Выбрать главу

Esta grandiosa manifestación produjo una impresión imborrable en Murátov y sus acompañantes.

¿Qué impresión había producido en Guianeya?…

Guianeya no manifestó ningún interés hacia lo que la rodeaba desde el primer día de su aparición, en la cámara de salida del observatorio, incluso hasta en el aterrizaje de la astronave insignia en la Tierra. En cada movimiento, en cada mirada se traslucía una indiferencia rayana en la apatía. En siete días de estancia entre las personas de la Tierra sólo había hecho cuatro gestos significativos: rechazar la mano de Jansen cuando quería medir la temperatura de su cuerpo, renunciar a la ayuda de Murátov en la cámara de la astronave y mover dos veces la mano suavemente como si quisiera decir: «¡volemos!»

A esta corta lista se podía añadir un gesto de saludo: cuando levantó hasta el hombro la mano abierta.

¡Y más no hubo!

Con este mismo gesto respondió Guianeya saliendo de la nave bajo el cielo de la Tierra a las personas que la vinieron a recibir.

Se podía suponer, teniendo en cuenta la juventud de Guianeya, que ella pisaba por primera vez el suelo de otro mundo, que por primera vez veía a otras gentes, a otra naturaleza.

¡Y a pesar de esto ni el más pequeño síntoma de emoción!

Esto no era natural.

Los científicos decidieron después de largas vacilaciones, discusiones y debates, no aislar a Guianeya de la atmósfera de la Tierra. Era demasiada incomodidad la que se le ocasionaría a la huésped teniéndola encerrada en la escafandra. Si enfermara se le curaría, ya que no existía microbio contra el que no hubiera un remedio seguro. Además, la misma Guianeya, al parecer, no temía el contagio.

Y la muchacha de otro mundo se presentó ante las personas «en todo el esplendor de su belleza», como había dicho Leguerier, desde los pies a la cabeza vestida de «oro», con la hermosa cabellera azulnegra, destacándose perfectamente el tono verdoso de su piel.

Las pantallas instaladas en todas las partes, a muchos kilómetros del cohetódromo, la mostraron a todas las personas.

Todos sabían de qué forma poco corriente estaba vestida la huésped del cosmos, y a pesar de esto, al aparecer tan rara «cosmonauta», provocó exclamaciones de asombro que resonaron como un trueno.

Murátov observaba atentamente a Guianeya. En ausencia de Leguerier era la única persona que podía, aunque sólo fuera aproximadamente juzgar sus sentimientos por la expresión de su rostro.

Guianeya parecía tranquila e indiferente como siempre. Se detuvo al salir en el primer escalón de la escalera, levantó lentamente la mano hasta el hombro y la bajó con la misma lentitud. Su mirada estaba dirigida hacia adelante. Incluso no miró ni al enorme círculo que formaban las personas que vinieron a recibirla. Después bajó los ojos.

Abajo la esperaban los científicos, empleados del servicio cósmico, algunos operadores de la telecrónica y periodistas.

Y en este instante Murátov observó lo que posteriormente había servido de tema de largas e inútiles discusiones, de innumerables suposiciones y conjeturas.

Por la faz de Guianeya se deslizó un gesto. Sus ojos se agrandaron. Pero sólo fue un instante. Inmediatamente adoptó el inalterable aspecto habitual.

Pero Murátov no se equivocó. Los objetivos de las cámaras fotográficas y de televisión la habían registrado como él la había visto.

Estaba dispuesto a jurar que a Guianeya algo la había asombrado, que esperaba otra cosa distinta.

¡Es más! Vio y comprendió de repente que ante él se encontraba otra Guianeya, que había cambiado bruscamente todo su aspecto, la expresión de su cara. Que en estos siete días Guianeya se hallaba en un estado de tensa espectativa, y sólo ahora esta tensión había desaparecido y estaba tranquila.

¡De esto no cabía la menor duda!

