— Estas son dos cosas completamente diferentes — contestó Raúl — y no se pueden juntar en una pregunta. Es imposible justificar el asesinato. Es el delito más grave y repugnante que se puede uno imaginar. En lo que se refiere al suicidio, esto depende de sus causas. Pero, como regla, consideramos el suicidio como un acto de falta de voluntad o de cobardía.
— ¿Es decir, entre ustedes tampoco se puede calificar este acto de «bello»?
«¡Vaya lo que es! — pensó Murátov —. La ha ofendido que yo haya calificado de «bella»
la muerte de Riyagueya. Pero debió comprender cuál era el sentido que yo daba a esta palabra».
— Cierto — contestó García. El suicidio de ninguna manera es una cosa «bella».
— Hace poco he escuchado otra cosa — dijo Guianeya.
— ¿De quién?
Murátov estaba sentado de espaldas a Guianeya y no vio si le señalaba o no. No siguió ninguna contestación.
En esto se manifestaba una diferencia entre los puntos de vista de las personas de la Tierra y de los compatriotas de Guianeya. Por lo visto, en su patria, la muerte voluntaria por cualquier causa era o se consideraba tan mal que al escuchar Guianeya las palabras de Murátov le tuvo por un «engendro moral» y no quería tener relaciones con un «intelecto tan bajo».
Le faltó poco para reírse. Sin embargo, esta conversación le causó una gran satisfacción. Demostraba que Guianeya pensaba todo el tiempo en la discusión que habían tenido y que su altercado le era tan desagradable a ella como a Murátov.
Pero había otra cosa mucho más importante. La pregunta de Guianeya confirmaba definitivamente que Riyagueya destruyó la nave. Se suicidó y mató a sus acompañantes.
No por casualidad, según supuso García, Guianeya hizo las dos preguntas en una.
«Es necesario justificarme ante ella — pensó Murátov —. Es necesario aclararle mis palabras si ella misma no las puede comprender».
Y Murátov dijo:
— El suicidio jamás puede ser bello. ¡Jamás! A exclusión de un caso único, cuando se realiza en beneficio de los demás. Pero en este caso no se puede hablar de suicidio hay que hablar de autosacrificio. Estas son dos cosas diferentes. Sacrificarse para salvar a otros, ¡esto, sí es bello!
Se volvió para ver cómo reaccionaba Guianeya a sus palabras, cuál era la impresión que le producían.
Miraba en la pantalla panorámica hacia adelante. Parecía como si no hubiera oído nada. Pero Murátov estaba convencido de que Guianeya no sólo había escuchado sus palabras sino que también las pensaba.
Y no se equivocó. Pasado un rato Guianeya dijo:
— Bien, estoy de acuerdo. ¿Pero qué derecho tiene a sacrificar a los demás?
A Murátov le surgió la idea de que las lágrimas, que entonces vio en la cara de Guianeya, fueran debidas no a la muerte de Riyagueya sino a la de otra persona.
Entonces era comprensible la impresión tan dolorosa que produjo en ella la palabra «bello».
— ¿De qué hablan ustedes? — preguntó Tókarev.
En el todoterreno de Stone sólo Murátov y, claro está, García dominaban el idioma español. Los demás no comprendían ni una palabra.
— ¡Espere! — dijo Murátov —. Después se lo diré. Tengo que contestarle. — Continuó hablando en español —. Todo depende, Guianeya, de las circunstancias. Hay casos, cuando una persona convencida de la justeza de su causa, se ve obligada a sacrificarse no sólo a sí misma, sino también sacrificar a otros, considerando que no hay otra salida.
El objetivo que se plantea, justifica sus acciones ante sus ojos. No conocemos las causas que obligaron a Riyagueya a obrar tal como obró. Pero usted sí las sabe. Y si usted no comparte las ideas de él, puede contestarse objetivamente a la pregunta, si él tenía razón.
