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Si pensaba elevarse y salir volando, esto no le salvaría. Cuatro astronaves de la escolta que no habían descendido a la tierra, estaban sobre el cohetódromo a una gran altura vigilando atentamente al huésped. En caso de que intentara huir sería destruido inmediatamente.

Las personas se esforzaban vanamente en averiguar qué es lo que pasaba ahora dentro de la nave.

Lo mismo que antes, nadie, incluso Guianeya, podían sospechar en lo más mínimo la situación real de las cosas.

9

Merigo y sus tres camaradas no observaron y tampoco sintieron la disminución de la velocidad del vuelo. No sabían lo que pasaba con su nave, no sospechaban que había terminado su largo y atormentador viaje, que habían alcanzado felizmente el objetivo.

El intento descabellado, que nunca podría haber emprendido una persona que dominara la técnica fue coronado con éxito gracias a una serie de casualidades. Pero esto tampoco lo sabían ellos.

Una de las casualidades fue el que los cuatro hubieran quedado vivos. Su ingenuidad los hizo pensar que el camino al otro planeta era corto.

Y si en la astionave de los «odiados» no hubiera existido un depósito de víveres, si esta nave, que estaba preparada para volar tras la primera, la hubieran descargado de todo, entonces los cuatro hubieran muerto de hambre, y si hubieran retirado el agua preparada para las piscinas los cuatro hubieran muerto de sed.

Y hubieran quedado para simpre en el cosmos, si hubiera ocurrido la más pequeña avería en los aparatos de dirección, ya que si hubieran sonado las señales de alarma ninguno de los cuatro hubiera podido arreglar la avería, porque ni tan siquiera comprendían el significado de estas señales.

Y otras muchas más cosas hubieran podido surgir en su camino.

Los cuatro habían realizado un vuelo cósmico, que sin duda alguna era único e inigualable en la historia de cualquier planeta.

Podrían estar orgullosos, pero para esto era necesario comprender la importancia de su hazaña. Ellos no comprendían nada e incluso no pensaban en que habían realizado una proeza valiente, abnegada y humana.

No sabían que su viaje había terminado, y al sentir un pequeño choque en el aterrizaje, no comprendieron lo que esto significaba.

No hubo ningún cambio de la fuerza de gravedad dentro de la nave e incluso ahora no sintieron ningún cambio en su peso.

Nada les podía indicar que la nave había terminado su vuelo, que estaba inmóvil sobre el planeta, y probablemente hubieran estado durante mucho tiempo sin conocer esto hasta que las personas de la Tierra no se presentaran ante ellos.

Pero los «odiados» habían pensado por ellos.

Inesperadamente para los cuatro parecían desaparecer las paredes del local central donde se encontraban. Ante los cuatro se presentó un cuadro incomprensible y asombroso.

Esperaban ver en el planeta hacia donde volaron, bosques espesos, chozas de los habitantes, un mundo parecido al suyo.

La nave estaba en el centro de un enorme campo, desprovisto de vegetación y singularmente plano, como una meseta de montaña. En el horizonte se levantaban edificios fantásticos, que en cierto grado se asemejaban a los edificios erigidos por los «odiados» en su planeta. Unas máquinas se aproximaban por todas partes. Eran también parecidas a las de los «odiados» pero tenían una forma un poco distinta. En ellas venían personas a las que se podía ver perfectamente.

Los cuatro, llenos de desesperación, cayeron al suelo.

«Los odiados»!..

La nave les llevó no a donde ellos querían. ¡Estaban en el planeta de los «odiados», en su patria!

¡Todo fracasó, todos los planes se derrumbaron!

Los cuatro yacían sin movimiento, resignados con su suerte, conformes con su aciago fracaso. ¡Que vengan y hagan lo que quieran!

Para los cuatro la vida no tenía ya ningún valor.

El primero que volvió en sí fue Vego, el más viejo de los cuatro.

