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Pero se podía abrigar la esperanza de que, tarde o temprano, Guianeya diría todo.

Fue decidido dejarla obrar como ella quisiera y no forzar los acontecimientos.

Guianeya estaba rodeada con la atención y cuidados de siempre.

A muchos le causaba asombro el que a ella no le fuera penoso el ocio. Pronto se cumplirían dos años de su llegada a la Tierra. En este tiempo había recorrido todo el globo terráqueo, había visto todo y, según entendían las personas de la Tierra, hacía tiempo que debía haber experimentado la necesidad de realizar algún trabajo. Pero no se había observado en Guianeya ningún síntoma de que sintiera esta necesidad.

Se sabía que Guianeya era muy joven. Marina pudo obtener, por fin, contestación a la pregunta sobre la edad de la huésped del cosmos. Guianeya supo incluso calcular sus años según el tiempo terrestre. Resultó que si se calculaba por los años terrestres Guianeya tendría sólo diecisiete años.

Esto en parte explicaba el que Guianeya no hubiera tenido tiempo de acostumbrarse al trabajo.

A la pregunta natural de cuántos años vivían, como término medio, sus compatriotas, ella dio una contestación que a muchos les pareció increíble. Guianeya dio la gigantesca cifra de 500 años. Se deducía que, según los años terrestres, sus compatriotas vivían seis veces más que las personas de la Tierra.

Las causas de su longevidad, y la cuestión de que si ésta había sido siempre así o solamente en los últimos siglos interesó a muchos científicos, pero la contestación de Guianeya fue simple y desilusionadora:

— No lo sé — dijo ella.

Había pocas esperanzas de saber lo que no sabía Guianeya. Le era desconocido dónde se encontraba su primera patria.

— ¿Pero allí saben a dónde voló su nave? — le preguntaron a Guianeya.

— No — fue una respuesta la más de rara. Muchas cosas quedaron ocultas y por lo visto para siempre. Si en la patria de Guianeya no sabían la existencia de la Tierra, no había ninguna probabilidad de que saliera una nave cósmica. Se excluía el hallazgo casual de un planeta en los espacios dol universo, y además aquel que se necesitaba.

Las probabilidades para tal casualidad eran completamente nulas.

Esto apenaba y al mismo tiempo irritaba. Se quería involuntariamente que en lugar de Guianeya se hubiera encontrado en la Tierra una persona más informada.

— ¡Si Riyagueya estuviera aquí! — dijeron los científicos.

Entonces, claro está, la comunicación entre los dos mundos no estaría rota como ahora.

Pero esto no podía cambiarse o corregirse. Así era y había que conformarse.

El sueño secular de establecer, al fin, comunicación con los habitantes de otros mundos, amenazaba con quedarse, durante un tiempo indeterminado, como antes, en sueño.

— Suerte que por lo menos es agradable mirar a esta representante de otro mundo racional — bromeaban en la Tierra —. Podría haber sido un monstruo.

Era el único consuelo.

Pasaron diez minutos más.

Ya varias decenas de personas miraban con alarma el mar, buscando con prismáticos a la desaparecida Guianeya. Murátov y García habían recibido una lancha y se preparaban para buscar a la muchacha.

— ¡Ahí está! — dijo Marina con alivio, que fue la primera que vio a la fugitiva.

La negra cabellera que ondeaba con los movimientos de la nadadora se acercaba rápidamente hacia la orilla. Guianeya nadaba con su estilo peculiar. No se observaba cansancio en ella después de casi hora y media de nado. Las manos verdosas cortaban con uniformidad y energía el agua.

Cuando salió del agua nadie pudo observar una respiración agitada. Parecía como si no hubiera hecho nada.

— ¡Nos tenía muy intranquilos! — dijo Marina.

Guianeya se sonrió.

— He nadado muy lejos — dijo con una voz en la que no se notaba la menor alteración —.

Quiería haber alcanzado el barco blanco, pero no he podido. Después me puse a pensar y me olvidé de que ustedes me esperaban. ¡Perdónenme!

