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Guianeya se apresuró a marcharse al responder, de una forma inesperada para ella misma, a la pregunta de Murátov. Temía claramente que le hicieran más preguntas, era posible que le pesara su franqueza, estaba consternada y muy emocionada.

Murátov las acompañó hasta el vechemóvil. Comprendía que no se podía preguntar a Guianeya nada más ya, que no respondería a ninguna otra pregunta. Quería y era muy necesario hacerle una sola pregunta extraordinariamente importante.

Y de improviso Guianeya, ella misma, dijo precisamente aquello que él quería preguntarle.

Ya sentada en la máquina le tendió la mano, respondió por primera vez al apretón de manos y se sonrió de una forma tímida y confusa.

— Debo advertirle — dijo tan bajo que casi no se oía —. Sean muy prudentes. Los nuestros — (pronunció en su idioma una palabra muy larga que probablemente significaría «satélite», u otra denominación más exacta de los exploradores) — son peligrosos y no puede uno acercarse a ellos. ¡Destruyanlos! ¡Dense prisa, mucha prisa!

Se echó hacia atrás en el asiento y cerró los ojos. Respiró tan profundamente que pareció que había exhalado un gemido. Unas arrugas de sufrimiento surgieron en sus labios y pareció que la cara de Guianeya había envejecido de repente.

— ¡Marchemos! — susurró a Marina. El vechemóvil se puso en movimiento. Víktor se quedó solo.

Siguió durante mucho tiempo con la vista a la máquina. Su corazón se había tranquilizado, latía más regular y lentamente.

¡Un éxito completo! El impulso, impensado y arriesgado ha dado unos resultados inapreciables. Los satélites se encuentran en la Luna, y la misma Guianeya aconseja destruirlos y no acercarse a ellos.

¡Destruirlos!

Recordó sólo ahora que se había olvidado de preguntar lo más importante: dónde buscar a los satélites y en qué lugar está ubicada su base. Pero es poco probable que Guianeya lo sepa, y si lo sabe lo dirá después. Ha contestado a la pregunta principal. Una cosa es buscarlos sin tener seguridad, de que los satélites están en la Luna, y otra cosa es cuando existe esta seguridad.

Murátov fue a buscar a Stone.

Todavía no habían salido del cosmodromo el presidente del consejo científico y los participantes de la Sexta expedición. El comunicado de Murátov fue recibido por todos con asombro y alegría.

— Ha obrado usted como debía — dijo Stone. Nos hemos excedido en nuestras precauciones. Había que haberlo preguntado antes.

— Es cierto — contestó Murátov —, pero el que tenía que preguntarlo era precisamente yo y no ningún otro. Guianeya pronunció esta frase: «Quería haberlo dicho ya hace tiempo, pero usted — (es decir yo — añadió Murátov) — no venía». No sé por qué ella quería decirlo precisamente a mí.

— Simpatía sospechosa — dijo Serguéi sin poderse contener.

Murátov no se dignó ni tan siquiera mirar a su amigo.

— Cuanto antes es necesario comenzar de nuevo — dijo Stone —. Ahora podemos no dispersarnos y buscar sólo en el cráter Tycho. Las palabras de Guianeya confirman la exactitud de los cálculos. Tendremos fe en ellos. Lo malo fue que no destruimos a los satélites en sus órbitas como queríamos.

— Según mi criterio esto no está mal, sino todo lo contrario — dijo Sinitsin —. Es necesario destruir no sólo a los satélites sino también sus bases. Entonces incluso no sospechábamos su existencia.

— Destruirlos es fácil — dijo uno de los componentes de la Sexta expedición —. ¿Cómo encontrarlos? Lo hemos intentado seis veces. Stone se volvió hacia Murátov.

— ¿Es posible — dijo — que usted intente hablar una vez más con Guianeya?

— Por que no, pero pienso que es inútil. Me parece que Guianeya ha dicho todo lo que sabe. No le fue fácil el hacer esto. No puedo olvidar la expresión de su cara. Me alarma mucho la frase que pronunció: «Me he perdido, pero les voy a salvar a ustedes».

