Lo poco que las personas sabían confundía a los lingüistas. Se sentía que Guianeya simplificaba las frases y Marina se veía obligada a pronunciar las palabras sin ninguna ligazón gramatical. Esta forma de hablar Guianeya podía comprenderla, pero no significaba conocer su idioma.
La alta cultura del pueblo a que pertenecía Guianeya excluía la posibilidad de un habla «pobre». Indudablemente su idioma era rico y bello, parecía sencillo pero no era así.
Cuando se convencieron definitivamente que no se podía contar con la ayuda de Guianeya, se decidió continuar el estudio sin que ella lo supiera. Viviendo en la Tierra, comunicándose con las personas, incluso sólo con Marina, la huésped pronunciaba involuntariamente nuevas palabras y frases. Se las recordaban y descifraban. Para ayudar a la magnífica memoria de Marina se utilizaba un magnetófono. Era un pequeño aparato portátil cuya existencia desconocía Guianeya y que la acompañaba a todas las partes. Las cintas grabadas se enviaban al Cerebro Electrónico del Instituto de lingüística, y se iban descubriendo lenta pero sistemáticamente los secretos del idioma extraño.
Marina recordaba todo, pero obraba con extremo cuidado y de una forma estrictamente gradual ampliaba el marco de las conversaciones que mantenía con Guianeya. Tenía miedo que su huésped se «asustase». Y la muchacha del otro mundo parecía que no se daba cuenta de que su amiga hablaba con ella cada vez mejor y con más soltura.
Marina sabía que le gustaba a la huésped, que Guianeya simpatizaba con ella. Era muy importante fortalecer y desarrollar las relaciones amistosas. Todas las esperanzas de los científicos para descubrir el misterio de la aparición de Guianeya estaban basadas en esto.
Tuvo que trabajar ella sola. La otra lingüista que lo mismo que ella había sido designada para trabajar con Guianeya se vio obligada a apartarse al día siguiente de la llegada de la huésped a la Tierra.
El consejo científico se preocupó por prever todo, incluso hasta los detalles más mínimos, pero nadie pudo suponer que la estatura pequeña era una cosa inadmisible para Guianeya.
Resultó imposible poner a trabajar a otra muchacha ya que no había ninguna candidatura admisible.
Pero Marina llevó a cabo bien su misión.
Durante el año y media transcurrido ni una vez se quejó de las relaciones con Guianeya, nunca entre ellas «hubo una nube negra». La huésped de la Tierra tenía un buen carácter que cada día se mejoraba. Desaparecieron, eran ya del pasado, la tirantez, la frialdad en el trato y cierta reserva incomprensible pero indudable, que se destacaran mucho en los primeros meses. Guianeya se había convertido en una muchacha «corriente». Siempre animada, muy viva, que amaba el deporte y los juegos deportivos (que asimilaba con una facilidad asombrosa), el dibujo y la música, e incluso en los últimos tiempos hacía travesuras al quedarse a solas con su amiga.
Pero permanecía en el secreto lo que dibujaba en los álbumes. Rara vez Marina conseguía ver estos dibujos, y lo que le mostraba Guianeya eran siempre paisajes de la Tierra o retratos de Marina. Guianeya destruía inmediatamente algunos bustos, esculpidos con gran maestría, que representaban bien el rostro de Marina o bien el de ella misma.
Nunca intentó aprender a tocar algún instrumento musical, pero escuchaba con satisfacción cuando tocaba Marina.
Algunas veces la huésped empezaba a entonar sin acompañamiento una melodía rara para el oído terrestre, asombrando a todos los que la escuchaban por la belleza del sonido y amplitud inverosímil del diapasón de su voz.
Estas canciones, grabadas en la cinta magnetofónica, eran el «alimento» principal del Cerebro Electrónico, en ellas había muchas palabras y expresiones nuevas.
Marina estaba convencida de que Guianeya era muy joven, pero no pudo nunca aclarar esta sencilla pregunta. Guianeya callaba con una tenacidad incomprensible cuando se le preguntaba esto.