Yo he calificado la muerte de Riyagueya de bella, porque he comprendido por sus palabras que él lo hizo, sacrificándose por nosotros, por las personas de la Tierra. Desde nuestro punto de vista ésta es una acción bella.
Guianeya volvió la cabeza hacia él y en su boca asomó una sonrisa un poco velada.
— Perdóneme, Víktor. Entonces no le comprendí y le juzgué mal.
— Yo no me he ofendido — contestó Murátov —. Porque la he comprendido. Nosotros, es decir, su humanidad y la nuestra, tenemos raciocinio. Y los seres racionales siempre se pueden comprender mutuamente cuando hay buena voluntad para ello. Aunque algunas veces esto no sea fácil.
— Sí, algunas veces esto es más difícil de lo que parece — dijo suspirando Guianeya, volviéndose de nuevo hacia la pantalla.
«Por fin todo se aclaró — pensó Murátov —. Marina estaba en lo cierto al decir que Guianeya tiene buen carácter».
10
Una hora más llevaban marchando los todoterreno por la dirección anterior. Había cambiado el aspecto de la cordillera. Las laderas escarpadas y cortadas a pico habían sido sustituidas por pendientes suaves. Cada vez se encontraban con más frecuencia rocas aisladas y montones de enormes piedras que habían rodado de las montañas.
Cada vez era más difícil avanzar. Las máquinas se inclinaban demasiado y con frecuencia había que rodear los obstáculos.
Como antes no se encontraba ni un sólo lugar apto para instalar la base invisible. El correspondiente fracaso era ya una cosa clara para todos.
Y aunque nadie calculaba que el éxito fuera rápido, comenzó a aparecer espontáneamente un sentimiento de desilusión. Sólo la presencia de Guianeya hacía que las personas tuvieran alguna esperanza.
Los relojes marcaban las doce en punto cuando Stone mandó parar su máquina.
— Es inútil buscar más allá — dijo.
— Pero el lugar cada vez es más favorable — respondió Sinitsin desde la segunda máquina.
— Sí, pero debemos creer en las palabras de Guianeya. Murátov — añadió Stone —, usted quería ver la Tierra. ¡Mire hacia atrás!
En la misma parte en que se encontraba la estación, pendía en el cielo, sobre las cumbres de la cordillera, casi medio oculta por el horizonte, una media luna que brillaba intensamente. Era enorme en comparación con la media luna acostumbrada a ver en el cielo de la Tierra. El anillo purpúreo de la atmósfera, iluminado por el Sol, permitía distinguir claramente la mitad del globo terráqueo sumido en la oscuridad de la noche. El disco del Sol pendía no lejos, un poco más alto.
«La Luna», las estrellas y el Sol al mismo tiempo!
— Este cuadro tan maravilloso no se puede ver en la Tierra — dijo Murátov.
— ¿No digas? — oyó la voz de Serguéi —. ¿Por qué será?
— Porque en la Luna no hay atmósfera. ¿Acaso no lo sabes?
— Ahora lo sé — contestó Sinitsin bajo una carcajada general.
— Pregúntale a ella — dijo Stone — ¿si es necesario seguir buscando?
Guianeya se asombró al oír la traducción de la pregunta.
— ¿Por qué me pregunta esto? — contestó —. Ustedes mismos deben saber lo que hay que hacer y cómo actuar.
— Le preguntamos a usted porque — explicó Murátov — nos basamos en sus palabras que reflejan las de Riyagueya. Parece que dijo que la base estaba ubicada en un lugar desde donde nunca se veía la Tierra.
— ¿Por qué «parece»?
— No preste atención. Ha sido una expresión poco afortunada. ¿Dijo esto?
— Sí. No comprendo por qué me pregunta a mí — repitió tercamente Guianeya.
Murátov sentía que la lógica estaba de parte de Guianeya.
— Queremos que usted lo recuerde exactamente — dijo Murátov —. Esto para nosotros es en extremo importante.
— Yo no puedo añadir nada a lo que he dicho.
Le comunicaron a Stone el contenido de la conversación.