Lo que él y sus camaradas habían aceptado como la faz corriente de Guianeya era una máscara. Sólo ahora había visto su verdadero rostro.

Y le emocionó profundamente la tranquilidad que se difundía por el semblante de la huésped, del que habían desaparecido, como por encanto, los rasgos de inmovilidad y dureza.

¡Cuál había sido la causa de este cambio? ¿La acogida cordial? Pero, ¡si Guianeya había sido acogida en Hermes como una amiga!

«¡Otra vez un enigma!», pensó Murátov un poco excitado, ya que no podía aguantar los enigmas.

Henry Stone se acercó a Guianeya y le tendió la mano.

¡Y de nuevo un enigma!

Guianeya no se retiró, como antes en estos casos. Dio su mano de largos y flexibles dedos, en los que brillaban como esmeraldas las uñas verdes, al presidente del consejo científico del Instituto de cosmonáutica. Entregó su mano, pero no apretó.

Esto no sorprendió a nadie. El estrechar la mano podía ser una cosa no corriente en otros mundos. Por lo visto no lo conocían en la patria de Guianeya.

Después de Stone se acercaron a ella dos muchachas. Murátov vio con asombro que una de ellas era su hermana menor. Pero en seguida comprendió por qué se encontraba aquí. Marina era funcionarla del Instituto de lingüística, y su acompañante debía de ser también lingüista. Por lo visto habían decidido presentar a Guianeya unas amigas que pudieran estudiar su idioma o intentar enseñar el terrestre a la huésped.

Marina se acercó a Guianeya. Levantó los brazos para abrazar a la muchacha de otro mundo.

Guianeya se apartó.

«¡Otra vez! — pensó Murátov —. Otra vez Guianeya concedió el honor de tocar su mano al jefe de los presentes. Claro que ahora no era difícil averiguarlo».

La parada del expreso interrumpió los recuerdos de Murátov. Tenía que apearse en esta estación.

Pero por la noche, ya acostado, volvió a sus recuerdos.

Estando enfrascado en estos pensamientos, experimentó una verdadera necesidad de recordar todo hasta el final. A decir verdad, no recordaba — nunca había olvidado los acontecimientos de aquellos días — sino revivía de nuevo todos los pensamientos, dudas y sentimientos que había despertado Guianeya.

Dentro de tres días se encontrarían, dentro de tres días vería de nuevo a la enigmática huésped, de nuevo tendría contacto con los secretos que la rodeaban, y que no se habían aclarado durante este año y medio.

Ahora podía hablar con ella. Claro está que solamente de las cosas más corrientes.

Pero esto era algo. Las trescientas palabras que él manejaba podían servir para algo si se las empleaba como es debido.

Murátov no dudaba de que Guianeya iba a hablar con él no como con los demás. Con seguridad más francamente. No en balde durante este tiempo la huésped había expresado más de una vez el deseo de entrevistarse con aquel que la había traído a la Tierra, y cuyo nombre no conocía.

Todos decían que entre Guianeya y Marina existía un parecido exterior, y que Murátov se parecía todavía más a la huésped de la Tierra. ¿Era posible que en esto consistiera la clara simpatía de Guianeya hacia su traductora, el deseo insistente de verse con él mismo? Entonces había más probabilidades de que Guianeya contestara a sus preguntas.

La huésped había cambiado mucho durante este tiempo. Y los cambios habían sido para mejorar. Sensiblemente se había hecho más sociable, no se apartaba de las personas, estrechaba la mano de aquellos que no le provocaban una antipatía incomprensible, como por ejemplo las personas de estatura pequeña, a las que, por lo visto, no podía soportar. Era más viva, más alegre, participaba con gusto en los juegos deportivos, comenzaba poco a poco a interesarse por la vida de la Tierra. Leguerier no la calificaría ahora de orgullosa y altiva.

Pero seguía guardando silencio en todo lo que se refería a su pasado, a la historia de su aparición en Hermes.

Precisamente ésta era la causa por la que Murátov esquivara la entrevista con ella.