La costumbre de la huésped de hacer caso omiso a algunas preguntas, fingiendo que no las oía, nunca alteraba a Marina y no provocaba en ella el deseo de conseguir la respuesta a rajatabla. Comprendía siempre, que a pesar de su parecido asombroso con las personas, ante ella se encontraba un ser de otro mundo, con otras costumbres y conceptos. Y hacía como si no viera nada de particular en el silencio de Guianeya y lo consideraba natural.
Esta táctica, sin discusión alguna, era justa.
— Cuando la manzana madura se cae sola — decían los científicos —. Era necesario dar tiempo a Guianeya para «madurar», y entonces hablará.
Y Guianeya «maduraba» a ojos vistos. Cada vez callaba menos. De mala gana, pero contestaba. Marina, cumpliendo las indicaciones recibidas, nunca le repetía la pregunta que Guianeya no había querido contestar antes.
Entre las dos muchachas se había establecido un completo acuerdo, una completa comprensión mutua.
A todos les parecía que a Guianeya le era indiferente todo lo de la Tierra, que en nada le interesaba la vida en el planeta. Pero Marina veía, y cada día estaba más claro, que esto no era así.
Ya comprendía perfectamente los matices de la expresión de la cara y sobre todo de los ojos de la huésped. Y se convencía poco a poco de que Guianeya sencillamente ocultaba a las personas su interés por la Tierra y por alguna causa, solo de ella conocida, fingía esa indeferencia.
Guianeya recorrió toda la Tierra durante el año y medio. Vio todo lo más bello, majestuoso y grandioso que había en el planeta, lo mismo natural que artificial. Y parecía que todo esto no le produjo ninguna impresión. En ningún lugar se detuvo mucho tiempo para admirar una obra de arte o la belleza de la naturaleza, como esto lo hacían las personas. Lo miraba un minuto, eran mucho dos y se alejaba.
Pero cuando pasados algunos meses después del viaje realizado a América del Norte, Marina vio una vista de las Cataratas del Niágara dibujada por Guianeya, comprendió entonces que para su amiga era suficiente una mirada fugaz para recordar siempre lo visto. El cuadro majestuoso del agua cayendo estaba representado en el dibujo con los detalles más nimios. Era como si en el cerebro de Guianeya hubiera sido tomada una fotografía de la catarata.
Y esto se repitió muchas veces. Guianeya todo lo recordaba, nada olvidaba.
¡De ninguna manera podía ser esto indiferencia!
¿Entonces, es posible, que la indiferencia aparente hacia todo sea una propiedad de sus compatriotas, una tradición particular, una forma obligatoria de conducta que dictan las costumbres?
Es posible que sea así, pero Marina por algo no quería creer en esto. Le parecía que esta indiferencia era fingida, como era fingida la ausencia del interés hacia la Tierra.
¿Para qué necesitaba hacer esto?
En el alma de Marina apareció y se fortaleció el convencimiento de que la huésped del cosmos tenía propensión a fingir.
La idea de que Guianeya fingía se reforzó todavía más en Marina por un hecho que tuvo lugar recientemente y que conmovió a todos.
Esperando el paso del sharex, Guianeya le hizo de sopetón una pregunta, que mostró con toda evidencia, que ocultaba a las personas no sólo su pasado sino también su presente.
¿De dónde podía saber Guianeya que Marina tenía un hermano? ¡Es más, sabía que la forma de la vía del sharex fue diseñada por Víktor Murátov?
Guianeya hablaba sólo con Marina. Todo lo que hablaba con otros y lo que le hablaban lo traducía Marina. Si la huésped no conocía ni uno solo de los idiomas de la Tierra, de ninguna forma podía conocer la existencia de Víktor Murátov.
Pero de improviso resultó que esto lo sabía, y no sólo esto.
La novedad era muy importante y trajo consigo consecuencias todavía no previstas.