Tuvieron lugar las últimas despedidas apresuradas y la puerta exterior se cerró. En la cámara quedaron Murátov, dos ingenieros de la escuadrilla y Guianeya.
Las personas se pusieron rápidamente sus escafandras. Leguerier decidió sacrificar el aire de la cámara y abrir la puerta exterior sin bombearlo.
Murátov sujetó la última banda. Guianeya ahora sólo podía respirar una cantidad ínfima de oxígeno que quedaba dentro de la escafandra.
«¿Y si nos hemos equivocado y la escafandra no está herméticamente cerrada?», esta pregunta alarmante cruzó por la imaginación.
No había tiempo para reflexionar.
El golpe convenido en la puerta interior… se abrió la puerta exterior. Inmediatamente se formó en la cámara el vacío completo.
Guianeya estaba tranquila. ¡Todo en orden!
Murátov decidió de antemano como obrar. Aunque en Mermes, gracias a la casi inexistencia de gravedad, no era difícil trepar por las rocas, todo esto exigía un gasto de energía muscular y como consecuencia de oxígeno.
Cogió a Guianeya en los brazos y subió casi corriendo por la pendiente escarpada del embudo. Murátov conocía bien el camino, decenas de veces lo había recorrido.
¿Cómo reaccionaría Guianeya ante esta «violencia» inesperada para ella? Murátov no sintió ninguna resistencia por parte de ella, incluso le pareció que se apretaba a su pecho facilitándole la tarea.
A la mitad del camino trasladó su carga a uno de sus acompañantes. Llegaron a las naves en menos de cinco minutos.
La cámara exterior de la astronave, que estaba ya abierta, se cerró en cuanto se encontraron dentro. La escalera fue retirada. Rápidamente la cámara se llenó de aire.
Esta vez se decidió, como medida de exclusión, no realizar la «limpieza» obligatoria.
Peligro casi no había, ya que en Hermes no existía atmósfera. Lo único que podían llevar consigo era el polvo en las botas de las escafandras. Pero podía hacerse inofensivo en el interior de la cámara después de llenarla de aire.
Murátov se acercó a Guianeya para ayudarla a quitarse la escafandra, pero la muchacha le apartó con un suave movimiento de la mano y se la quitó ella misma.
Sus grandes ojos negros miraban con una expresión no corriente la cara de Murátov.
Parecía que Guianeya quería decir o preguntar algo.
¿Qué significa esta fija mirada?
¿Sería de agradecimiento o, al contrario, de odio, por el trato sin ceremonias?
¿Cómo averiguar la expresión de la faz y el significado de la mirada en un ser casi en todo parecido al hombre de la Tierra, pero profundamente extraño?
11
El sharex corría velozmente entre los campos. En los mares dorados de los trigales, parecidos a islas, negreaban como cadenas alineadas los enormes vechelektros, torpes en apariencia. Sólo se podían ver aquellos que se encontraban lejos. Los cercanos a la vía pasaban fugaces a los ojos.
No se veía ni un alma.
El expreso se detenía con poca frecuencia. Cuando terminaban los campos, pasaba cerca de la ciudad o de un poblado obrero, y otra vez los infinitos campos dorados.
¡Ucrania!
Murátov todo el tiempo miraba por la ventana pero no veía nada.
Los cuadros de aquellos días inolvidables pasaban unos tras otros como una cinta cinematográfica en la pantalla invisible de su memoria…
… ¿Qué significó la mirada de Guianeya, allí, en la cámara de salida de la nave?
La huésped de un mundo extraño de una forma ostensible no permitía a nadie, incluso acercarse a ella, y Murátov inesperadamente la cogió en sus brazos, sin que ella ofreciera resistencia. Murátov recordaba perfectamente que Guianeya se apretó contra su pecho, probablemente para aliviarle el peso, y no protestó con nada. No podía dejar de comprender que lo hizo llevado por un sentimiento de preocupación por ella.
De ninguna manera la rara mirada de Guianeya podía reflejar odio. Después, durante los cuatro días que duró el viaje a la Tierra, Guianeya se dirigió varias veces a Murátov, como antes lo hacía con Leguerier.
Si ella se hubiera enfadado, si hubiera estado ofendida, podría ignorar a Murátov, lo mismo que hacía con todos en el asteroide, excepto con Leguerier. Podría haberse dirigido en caso de necesidad a Goglidze, ingeniero jefe de la escuadrilla, que se encontraba también en la astronave insignia.
Pero Guianeya «no prestó atención» ni a Goglidze, ni a ningún otro miembro de la tripulación, «reconoció» sólo a uno, sólo a Murátov.
¡Lógica incomprensible pero evidente!
¡Sólo se dirigía a los jefes!
¡En Hermes a Leguerier, en la astronave a Murátov! El resto, como si no existiera para Guianeya.
Era un hecho raro, muy raro, y muy difícil de encontrar una explicación verosímil.
«Orgullo y altivez», decía Leguerier.
¡No, no estaba en lo cierto! ¡No puede ser verdad! No puede concordar, de ninguna forma puede concordar, la altivez con una alta civilización, como la necesaria para llevar a cabo el vuelo interestelar realizado por Guianeya.
Se presentó a las personas en una nave cósmica que había volado de otro sistema planetario, y ¿quién podía decir en qué abismo del espacio se encontraba el Sol de su patria? Esta nave nadie la había visto, pero era sabido que era gigantesca, y superaba en mucho las dimensiones de lis terrestres. Y además poseía propiedades que todavía no las tenían las naves de la Tierra.
La técnica de la patria de Guianeya se debía encontrar a una gran altura. Y esta clase de técnica es inseparable de una alta organización de la sociedad de los habitantes racionales del planeta donde surja.
¿Cómo puede concordar esto con la explicación de Leguerier?
Pero refutarla era muy difícil. Guianeya con su conducta, considerada desde el punto de vista terreste, parecía que confirmaba el criterio del astrónomo francés.
¡Desde el punto de vista terrestre!
Murátov estaba convencido de que precisamente en esto se encierra el error. Desde el punto de vista de Guianeya todo esto podía considerarse de una forma completamente diferente.
Era interesante cómo determinó Guianeya quién de las personas que la rodeaban era el jefe. Ya hacía tiempo que había desaparecido en la Tierra la idea de que una persona pueda ser más importante que otra. Y no podía manifestarse ni en la conducta, ni en las relaciones mutuas un estado de subordinación. Todos se portaban igual, y sólo por las conversaciones se podía determinar el papel de cada persona en una situación determinada. Pero Guianeya no podía comprender el idioma de la Tierra. Y no podría comprenderlo incluso en el caso de que perteneciera a los que enviaron a la Tierra los satélitesexploradores. Ni tampoco aunque sus allegados hubieran desembarcado secretamente en la Tierra y hubieran conocido los idiomas existentes en ella. El personal del obsevatorio astronómico de Mermes y los miembros de la escuadrilla auxiliar hablaban en un nuevo idioma que se formó hace treinta años, y que, poco a poco, iba convirtiéndose en un idioma general. Guianeya no lo podía conocer. Se podía decir con toda seguridad que durante el último medio siglo nadie procedente de otro mundo hubiera podido visitar la Tierra sin haber sido notado. Para esto existía el «Servicio del Cosmos».
Murátov recordaba la llegaba de la escuadrilla a la Tierra. Aterrizó en el mismo cohetódromo de donde despegó. Recordaba la innumerable muchedumbre que los acogió. No eran miles, ni decenas de miles, fueron millones de personas las que vinieron aquí para recibir a Guianeya. La aparición en la Tierra del primer representante de otros seres se transformó en una fiesta de todo el planeta.