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— Todo esto es verdad — dijo Murátov con acento de despecho —. Pero usted habla constantemente de ¡parecido, parecido! ¡Pero aquí no se trata de parecido, sino de una absoluta identidad! No creo que se pueda considerar como una diferencia decisiva el color verdoso de la piel. En la Tierra existen más grandes diferencias entre las razas.

Leguerier se encogió de hombros.

— Me asombra — dijo — la causa de su atavismo. Usted repite inconscientemente todo lo que hablaron y escribieron hace decenas de años. Entonces esto era comprensible.

Estaban todavía muy próximos los siglos de dominación de las creencias religiosas. La persona se consideraba a sí misma como algo extraordinario en la naturaleza. Era difícil concebir que pudiera existir en algún sitio algo tan «perfecto», un ser a semejanza de Dios, como el hombre en la Tierra. De aquí parte la teoría sobre la posibilidad de la naturaleza para crear formas infinitas, receptáculos para el cerebro. Subrayo, crear en condiciones semejantes. Si mantenemos firmemente el punto de vista de que el hombre ha sido creado por la naturaleza, entonces no es difícil comprender que la naturaleza creará una cosa igual en todos los lugares donde las condiciones sean semejantes. La naturaleza no razona, actúa, si se puede decir así, «intuitivamente», actúa sencillamente, y lo que es más importante, según sus leyes.

— No comprende lo que quiero — dijo Murátov —. Todo lo que usted dice yo lo sé.

— A usted le desconcierta el que Guianeya sea una copia de la mujer terrestre, y, además, de la mujer blanca. ¿No es así? Analicemos la cuestión desde otro punto de vista. Cambiemos los papeles. Supongamos que no ellos, sino nosotros, investigáramos el espacio alrededor de nuestro sistema planetario y encontrásemos algunos mundos habitados. Supongamos que los habitantes de estos mundos son diferentes exteriormente. Que hubiera no completamente parecidos y parecidos a nosotros. Y también completamente idénticos. ¿Con quién nos relacionaríamos primero? ¿Con quién tendríamos el primer encuentro?

— En la Tierra hay varias razas.

— Completamente cierto. Es natural que entre semejantes se puedan comprender.

Guianeya pertenece a una humanidad o parte de una humanidad que tiene la envoltura exterior del cerebro semejante a la de la Tierra, además tienen el mayor parecido con las personas de la raza blanca de la Tierra.

– ¿Es decir, esto es una casualidad?

— Sí, pero una casualidad sujeta a leyes y natural. Yo no veo nada de particular aquí.

Es más, me hubiera asombrado mucho, si hubiera ocurrido de otra forma.

– ¿Es decir, según usted, ellos podían elegir?

— Algo parecido. Pero puede ocurrir, claro está, que ellos no pudieran elegir.

Sencillamente, el primer planeta habitado que encontraron resultó que estaba poblado por personas iguales a ellos. Él hecho de que Guianeya respire con facilidad nuestro aire demuestra la semejanza de la Tierra con su patria. Y esta semejanza, según mi convencimiento profundo, no es una exclusión sino una ley de las regiones del universo próximas a nosotros. Hablo de las estrellas de la clase de nuestro Sol. No han sido hallados en otras estrellas sistemas planetarios. Por su parte sería completamente natural y lógico buscar mundos poblados en las cercanías de las estrellas más parecidas a su sol.

– ¿Usted piensa que su patria está en un lugar cercano?

— Esto se desprende de la suposición de que ellos fueron los que nos enviaron los exploradores. No se puede admitir que los enviaran de la Nebulosa de Andrómeda. A la fuerza tiene que existir un objetivo. Otra cosa sería si nosotros nos equivocamos y Guianeya no tiene nada que ver con los exploradores. Entonces podría proceder de cualquier sitio.

– ¿Gomo explica usted el matiz verdoso de su piel? — preguntó Murátov, deseando cambiar el tema en el que se sentía la superioridad de su interlocutor.

Leguerier se sonrió.

— Usted comprende que a esta pregunta no puedo contestar ahora — dijo Leguerier —.

