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– ¿Entonces, estás firmemente decidido a no participar? — preguntó Sinitsin.

— No veo qué beneficio puedo yo aportar a la expedición — contestó Murátov.

— El mismo que yo, por ejemplo, y como los demás. ¿Es que en la «Titov» hiciste algo de particular?

— Por eso, precisamente.

— Tú y yo estamos estrechamente relacionados con este secreto — intentó Sinitsin convencer a su amigo —. Hemos encontrado los satélites, hemos calculado sus órbitas, y por fin hemos descubierto el enigma de su marcha. Por todo esto es natural que precisamente nosotros debamos participar hasta el final.

— No me convencen tus palabras. Una cosa son los cálculos, ésta es mi esfera, y completamente otra, las búsquedas. Para esto no son necesarios matemáticos sino científicos…

— E ingenieros.

— Sí, pero de otra especialidad.

– ¿Es decir, quieres que yo me dirija a la Luna sin ti? Esto es más peligroso que la expedición en la «Titov». — Sinitsin puso en juego la última carta —. Allá podemos encontrar a tus «amos». ¿No tienes interés en verlos?

— Los veré, lo mismo que las demás personas, ya que los traeréis a la Tierra. Claro está, si ellos quieren — añadió Murátov. Se sentó en el sillón, clavando una mirada pensativa en el techo —. Sabes Serguéi, no sé por qué he dejado de creer que puedan estar en la Luna. ¿Qué pueden hacer allí? ¡Sin aire, sin agua, encerrados en las entrañas de las montañas lunares! ¡Y así años y años!

– ¿Entonces, por qué tan tesoneramente has defendido esta hipótesis?

– ¿No sé por qué? ¡Yo mismo no lo sé! Me pareció… Y todavía ahora me parece — se le escapó —. No puede comprender de ninguna forma que la información que han recogido los satélites, haya sido transmitida a un sistema planetario vecino. ¡A una distancia tan gigantesca! ¿Para qué? ¿A quién puede ser necesario? ¿Y si se encuentran en la Luna, llevando así decenas de años? Esto es todavía más incomprensible. Me parece que toda nuestra teoría es inestable, nebulosa, carente de sentido. Aquí se encierra algo raro y no la recogida de información sobre nuestra Tierra. Hay algo que incluso no sospechamos, algo maligno, aunque, te parezca un anacronismo. ¡Sí, maligno!

¿Recuerdas la historia de los años sesenta del siglo pasado? Entonces lanzaron al cielo satélitesespías… Figúrate, que todos nos equivocamos, que los satélites no recogían ninguna información, que no estaban destinados para objetivos científicos. Entonces será mucho más fácil comprender la causa del enmascaramiento minucioso de estos satélites.

¿Es cierto o no?

— Está bien, supongamos esto — contestó Sinitsin —. Pero, entonces, será de todo punto inconcebible su rotación alrededor de la Tierra durante un siglo e incluso más.

– ¿Qué significa un siglo? Esto para nosotros, para las personas, un siglo es toda una vida. Pero desde el punto de vista de la historia de la humanidad esto no es tanto.

Vosotros, astrónomos, no conocéis ni un solo sistema planetario en las estrellas próximas al Sol, en el que pueda surgir una vida racional. ¿No es así? ¡Exactamente! Entonces, los amos de los satélites viven muy lejos. Es posible que el camino de ellos hacia nosotros dure muchos años, mientras que en su planeta pasan siglos. Hay para reflexionar.

Volaron hacia nosotros hace un siglo y dejaron «algo» cerca de la Tierra. Probablemente este «algo» debía esperar su segundo vuelo. ¿Para qué? Esto no lo sabemos.

— Estás en contradicción — dijo Sinitsin —. Unas veces afirmas su presencia cerca de la Tierra. Otras «hace cien años.»

