Выбрать главу

— Me es difícil determinarlo a ojo — dijo al fin —. Pero me parece que su superficie es de cerca de seis mil metros cuadrados.

«¡Caramba! — pensó Murátov —. Sabe el español como una auténtica española. Incluso le es conocida la aritmética. Completamente incomprensible».

Ahora no había tiempo para pensar en cosas ajenas. Murátov tradujo la contestación de Guianeya al impaciente Stone.

— Es decir — dijo el jefe de la expedición —, aproximadamente ochocientos por ochocientos metros. Esta superficie la podemos explorar con cuatro máquinas.

Al momento dio la disposición para que hacia este lugar saliera un todoterreno equipado más.

— A toda velocidad siguiendo nuestras huellas — ordenó por el micrófono —. No hay hendiduras ocultas, el camino es seguro. Avise a Szabo. Le espero dentro de quince minutos.

Los proyectores iluminaban brillantemente las desigualdades rocosas en la profundidad del pliegue. Los rayos de luz que por primera vez penetraron en este ámbito hacían caer sombras pronunciadas. Pero como antes nada extraño se notaba.

Un pensamiento alarmante le acudió a Stone.

— Pregúntele — dijo — ¿no es peligroso iluminar la base?

Guianeya contestó que no lo sabía.

Stone ordenó apagar los proyectores, retardando un poco las precauciones.

— Cuando sea necesario los encenderemos de nuevo.

— Es raro — señaló Murátov —. Los satélites no son transparentes. ¿Por qué no encubren las rocas que se encuentran tras ellas? ¿Por qué no hay sombra de los satélites?

— ¿Es posible que no estén aquí? — supuso Tókarev —. ¿Puede ser que aquí sólo se encuentre la base abandonada?

— Pregunte esto a Guianeya — dijo Stone. Murátov le explicó de la mejor forma lo que desconcertaba a él y al resto de los participantes de la expedición.

— A mí me parece algo raro — contestó Guianeya —, que ustedes mismos no la vean.

Pero comprendo por qué sucede esto. Nosotros — ella se refería a sus compatriotas — no sospechábamos esta particularidad de su vista. Yo he conocido esto sólo en la Tierra. — Guianeya parecía haber olvidado la conversación de ayer —. Ustedes no ven nada cuando no hay luz. Me refiero a la luz que ustedes perciben. Nosotros vemos mucho más. Para ustedes los objetos son oscuros, para nosotros iluminados. ¿Raro, no es verdad, Víktor?

¡Tan parecidos como son ustedes a nosotros!

Murátov pensó que ella no había elegido un tiempo a propósito para una conversación de este tipo, y no pudo ocultar su impaciencia cuando le rogó que contestara a la pregunta.

— ¿Por qué habla usted conmigo con un tono tan violento? — preguntó Guianeya como si no ocurriera nada —. No estoy acostumbrada a que se me hable de este modo.

— ¡Perdóneme! Estamos muy agitados.

— No hay motivo para agitarse. Lo que ustedes buscaban lo han encontrado. ¿Qué más necesitan?

En su tono se reflejaba claramente: «Yo he cumplido lo que ustedes querían. Ahora, déjenme en paz».

— Usted la ve, Guianeya — dijo Murátov —, nosotros no. Ayúdenos una vez más.

Alzó los hombros, gesto característico de ella, y dijo de la misma forma que lo hubiera hecho un maestro con un alumno torpe:

— Bajen los proyectores. La base — (por primera vez pronunció claramente esta palabra) — está ubicada en una cavidad. Parece artificial porque tiene bordes llanos. Los rayos de luz pasan por encima, por esto ustedes no ven nada.

Ella comprendía la diferencia de su vista pero sólo mentalmente. Guianeya no podía comprenderla de forma que lo sintiera.

— Esperaremos — dijo Stone, cuando Murátov le tradujo lo que había dicho Guianeya —. Es desconocido como actúa la luz en la instalación de esta base. Por no haberlo pensado bien nos hemos arriesgado mucho cuando hemos encendido los proyectores.

