No sería suficiente tener la imaginación más perspicaz para poder sospechar la verdad.
En la Tierra estaban perplejos. La nave gigantesca — su longitud era de medio kilómetro — al «empantanarse» cerca de la Tierra gastaba tiempo y energía inútilmente. De ella no se desprendía ninguna radiación.
El que la nave no hubiera caído en la Tierra testimoniaba que funcionaban las instalaciones de freno. Mantener, cerca de un cuerpo celeste tan grande como la Tierra, en un mismo sitio, un gigante de este tipo costaba un gasto colosal de energía.
Y surgió la idea de que había ocurrido una nueva tragedia, de que la tripulación de la nave estaba muerta.
¿Qué podía haber conducido a este final el vuelo interestelar? ¿Un segundo Riyagueya?
Urgentemente consultaron a Guianeya. Confirmó sus palabras de que la segunda nave, que era exactamente igual que la primera, estaba preparada para el vuelo, pero que después se decidió que saliera sólo una. Ignoraba lo que pudo hacer cambiar esta decisión.
Existían ahora muchos más fundamentos para llevar a cabo el plan trazado.
Pero para esto era necesario convencerse de que no era peligrosa la aproximación de la nave, de que en ella no había instalaciones defensivas, parecidas a las que tenían los satélites.
Las astronaves que acompañaban al «huésped» recibieron la orden de comprobar esto.
Cuatro robotsexploradores se aproximaron desde diferentes partes al advenedizo del cosmos y sin obstáculo tocaron su superficie.
No tuvo lugar aniquilación. ¡La nave no tenía instalaciones de defensa!
En las pantallas de los cuadros de mando de las astronaves surgieron los contornos difusos de lo que se encontraba dentro del «huésped»…
¡Y una nueva sorpesa!
La transmisión de uno de los robots que se encontraba en la parte media de la nave cósmica, mostró claramente que algo se movía dentro…
¡Este «algo» recordaba a seres vivos, a personas!
Había que desechar la suposición anterior, ¡la tripulación estaba viva!
Todo esto puso al Instituto de cosmonáutica en un callejón sin salida. ¿Qué significaba la absurda conducta de los forasteros? No se podía concebir, que en la nave que había realizado un vuelo interestelar, se encontraran personas que no tuvieran idea de las leyes de la mecánica estelar, que no se dieran cuenta de sus actos.
¡Pero por lo que se veía resultaba así!
No cabía lugar para dudas.
¡Instalaciones defensivas no existían, la aproximación a la nave no ofrecía ningún peligro!
— Les ayudaremos a tomar una decisión — dijo Szabo.
Salió de la Tierra la misma escuadrilla que en algún tiempo dirigió Murátov. Ya hace tiempo que estaba preparada con el fin de convertir un asteroide más en estación científica cósmica. No se tenía grandes deseos de gastar energía en un objetivo no previsto, pero no quedaba otro remedio.
La potencia de la escuadrilla, que hizo cambiar la órbita de Hermes, era más que suficiente.
Las naves eran muy pequeñas en comparación con el gigantesco advenedizo, pero eran ocho. Por cuatro partes se acercaron al «huésped», dos por cada una, y se pegaron a su bordo. La nave era invisible incluso desde cerca, pero se distinguía bien como una «hendidura» negra en el cosmos, en el fondo estelar.
Potentes imanes adhirieron las naves al advenedizo formando un todo único.
La nave fue apresada y ya no podía desprenderse.
Inmediatamente se puso en claro que los motores de la nave advenediza repelían la atracción de la Tierra.
Había sido cumplida la primera parte de la operación planeada pero se planteaba la cuestión de ¿cómo obrar en lo sucesivo?
Sin duda alguna la fuerza de las ocho astronaves podría vencer la fuerza de los motores de la nave. ¿Pero qué pasaría en la Tierra después del aterrizaje?
¿Se detendrían los motores de la nave o continuarían funcionando inútilmente?
La actitud del «huésped» cerca de la Tierra era lo suficientemente inconcebible para que esta pregunta no se hiciera en balde.
Sería ridículo sujetar la nave con cadenas al cohetódromo. ¿Y, además, qué cadenas podrían mantener sujetada una nave cósmica de tales dimensiones?
El comandante de la escuadrilla comunicó sus dudas al estado mayor de la operación, donde no pensaron mucho tiempo.
Los aparatos automáticos del huésped — estaba claro que en el momento actual dirigían la nave no personas sino aparatos — resultaron «sensatos». Claro está que los aparatos terrestres, correspondientes a los de la nave, eran «más inteligentes» y no hubieran permitido un gasto inútil de energía, pero a pesar de todo obraban con una cierta lógica, si les había sido incluido en el programa la orden de esperar al arribar a otro planeta.
Esto significaba que al «sentir» tierra debían detener los motores.
Szabo contestó en este sentido al jefe de la escuadrilla.
Las ocho naves cambiaron su plan. ¿Para qué oponer resistencia a los motores de «huésped», si se les podía utilizar?
Las personas de la Tierra querían comprobar, además, cuan «sensatos» eran los aparatos automáticos del advenedizo.
La nave podía conducirse hacia la Tierra con la proa hacia adelante. Entonces, sus motores, si funcionaban como antes, no lo impedirían sino todo lo contrario, ayudarían.
Pero si ellos comenzaban a funcionar en dirección contraria, entonces habría que emplear la fuerza aunque era una pena gastar tanta energía.
Resultó que el «juicio» de la nave de los huéspedes era más perfecto de lo que se suponía.
Apenas se empezó a remolcarlo cuando los motores del huésped dejaron de funcionar por completo. El «cerebro», por lo visto, sintió y «comprendió» que a la nave la gobernaban desde afuera.
Era posible que no hubiera comprendido nada, sino que fuera corriente un aterrizaje de esta forma, teniendo en cuenta las gigantescas dimensiones de la nave.
Fuera lo que fuera esto no tenía ya gran importancia; el «huésped» no ofreció resistencia y después de hora y media aterrizaron las ocho naves de la escuadrilla en el cohetódromo de los Pirineos, completamente libre de todos los cohetes. Entre ellos se encontraba algo parecido a un espectro.
El cuerpo gigantesco tapaba todo lo que se encontraba tras él, pero era absolutamente invisible, parecía un vacío opaco.
Por primera vez veían las personas de la Tierra tal espectáculo.
Recibieron al forastero sólo los empleados del servicio cósmico. Una precaución elemental obligó a cerrar el cohetódromo para los ajenos. Se hizo una excepción sólo para dos personas: Murátov y Guianeya.
Se separaron las naves auxiliares y volaron hacia el extremo del cohetódromo. Quedó solo el huésped.
Era necesario hacerlo visible. La «visión» en todos sus aspectos no era muy agradable.
Nadie salía de la nave. Los aparatos acústicos no captaban ningún sonido dentro de él.
Los aparatos teleradiográficos, que se acercaron inmediatamente, no registraron ningún movimiento.
¿Por qué ahora había cesado lo que se vio en las pantallas de la escuadrilla?
Parecía como si se hubieran ocultado los que se encontraban dentro de la nave.
Las personas de la Tierra no temían ninguna amenaza, ya que la nave aquí no podía causar un gran daño, debido a que se encontraba en poder comlpeto de los amos del planeta. Pero la ausencia de movimiento producía la impresión de que pudiera existir alguna amenaza.
La tripulación de la nave debía comprender que había sido hecha prisonera. ¿Cómo obraría el comandante?