermizo. Tomó asiento ante su escritorio lleno de retratos, miniaturas, cuadernos y libros. La princesa era tan desordenada, como ordenado su padre. Dejó el cuaderno de geometría y abrió impaciente la carta. Era de su más íntima amiga de infancia, de aquella Julie Karáguina que asistiera a la fiesta de los Rostov. Julie escribía en francés:

Chère et excellente amie, ¡Qué cosa tan terrible y espantosa es la ausencia! Por mucho que me digo que la mitad de mi existencia y felicidad eres tú, y que, a pesar de la distancia que nos separa, nuestros corazones están unidos con indisolubles lazos, el mío se rebela contra el destino y, a pesar del placer y las distracciones que me rodean, no puedo vencer cierta tristeza que siento escondida en el fondo de mi corazón desde que nos separamos. ¿Por qué no estamos juntas, como este verano, en tu gran salón, sobre el diván azul, el diván de nuestras confidencias? ¿Por qué no puedo, como hace tres meses, hallar nuevas fuerzas en tu mirada, tan dulce y tan penetrante, mirada a la que tanto quiero y creo tener aún delante mientras te escribo?

Al llegar a esta parte de la carta, la princesa María suspiró y se miró en el espejo que había a su derecha. El espejo reflejaba un cuerpo feo y débil y un rostro delgado. "Me adula”, pensó la princesa. Y apartando los ojos del espejo, siguió la lectura. Los ojos, siempre tristes, miraban al espejo con peculiar desespero, sobre todo ahora. Sin embargo Julie no la adulaba. En realidad los ojos de la princesa, grandes, profundos y luminosos (como si lanzasen rayos de luz cálida), eran tan bellos que con frecuencia, no obstante la fealdad de su rostro, resultaban más atractivos que cualquier hermosura. Pero la princesa no había reparado nunca en la expresión de sus ojos; la expresión que tenían cuando no pensaba en sí misma.

Como sucede a todos, su rostro, apenas se miraba en un espejo, adquiría una expresión artificial, forzada. Continuó la lectura:

Tout Moscou ne parle que guerre. Uno de mis hermanos está ya en el extranjero y el otro con la Guardia, que se pone en camino hacia la frontera. Nuestro amado Emperador ha salido de San Petersburgo, lo que se interpreta como el deseo de exponer su preciosa existencia a los riesgos de la guerra. Dios quiera que el monstruo corso que destruye la paz de Europa sea abatido por el ángel que el Omnipotente en Su misericordia nos ha dado por soberano. Sin hablar de mis hermanos, esta guerra me priva de una persona muy querida para mí, hablo del joven Nikolái Rostov, que, con su entusiasmo, no ha podido soportar la inacción y ha abandonado la Universidad para irse al ejército. Te confesaré, querida María, que a pesar de su juventud, la partida de Nikolái para el ejército ha sido un gran dolor para mí. El joven, de quien te hablaba este verano, tiene tanta nobleza y tan verdadera juventud como raramente se encuentra ya entre nuestros viejos de veinte años; posee, sobre todo, tal sinceridad y corazón y es de tal manera puro y poético, que mis relaciones con él, aunque pasajeras, han constituido una de las más dulces alegrías de mi pobre corazón, que ya ha sufrido tanto. Algún día te contaré nuestra despedida y todo lo que hablamos el día de su marcha. Son cosas todavía demasiado recientes... ¡Ah, querida amiga! ¡Feliz tú que desconoces estas alegrías y estas penas tan hirientes! ¡Feliz tú, porque las últimas son, ordinariamente, más fuertes que las primeras! Sé muy bien que el conde Nikolái es todavía demasiado joven para que pueda ser para mí, alguna vez, algo más que un amigo, pero esta dulce amistad, este afecto tan poético y puro, son ya una necesidad de mi corazón. Mas no hablemos de ello. La gran noticia del día, que ocupa a todo Moscú, es la muerte del viejo conde Bezújov y su herencia. Figúrate que a las tres princesas apenas les ha correspondido nada, al príncipe Vasili nada en absoluto y quien lo ha recibido todo es Pierre, el cual, por añadidura, ha sido reconocido como hijo legítimo y, por tanto, conde Bezújov y dueño de la más espléndida fortuna de Rusia. Se dice que el príncipe Vasili ha tenido una triste parte en toda esta historia y que ha vuelto a San Petersburgo bastante avergonzado.

Te confieso que entiendo muy poco de este asunto de legados y testamentos; lo único que sé es que, desde que ese joven al que conocíamos por Pierre se ha convertido en el conde Bezújov y dueño de una de las mayores fortunas de Rusia, me divierte mucho observar el cambio de tono y de actitud de las mamás cargadas de hijas casaderas y aun de las mismas señoritas, con respecto a ese señor, que, entre paréntesis, siempre me pareció un pobre diablo. Y como desde hace dos años la gente se divierte atribuyéndome prometidos, a los que muchas veces ni siquiera conozco, la crónica matrimonial de Moscú ya me hace condesa Bezújov. Ya comprenderás que no lo deseo en absoluto. Y a propósito de matrimonios, habrás de saber que hace unos días la “tía universal", Anna Mijáilovna, me ha confiado con el mayor secreto un proyecto matrimonial para ti. Se trata, ni más ni menos, del hijo del príncipe Vasili, Anatole, al que quieren situar casándolo con una persona rica y distinguida; y sobre ti ha recaído la elección de los parientes. No sé cómo verás la cosa, pero he creído un deber advertirte. Dicen que es bastante guapo y muy mala persona: es cuanto he podido sacar sobre él, pero basta de cháchara. Termino mi segunda hoja y mamá me llama para ir a comer a casa de los Apraksin. Lee el libro místico que te mando y que está haciendo furor aquí. Aunque tiene cosas incomprensibles para la débil mente humana, es un libro admirable, cuya lectura tranquiliza y eleva el alma.

Adieu. Mes respects à monsieur votre père et mes compliments à mademoiselle Bourienne. Je vous embrasse comme je vous aime.

Julie

P. S.- Donnez-moi des nouvelles de votre frère et de sa charmante petite femme.

La princesa reflexionó un momento, sonrió pensativa (su rostro, iluminado por los ojos radiantes, se transformó totalmente). Después se levantó y con torpe paso se acercó al escritorio. Tomó un pliego de papel y su mano empezó a correr. La respuesta fue ésta:

Chère et excellente amie, tu carta del día 13 me ha proporcionado una gran alegría. Sigues queriéndome, mi poética Julie. La ausencia de que tanto te quejas no ha ejercido en ti sus acostumbrados efectos. Te lamentas de la ausencia, ¿y qué deberé decir yo, si me atreviera a lamentarme, privada de todos aquellos que me son queridos? ¡Oh, si no tuviésemos el consuelo de la religión, la vida sería bien triste! ¿Por qué supones en mí una severa mirada cuando hablo de tu afecto por ese joven? En este aspecto no soy rígida más que para conmigo misma. Comprendo tales sentimientos en los demás y, si no puedo aprobarlos, tampoco los condeno, ya que nunca los he experimentado. Únicamente me parece que el amor cristiano, el amor al prójimo y a los enemigos es más meritorio, más dulce, más bello que todos los sentimientos que pueden inspirar los bellos ojos de un joven a una muchacha poética y apasionada como tú.