— Cae usted en contradicciones — dijo Murátov —. ¿Si ella no nos considera iguales para qué entonces «asombrarnos» con el «esplendor de su belleza», como usted dice?
— Ninguna contradicción. Todo lo contrario. Se ha presentado ante nosotros no un astronauta de filas, sino precisamente la «señora». Este es, según mi criterio, el motivo de su conducta.
— La señora — repitió Muratov —. ¿Acaso en un mundo, donde la técnica ha llegado hasta los vuelos interestelares, se pueden conservar los conceptos de «señor» y «esclavo»? Usted se equivoca, Leguerier. Todo esto se puede explicar de una manera más sencilla, en una palabra: costumbres. Diferentes a las nuestras y por eso incomprensibles para nosotros.
— Para mí será una alegría si esto es así. Pero no tengo la menor duda de que su psicología es afín a la nuestra, ante una semejanza tan grande de otra forma no puede ser. Suponga que se pone usted en su lugar. Ha dado usted su nombre: Víktor, y de repente le comienzan a llamar, por ejemplo, Viko. ¿No lo corregiría? ¿Y ella, qué hizo?
Weston y después nuestro médico al dirigirse a ella pronunciaron su nombre «Guineya» en vez de «Guianeya». ¿Cómo respondió? Sonriéndose, y es más, sonriéndose despectivamente y no corrigiéndolo. Le importó poco. A los seres inferiores no se les puede exigir una pronunciación correcta.
— Se apasiona, Leguerier. En parte estoy de acuerdo con usted. Es cierto que ella tiene conciencia de su superioridad. Este sentimiento en realidad existe en ella. Pero no hay ningún fundamento para que nos trate como a seres inferiores. Es posible que piense que para nosotros es difícil pronunciar Guianeya. Si en un planeta extraño me llamaran Viko, yo no exigiría una pronunciación correcta. ¿Acaso no es lo mismo, si para ellos es más fácil?
— Cualquier hecho se puede explicar con diferentes puntos de vista. Pero en su conjunto ofrecen un cuadro determinado, que es difícil explicar como nosotros quisiéramos. ¡Veremos! A su tiempo se aclarará todo esto. Siento mucho — añadió Leguerier, dando un giro brusco a la conversación — el no estar presente en su llegada a la Tierra. ¿Cómo se comportará? ¿Cuándo salen ustedes?
— Mañana. Es decir, dentro de veinticuatro horas. Es mejor así porque no existen los días. Jansen considera que Guianeya durante estos dos días ya se ha acostumbrado lo suficiente a nuestras comidas. A propósito, ¿no es raro que ella tan a gusto, y sin temor, aceptó la invitación a desayunar?
— Esto es una prueba más de la justeza de su hipótesis, Murátov. Pertenece a aquellos que lanzaron hacia nosotros sus exploradores. Y ellos conocen la Tierra, su atmósfera, sus personas, y también nuestra alimentación.
— Y además no le quedaba más remedio si no quería morirse de hambre — dijo pensativamente Murátov.
10
El radiograma de Hermes comunicando la aparición de Guianeya, y las circunstancias que precedieron a ello, como era de esperar, agitaron a toda la población del globo terráqueo.
Se esperaba con enorme impaciencia el regreso de la escuadrilla.
Las instalaciones de radio automáticas recibían enorme cantidad de radiogramas de la Tierra, Marte, Venus, de todas las partes donde había personas, saludando a Guianeya.
Toda la humanidad acogía con entusiasmo su llegada, ¡la llegada a la Tierra del primer representante de otro mundo racional!
La acogida prometía transformarse en una grandiosa manifestación.
Le mostraban a Guianeya montones de radiogramas, esforzándose por explicarle con gestos que estaban dirigidos a ella y que la esperaban con impaciencia en la Tierra.
¿Había comprendido? A todos les parecía que había comprendido, pero exteriormente manifestaba indiferencia.
El comunicado de que ella tenía que volar a la Tierra, lo recibió la enigmática huésped con la misma indiferencia.
La explicación la hizo Weston. Indico a Guianeya en una carta estelar, especialmente dibujada para esto, el círculo que designaba a Hermes y después la Tierra. Comprendió claramente sus gestos. Después el ingeniero dibujó una flecha, signo que era difícil que no comprendiera cualquier ser pensante, sobre todo un astronauta. La punta de la flecha se apoyaba en la Tierra.
Guianeya miró a Leguerier que estaba al lado. Después hizo un gesto suave con la mano, muy expresivo, que podía sólo significar: «¡Volemos hacia allá!». No podía caber ningún error en el significado de este gesto. Cada pequenez en la conducta de la huésped provocaba una atención constante. Todos observaron que aunque la explicación la dio Weston, Guianeya «se dirigía» exclusivamente a Leguerier. ¿Era posible que hubiera acertado que era el jefe? En la conducta del jefe de la expedición no había nada que le hiciera destacar de los demás. Parecía que nada podía haber indicado esto a Guianeya, y sin embargo acertó sin vacilación ninguna.
Este hecho raro le recordó a Murátov la conversación que había tenido con Leguerier.
La conducta de Guianeya era como la confirmación de las palabras del científico francés.
La huésped se vio obligada a dirigirse a alguien y eligió al jefe de la expedición ignorando a los demás.
«¿Cómo ha podido acertar que Leguerier es el jefe?», pensó Murátov.
A Roald Jansen — astrónomo, médico y biólogo — que cumplía en Hermes las funciones de médico, le intranquilizó mucho el futuro viaje de Guianeya a la Tierra.
— Aquí — decía — el aire es puro. No hay ni un solo microbio. Sin embargo, en la Tierra los hay. ¿Cómo influirá esto en el organismo de Guianeya?
¿No se enfermará nada más llegar?
Sobre este tema se celebró una conversación especial con la Tierra, donde compartían los temores de Jansen.
Guianeya no tenía a dónde ir. Era imposible que se quedara en Hermes. No quedaba por lo tanto ninguna otra solución que enviarla a la Tierra.
Parecía que todo estaba claro.
Pero nadie quería actuar sin conocimiento de Guianeya. Estaba de acuerdo en volar pero era necesario explicarle el peligro amenazante. Era posible que no lo supiera, que no sospechara el riesgo tan grande que tenía que pasar al llegar a la Tierra.
Se decidió conocer a toda costa el criterio de la huésped.
¿Pero cómo hacerlo?
— No tenemos otro camino — dijo Jansen — que explicárselo por medio de dibujos, esquemas y tablas biológicas: el metabolismo, la respiración, etc. Si conoce la biología lo comprenderá, si no la conoce no se enterará de nada. El camarada Weston dibuja muy bien y le pido que prepare algunos dibujos según mis indicaciones. Después, probaremos.
— Pienso que estas explicaciones deben darlas dos — dijo Leguerier —: yo y Jansen. A los demás les ruego que no estén presentes: Hay que tener en cuenta la posibilidad de que Guianeya no comprenda y hay que compadecerse de su amor propio.
El experimento se realizó en vísperas del vuelo.
– ¡Qué hacer si Guianeya comprende y renuncia a volar a la Tierra? — preguntó Murátov en el mismo momento cuando Leguerier y Jansen se disponían a visitar a la huésped.
A Guianeya le habían dejado el camarote de uno de los astrónomos y casi no salía para nada.
— Lo comunicaremos a la Tierra — contestó Leguerier —. Pero pienso que no podrá negarse. Tendrá que comprender que no tenemos otra solución.
— Puede suceder también — añadió Jansen — que Guianeya tenga que andar en la Tierra con escafandra, y vivir en un local especial con aire destilado.