— Puede ser que no sepa como manejar la escafandra — supuso Murátov.
— ¡Qué te crees tú eso! Lo sabe muy bien, pero no quiere ayudar. ¡Mira, Víktor! Me parece que ya lo sé. Estas bandas deben adherirse a las ranuras. De otra forma no puede ser.
— ¡Hagamos la prueba! Mira a ver, aquí, en el costado.
La suposición de Weston se justificó. Las bandas que parecían metálicas, se adhirieron a las ranuras con un chasquido seco, quedando éstas completamente tapadas.
Murátov observó dos abultamientos apenas perceptibles en las terminaciones de las bandas. Presionó en uno de ellos y la banda se desprendió.
— Todo está claro — dijo Murátov —. La mano con el guante metálico puede presionar en este abultamiento, pero uno solo no puede ponerse la escafandra. De esto se deduce — añadió dirigiéndose a Leguerier — que alguien ayudó a Guianeya en la huida.
El astrónomo no contestó nada.
— ¡Por fin! — respiró con satisfacción Weston sujetando la banda en su lugar —. ¿Está bien? — preguntó a Guianeya.
Por lo visto la expresión de la cara y la entonación de la voz fueron lo suficiente elocuentes para que Guianeya comprendiera la pregunta del ingeniero e inclinara la cabeza.
Weston sujetó todas las demás bandas, quedando sólo una, entre el cuello de la escafandra y el casco. La tenía que sujetar el mismo Murátov cuando todo estuviera preparado para la salida. Ni un minuto de más debía encontrarse Guianeya sin el aire de la habitación. La escuadrilla se encontraba a unos seiscientos metros de la puerta exterior del observatorio.
Tuvieron lugar las últimas despedidas apresuradas y la puerta exterior se cerró. En la cámara quedaron Murátov, dos ingenieros de la escuadrilla y Guianeya.
Las personas se pusieron rápidamente sus escafandras. Leguerier decidió sacrificar el aire de la cámara y abrir la puerta exterior sin bombearlo.
Murátov sujetó la última banda. Guianeya ahora sólo podía respirar una cantidad ínfima de oxígeno que quedaba dentro de la escafandra.
«¿Y si nos hemos equivocado y la escafandra no está herméticamente cerrada?», esta pregunta alarmante cruzó por la imaginación.
No había tiempo para reflexionar.
El golpe convenido en la puerta interior… se abrió la puerta exterior. Inmediatamente se formó en la cámara el vacío completo.
Guianeya estaba tranquila. ¡Todo en orden!
Murátov decidió de antemano como obrar. Aunque en Mermes, gracias a la casi inexistencia de gravedad, no era difícil trepar por las rocas, todo esto exigía un gasto de energía muscular y como consecuencia de oxígeno.
Cogió a Guianeya en los brazos y subió casi corriendo por la pendiente escarpada del embudo. Murátov conocía bien el camino, decenas de veces lo había recorrido.
¿Cómo reaccionaría Guianeya ante esta «violencia» inesperada para ella? Murátov no sintió ninguna resistencia por parte de ella, incluso le pareció que se apretaba a su pecho facilitándole la tarea.
A la mitad del camino trasladó su carga a uno de sus acompañantes. Llegaron a las naves en menos de cinco minutos.
La cámara exterior de la astronave, que estaba ya abierta, se cerró en cuanto se encontraron dentro. La escalera fue retirada. Rápidamente la cámara se llenó de aire.
Esta vez se decidió, como medida de exclusión, no realizar la «limpieza» obligatoria.
Peligro casi no había, ya que en Hermes no existía atmósfera. Lo único que podían llevar consigo era el polvo en las botas de las escafandras. Pero podía hacerse inofensivo en el interior de la cámara después de llenarla de aire.
Murátov se acercó a Guianeya para ayudarla a quitarse la escafandra, pero la muchacha le apartó con un suave movimiento de la mano y se la quitó ella misma.