La procedencia del matiz verdoso se aclarará cuando a Guianeya la ausculten los médicos. Si accede a ello.

– ¿Si accede? — preguntó con asombro Murátov —. ¿Cómo incluso se puede suponer la posibilidad de una negativa? Esto sería completamente absurdo por parte de un ser racional que fuera a otro planeta. ¿No puede dejar de comprender que la Tierra quiere conocer su organismo? Es su deber moral coadyuvar a esto. Leguerier calló unos minutos.

— Muy bien, Murátov — dijo a fin —. Estoy contento de que usted haya hablado de esto.

No he querido compartir con nadie mis observaciones, para no crear una impresión que pudiera resultar falsa. Pero ya que hemos tocado este tema… ¿Dígame, no ha observado nada de especial en la conducta de Guianeya?

— Sólo he notado que se mantiene con una tranquilidad asombrosa. Y esto no es natural en su situación.

— Sí, claro está. No es natural portarse como ella se ha portado al encontrarse en un mundo extraño, rodeada de personas extrañas no sólo a ella, sino a toda la humanidad a la que pertenece. Tiene usted razón. Pero me parece que hay otra cosa — Leguerier agitado comenzó a caminar por el camarote —. Quisiera que usted me demostrara que no estoy en lo cierto. Voy a hablar sin rodeos. ¿No le parece a usted que Guianeya se mantiene no tranquila, sino con altivez?

Murátov se estremeció. Todo lo que había dicho Leguerier coincidía con sus propios pensamientos. Le parecía, cada vez con más insistencia, que en la conducta de la extranjera influía la conciencia de su superioridad sobre los que le rodeaban, pero se esforzaba por no dejarse vencer por esta impresión.

— Sí — contestó Murátov —, me ha parecido esto más de una vez. Pero puede ser que no es altivez porque no hay ningún motivo para ello, sino que sea la manera propia de portarse estas personas, puesto que no son como las de la Tierra. — Es posible. No las conocemos. Pero con una coincidencia exterior tan completa, no sólo en el cuerpo, sino incluso en el vestido, la psíquica debe ser también igual. Pero dejemos esto. ¿Por qué ella ha considerada como obligatorias todas nuestras atenciones? No ha mostrado ni el menos gesto de agradecimiento. Recuerde, cuando Weston repitió la palabra «Guianeya», dicha por ella, suponiendo que esto era un saludo, entonces irguió la cabeza con orgullo, precisamente con orgullo, y repitió de nuevo la palabra indicándose a sí misma. Esta palabra significaba su nombre, y lo hizo esto de tal manera como si la incomprensión fuera una ofensa. ¿Acaso a las personas de la Tierra que por primera vez se encuentren con los habitantes de un mundo extraño, lo primero que les puede venir a la cabeza es dar su nombre? Me parece que esto es precisamente una muestra de altivez, de la conciencia de su superioridad. Bueno, supongamos que esto entre ellos sea así. Otro hecho cuando nuestro médico, cumpliendo el programa de defensa biológica, le propuso que se metiera en la piscina, lo comprendió perfectamente y cumplió sin discutir lo indicado, desnudándose delante de todos sin esperar a que salieran. Dígame ¿es que en su mundo no hay pudor y esto también es hábito en ellos? Contrapongamos esto con otros hechos. Se presentó ante nosotros con un vestido de mujer, y el corte de este vestido de ninguna forma indica la inexistencia en su mundo de virtudes femeninas como la coquetería y el pudor. Recuerde, la espalda estaba completamente descubierta por el vestido pero cubierta por la cabellera. Esto es muy característico. Incluso a la mujer más coqueta de la Tierra no se le ocurre presentarse en un mundo extraño vestida de tal forma. ¿Por qué ella no llevaba un traje de astronauta? ¿Por qué ha considerado necesario mostrarse ante nosotros «en todo el esplendor de su belleza»? Y después de esto desnudarse ante todos. En esto es oportuno recordar los tiempos ancestrales cuando las patricias romanas se desnudaban ante sus esclavos, no considerándolos personas.