— Indudablemente esta frase refleja una idea. Pero entre nosotros, en la Tierra, nadie amenaza a Guianeya. Por lo que se deduce ella ha querido decir que después de sus palabras tiene cerrado el camino a su patria. Sobre esto pensaremos todavía, y lo pensaremos bien. Más alarmante es la segunda mitad de la frase: «les voy a salvar a ustedes». ¿A qué se refiere?

— Esto puede significar sólo una cosa — dijo Murátov — que los satélites llevan consigo una amenaza para la humanidad de la Tierra. No tendrían ustedes la menor vacilación si hubieran escuchado el tono con que ella dijo: «¡Destruyanlos!»

— Yo no tengo la menor vacilación — respondió Stone —. La Séptima expedición lunar saldrá lo más pronto posible.

Pasadas unas horas Murátov habló largamente por el radiófono con su hermana.

Marina le dijo que en cuanto llegaron a casa Guianeya se acostó y rogó que no la molestaran.

— Parece tranquila pero muy apenada. Algo la oprime, no la deja tranquila. Me parece que está arrepentida de haberse quitado la máscara.

— ¿En qué idioma habla contigo? — preguntó Murátov.

— En el suyo, como siempre. No me he decidido a hablar con ella en español.

— No hace falta. Pronto ella misma hablará en español. ¡Lo verás!

— Guianeya quiere marcharse hoy.

— ¿A dónde?

— Se lo he preguntado y me ha contestado que le es indiferente, sólo que lejos de aquí.

Da la impresión que quiere huir de sí misma y es posible que de ti.

— Lo comprendo. Es la reacción de Guianeya que no tenía derecho a decir lo que dijo, y le atormenta el haber infringido las leyes de su patria. Pero tú misma oíste como ella dijo que hacía tiempo estaba decidida a hablar con franqueza y que se lo impidió mi ausencia.

¿Cómo explicar esto?

Marina no contestó en seguida.

— Ahora está claro — dijo después de un minuto — por qué ella insistía tanto en verte.

Pero no comprendo por qué decidió decírtelo a ti. Es posible que tenga influencia tu parecido con ella.

— Esta es una minucia y una circunstancia puramente exterior para que pueda desempeñar un papel destacado en una cosa tan importante. De esta forma se puede pensar que Guianeya me ama — Murátov se sonrió recordando la réplica de Sinitsin en el cohetódromo.

— Es posible que esto sea así — respondió completamente seria Marina.

— ¡Qué tontería! Alguna vez sabremos la causa del trato especial que me concede.

Este es otro enigma de Guianeya. ¿Entonces, os marcháis hoy?

— Sí. Le he propuesto visitar las islas del Japón donde ella todavía no ha estado. Por primera vez Guianeya ha estado de acuerdo en ir en avión. Por lo visto quiere cuanto antes alejarse de aquí.

— ¿Sería conveniente que os fuera a despedir?

— Claro que no. Me parece que Guianeya no quiere verte. Es posible que me equivoque.

— No te equivocas — dijo Murátov —. Lo pregunté maquinalmente, sin pensarlo. ¡Feliz viaje! Dos palabras más. Te predigo que Guianeya pronto de nuevo me recordará. Ha hablado y querrá, deberá querer, decir más.

Murátov desconectó el radiófono.

Los acontecimientos transcurrían a un ritmo veloz. ¡Qué pena no haber cumplido antes el deseo de Guianeya y haber esquivado tanto tiempo la entrevista con ella! La Sexta expedición lunar podría no haber vuelto con las manos vacías si la respuesta de la huésped la hubiera obtenido hace medio año.

Murátov estaba convencido de que comprendía justamente el estado en que ahora se encontraba Guianeya. Algo la obligó a infringir su silencio y esto lo hizo en el momento cuando se encontraba fuertemente agitada y algo que la intranquilizaba hizo, posiblemente, que lo realizara casi en contra de su voluntad. Ahora se arrepentía de esto.