Sus grandes ojos negros miraban con una expresión no corriente la cara de Murátov.
Parecía que Guianeya quería decir o preguntar algo.
¿Qué significa esta fija mirada?
¿Sería de agradecimiento o, al contrario, de odio, por el trato sin ceremonias?
¿Cómo averiguar la expresión de la faz y el significado de la mirada en un ser casi en todo parecido al hombre de la Tierra, pero profundamente extraño?
11
El sharex corría velozmente entre los campos. En los mares dorados de los trigales, parecidos a islas, negreaban como cadenas alineadas los enormes vechelektros, torpes en apariencia. Sólo se podían ver aquellos que se encontraban lejos. Los cercanos a la vía pasaban fugaces a los ojos.
No se veía ni un alma.
El expreso se detenía con poca frecuencia. Cuando terminaban los campos, pasaba cerca de la ciudad o de un poblado obrero, y otra vez los infinitos campos dorados.
¡Ucrania!
Murátov todo el tiempo miraba por la ventana pero no veía nada.
Los cuadros de aquellos días inolvidables pasaban unos tras otros como una cinta cinematográfica en la pantalla invisible de su memoria…
… ¿Qué significó la mirada de Guianeya, allí, en la cámara de salida de la nave?
La huésped de un mundo extraño de una forma ostensible no permitía a nadie, incluso acercarse a ella, y Murátov inesperadamente la cogió en sus brazos, sin que ella ofreciera resistencia. Murátov recordaba perfectamente que Guianeya se apretó contra su pecho, probablemente para aliviarle el peso, y no protestó con nada. No podía dejar de comprender que lo hizo llevado por un sentimiento de preocupación por ella.
De ninguna manera la rara mirada de Guianeya podía reflejar odio. Después, durante los cuatro días que duró el viaje a la Tierra, Guianeya se dirigió varias veces a Murátov, como antes lo hacía con Leguerier.
Si ella se hubiera enfadado, si hubiera estado ofendida, podría ignorar a Murátov, lo mismo que hacía con todos en el asteroide, excepto con Leguerier. Podría haberse dirigido en caso de necesidad a Goglidze, ingeniero jefe de la escuadrilla, que se encontraba también en la astronave insignia.
Pero Guianeya «no prestó atención» ni a Goglidze, ni a ningún otro miembro de la tripulación, «reconoció» sólo a uno, sólo a Murátov.
¡Lógica incomprensible pero evidente!
¡Sólo se dirigía a los jefes!
¡En Hermes a Leguerier, en la astronave a Murátov! El resto, como si no existiera para Guianeya.
Era un hecho raro, muy raro, y muy difícil de encontrar una explicación verosímil.
«Orgullo y altivez», decía Leguerier.
¡No, no estaba en lo cierto! ¡No puede ser verdad! No puede concordar, de ninguna forma puede concordar, la altivez con una alta civilización, como la necesaria para llevar a cabo el vuelo interestelar realizado por Guianeya.
Se presentó a las personas en una nave cósmica que había volado de otro sistema planetario, y ¿quién podía decir en qué abismo del espacio se encontraba el Sol de su patria? Esta nave nadie la había visto, pero era sabido que era gigantesca, y superaba en mucho las dimensiones de lis terrestres. Y además poseía propiedades que todavía no las tenían las naves de la Tierra.
La técnica de la patria de Guianeya se debía encontrar a una gran altura. Y esta clase de técnica es inseparable de una alta organización de la sociedad de los habitantes racionales del planeta donde surja.
¿Cómo puede concordar esto con la explicación de Leguerier?
Pero refutarla era muy difícil. Guianeya con su conducta, considerada desde el punto de vista terreste, parecía que confirmaba el criterio del astrónomo francés.
¡Desde el punto de vista terrestre!
Murátov estaba convencido de que precisamente en esto se encierra el error. Desde el punto de vista de Guianeya todo esto podía considerarse de una forma completamente diferente.