Esto es culpa mía.

A los quince minutos exactos llegó la quinta máquina. Comenzó el momento largamente esperado de la operación.

Stone colocó su todoterreno un poco atrás y a un lado. Cuatro máquinas operativas se colocaron en línea. Desde ellas hasta la base, hasta ahora invisible, había más de cien metros, distancia completamente suficiente para la seguridad y comodidad en el trabajo.

Incluso no causaría ningún daño si tuviera lugar una explosión de cualquier fuerza, así fuera la misma aniquilación. No había que temer ninguna sacudida del aire donde no lo había. Quedaba sólo la probabilidad teórica de que la base estallara como una bomba nuclear con una enorme elevación de la temperatura. Pero los todoterreno, construidos especialmente para las búsquedas de la base, estaban preparados para este caso y debían quedar intactos lo mismo que sus tripulaciones. Claro está que existía un grado de peligro que había que aceptar. No era posible llevar las máquinas más atrás, a una distancia en que hubiera absoluta seguridad, porque entonces se dificultaría mucho la dirección de los trabajos.

Ninguno de los participantes de la expedición pensaba en el peligro. Sólo sabían una cosa: la base había sido hallada y era necesario destruirla.

La palabra «necesario» era suficiente para ellos.

Apareció en la máquina de Stone el ingeniero Laszlo Szabo, que había llegado en el quinto todoterreno y que fue el dirigente técnico de las otras seis expediciones anteriores.

Era un hombre fuerte, ancho de hombros, de pequeña estatura y de edad indeterminada.

Su cara, con rasgos que denotaban una voluntad férrea, estaba sombreada por una pequeña barba puntiaguda, adorno que raramente se encontraba en esta época.

Ya en el camino de la Tierru. a la Luna, Murátov observó la hostilidad manifiesta de Guianeya hacia esta persona. Y la causa no consistía sólo en que Szabo fuera de estatura pequeña, ya que en los últimos tiempos Guianeya ya se había acostumbrado a tratar personas de esta clase. Por lo visto había comprendido o comenzaba a comprender, que las personas de ia Tierra son iguales, independientemente de su estatura. Los residuos de su anterior punto de vista renacieron durante su entrevista con Bolótnikov. La antipatía de Guianeya tenía raíces por ahora desconocidas.

Se extremeció cuando Szabo al pasar por el todoterreno a ocupar su lugar, la saludó con una inclinación de cabeza. Murátov vio cuánto trabajo le costó a Guianeya el contestarle con el mismo saludo.

A las manos de Szabo pasó el mando de toda la operación.

— ¡Atención! — dijo, casi sin terminar de quitarse la escafandra lunar —. Comenzamos con la exploración, primera parte de nuestro programa. ¡Lanzar el robot número uno!

De la máquina en que se encontraba Sinitsin se deslizó una esfera metálica sobre orugas que brillaba fuertemente bajo los rayos del Sol.

Véresov había descrito detalladamente su construcción a Murátov en vísperas del vuelo. Esta era una máquina muy complicada y perfecta, fruto del trabajo de muchas personas, que probablemente, ahora, estaba condenada a ser destruida.

El robot se deslizó alejándose del todoterreno unos diez metros y se detuvo.

Esperaba el mando.

Szabo realizó una conexión en el cuadro de radiocomunicación.

— ¡Adelante! — dijo, pronunciando cada sílaba por separado —. ¡Primera prueba!

El robot se movió un poco y rápido se deslizó hacia el pliegue de la montaña.

García se acercó al radar. Era necesario estar atentos por si apareciese alguna radioseñal. Stone se inclinó ante la pantalla infrarroja.

No tomaron ninguna medida contra la posibilidad de una explosión, parecida a la que tuvo lugar en la aniquilación del robotexplorador, hace tres años, durante la expedición de la «Titov».