– ¿Y si es lo uno y lo otro? — Murátov se inclinó hacia adelante y miró fijamente a los ojos de su amigo —. ¿Y si ellos lanzaron los satélites durante su vuelo hacia nosotros hace cien años, y después ininterrumpidamente, comprendes, ininterrumpidamente los observan, sustituyendo el personal de su base en la Luna? ¿Acaso estos satélites no pueden ser muy importantes para ellos? ¿Es posible que esto sea un eslabón de un plan minuciosamente pensado?

– ¿Dirigido contra la humanidad de la Tierra?

– ¡En eso estamos! Tú mismo has hecho esa deducción lógica.

— Eres maestro en hacer que tu interlocutor piense lo mismo que tú. Pero no por esto tus razonamientos se convierten en la verdad. ¡Oh! Víktor, por lo que veo te has metido en un callejón sin salida. ¿Pero es posible pensar que la humanidad de un planeta creara un complot contra otra humanidad? Esto carece de todo sentido. Perdóname, pero no dices más que tonterías.

— Esta bien. Pero os aconsejo que andéis con mucha precaución cuando encontréis esta base.

— Entonces, decididamente resuelto…

— Sí. No voy con vosotros. Me han propuesto participar en otro asunto más interesante.

– ¿No es un secreto?

— Ningún secreto. ¿Has oído hablar del proyecto de Jean Leguerier?

– ¿El vuelo en un asteroide por el sistema solar?

— En Mermes.

– ¿Tú quieres volar en él?

— Todavía falta mucho para realizar este vuelo. Leguerier propone cambiar la órbita de Hermes, para que el asteroide vuele por todo el Sistema solar, desde Mercurio hasta Plutón. Entonces se puede enviar hacia él una gran nave cósmica y sin ningún gasto de energía recorrer volando todos los planetas.

– ¿Para qué vas a intervenir si no eres astrónomo?

— Es necesario calcular la órbita futura para que pase cerca de cada planeta durante este raid. Esta es un tarea muy complicada. Y todavía es más difícil obligar a Hermes a pasar a esta órbita por medio de fuerzas de reacción. En esto puedo ayudar a Leguerier como ingeniero y como matemático. Pero no voy a volar con él.

– ¡Te deseo suerte! — Murátov comprendió por el tono de su amigo que éste se había ofendido y entristecido —. Ocúpate de Hermes ya que esto es más interesante para ti.

– ¡Qué gracioso eres, Serguéi! ¿Para qué me necesitáis?

— Para nada nos haces falta — Sinitsin reflejó en su cara completa perlejidad —.

Sencillamente yo quisiera terminar este asunto juntos. Y en la expedición… cualquiera será más útil que tú.

Murátov se rió.

— De ti, Serguéi, saldrá un actor como de mi una bailarina. ¡Deja ya! Yo también estoy apesadumbrado, pero en verdad no puedo perder el tiempo. Te diré en secreto: no me gustó volar en el cosmos. Esto no es de mi agrado.

– ¡No hace ninguna falta! Quédate en la Tierra. Es más tranquilo… y seguro.

Murátov frunció el ceño.

— Esto ya es maldad y es injusto, Serguéi.

– ¡Bueno, perdóname! Yo no había pensado esto. Qué vamos a hacer si eres tan terco. Yo no puedo negarme aunque sé que mi aportación no será grande; pero estos satélites me tienen absorbido.

— Te comprendo. ¿Cuándo saldréis?

— Pasado mañana.

– ¿Tan pronto?

— Los preparativos han terminado.

Entonces repito tus palabras «¡te deseo suerte!» pero en el buen sentido de la palabra, sin ironías.

Pasados seis meses Sinitsin y Murátov se encontraron de nuevo en la misma habitación.

¡La expedición regresó con las manos vacías!

No fueron coronados por el éxito los esfuerzos para encontrar el refugio secreto de los dos satélitesexploradores. Nada indicó que en las entrañas de los contrafuertes escarpados del cráter Tycho se ocultara la base de un mundo extraño. No se pudo encontrar ningún vacío ni auscultando los terrenos montañosos, ni sondeándolos con ultrasonido, ni haciendo su radiografía, ni con la común y corriente perforación de las rocas. Parecía que nunca mano alguna había alterado la eterna tranquiliadad del cráter.