— Es necesario que destruyamos el contenido del cajón amarillo — dijo — antes que los «odiados» aparezcan aquí. Nos han engañado. La nave debíia volar no donde voló la primera. Pero aquí no saben nada. Callaos, hagan lo que hagan con vosotros.

— Callaremos, pase lo que pase — respondieron los tres.

No duró mucho tiempo el pintar de color gris el cuerpo invisible. Potentes pulverizadores realizaron esta labor en media hora.

Ante los ojos de las personas se elevaba como una montaña el cuerpo colosal del gigante cósmico de una longitud de quinientos metros. Tema una forma alargada, nervada, con abultamientos en sus extremos. No se veía nada que pudiera parecerse a toberas. Por lo visto la nave no era de reacción.

— Es la misma — dijo Guianeya — que tenía que haber volado después de nosotros, pero decidieron no enviarla. ¡Qué raro! ¿Por qué está aquí?

— ¿La suya era igual? — preguntó Murátov.

— Las dos eran completamente iguales. Esperaron pacientemente más de una hora.

Pero nadie salía de la nave.

— ¿La entrada se puede abrir desde afuera? — preguntó Stone.

— Sí.

Las dos frases las tradujo Murátov.

— Tenemos que entrar nosotros mismos — propuso Szabo —. A lo mejor la tripulación de la nave necesita nuestra ayuda.

— Abriremos la entrada — dijo Matthews — y esperaremos. Es posible que la composición del aire en el interior de la nave se diferencie de la terrestre. Es necesario hacer una desinfección.

— Sin duda alguna — acordó Stone —. ¿Pero se podrán abrir las dos puertas? Porque probablemente existe una cámara de salida.

Guianeya confirmó que existía la cámara de salida y que las dos puertas, una exterior y otra interior, no se podían abrir simultáneamente.

— Pero la defensa — añadió — es automática. No puede penetrar nada nocivo ni en la nave, ni salir de ella. Todo lo que entra o sale se vuelve inofensivo. Nada tienen que temer. El aire interior en nada se diferencia del de ustedes.

— ¿Cómo proceder? — preguntó Matthews. Las palabras de Guianeya no convencieron a nadie.

— Se pueden introducir en la nave robotsdesinfectadores — dijo Stone —. Pero hacen falta muchos. Habrá que esperar mucho hasta que los traigan.

— En las naves cósmicas es corriente que el aire esté destilado — señaló Leschinski.

— Sí, pero no tenemos la seguridad de que en ésta sea así.

La situación resultaba difícil. Era arriesgado entrar en la nave incluso con escafandra, teniendo en cuenta la defensa de que había hablado Guianeya. Los microbios de la atmósfera de la nave podían resultar peligrosos para las personas. Quién sabía si sería efectiva la segunda desinfección al salir de la nave. Incluso algunos microbios, de un planeta extraño, que penetraran en la atmósfera de la Tierra podrían ocasionar una epidemia de alguna enfermedad desconocida.

Pero no amenazaba ningún peligro a los que se encontraban dentro de la nave. Prueba de ello era Guianeya que no había enfermado de nada en la Tierra.

Claro que la tripulación no lo podía saber y es posible que por eso no saliera.

— Estarán realizando el análisis de nuestra atmósfera — supuso Murátov —. Pero esto durará mucho. Creo que debemos de mostrarles a Guianeya. Sin duda ellos ven lo que pasa en el exterior. Que Guianeya escriba con letras grandes en una hoja de papeclass="underline"

«¡Salgan! ¡No hay ningún peligro!» — y que se acerque con esta hoja a la portilla. Creo que ella debe de saber dónde se encuentra.

La idea de Murátov gustó a todos.

— Propóngaselo a ella — dijo Stone. Guianeya accedió con gusto.

Una persona se dirigió al cosmodromo para traer papel y pinturas.

— Pero su salida — dijo Szabo — es también peligrosa para nosotros, si no se desinfectan perfectamente en la cámara de salida.