Se dejó caer sobre los guijarros que mezclados con la arena cubrían la playa. En este acto tampoco se vio que estuviera cansada.

— ¿En qué pensaba usted? — preguntó García.

El joven ingeniero tenía una simpatía particular hacia Guianeya. Esta simpatía que rayaba en el enamoramiento, sirvió de motivo para frecuentes bromas.

Guianeya se volvió hacia Murátov.

— Estoy apenada — dijo ella, y Víktor captó inmediatamente en su tono una nueva nota.

La miró a los ojos. No había lágrimas en ellos pero se sentían en sus palabras —. Me acordaba de mis padres, de mis hermanas, de mis hermanos. Y son grandes los deseos que tengo de verlos.

No se dirigió a García para contestar la pregunta, pero éste no se ofendió. Todos sabían muy bien que Guianeya se dirigía sólo a Murátov cuando la pregunta le aprecia muy importante.

— Pero esto nunca se realizará — añadió Guianeya.

¡Pobre muchacha, estaba ignorante de todo!

— Temo que sea así — contestó con suavidad Murátov —. Haríamos todo lo posible para que usted tenga la posibilidad de regresar, pero usted misma no sabe dónde se encuentra su segunda patria. A lo mejor sale de allí hacia la Tierra una nave más.

— Tenía que haber salido — dijo inesperamente Guianeya —. Pero en el último momento se decidió no enviarla.

— Sus compatriotas pueden haberlo vuelto a pensar. Oiga, Guianeya — Murátov quería aliviar sus penosos pensamientos —, ¿por qué precisamente usted fue elegido como traductora? ¿Es que sólo usted sabía español?

— Lo sabe bien mi padre — dijo Guianeya — pero ya es viejo para volar por segunda vez a la Tierra y yo era la que mejor aprendí este idioma.

— ¿Su padre estuvo en la Tierra?

— Tomó parte en el primer vuelo, en el que fue encontrado su planeta.

— ¿Estuvo mucho tiempo en la Tierra?

— Exactamente no lo sé, pero me parece que mucho. Mi padre tuvo tiempo de aprenderlo bien.

— ¿Cuándo tuvo lugar esto?

Raúl y Marina aguzaron el oído al escuchar esta pregunta que hacía tanto tiempo interesaba a todos. ¿Respondería Guianeya?

— Les parecerá a ustedes raro — dijo Guianeya — pero no lo sé. En los vuelos cósmicos es muy difícil comprender la marcha del tiempo. Pero me parece que, calculando según los años de ustedes, esto tuvo que tener lugar aproximadamente hace medio siglo.

— ¿Qué? — Murátov se levantó fuertemente emocionado —. ¿No se equivoca usted, Guianeya?

— Pienso que no me equivoco. ¿Qué es lo que le asombra a usted?

— No, nada. Pensábamos que esto había sucedido mucho antes.

La respuesta de Guianeya derrumbó en un instante todo el edificio de conjeturas e hipótesis levantado por las personas. Parecía indudable que los compatriotas de Guianeya habían estado en la Tierra durante la Edad Media. Era difícil concebir que nadie los hubiera notado en los últimos tiempos. ¡Medio siglo! Esto significaba que una nave extraña descendió en la Tierra en los últimos veinticinco años del siglo veinte, en la época del socialismo y del florecimiento impetuoso de la cosmonáutica. ¡Increíble!

— Vamos a aclarar las cosas — dijo Murátov, intentando ocultar a Guianeya su emoción creciente —. No tenemos nada que hacer y podemos dedicarnos un poco a las matemáticas. ¿Cuántos años tenía usted cuando su padre voló a la Tierra?

— Ninguno — sonrió Guianeya —. No había tenido tiempo de nacer.

Esto dificultaba el problema.

— Bien, ¿pero cuántos años tenía su padre?

— No lo sé.

— Pero, por ejemplo, su madre, tenía que recordar cuánto tiempo estuvo ausente.