Después de la llegada a la Tierra, Murátov abandonó en seguida a Guianeya. ¿Qué tenía que hacer junto a ella? Se reintegró a sus ocupaciones habituales. Pero durante todo el año y medio no perdió el interés hacia el extraordinario acontecimiento en el que desempeñó un papel tan grande. Observaba atentamente todo lo que se refería a Guianeya, sabía todo lo que hacía la huésped, incluso mejor que lo sabían otras personas. Esto era debido a que su hermana estaba con Guianeya y frecuentemente hablaba por radiófono con su hermano.
Al día siguiente después de la llegada, Guianeya supo explicar a Marina que quería cambiar su vestido, y le pidió que le confeccionaran uno como el que tenía, pero de color blanco.
Su deseo fue cumplido inmediatamente.
Desde entonces la huésped iba invariablemente siempre de blanco. Ni una sola vez se puso su vestido dorado pero lo tenía guardado cuidadosamente y lo llevaba a todas partes consigo.
Murátov incluyó este hecho en la lista ya bastante larga de enigmas que Guianeya había planteado a las personas de la Tierra.
¿De qué se trataba? ¿Cuál era la causa? ¿Por qué la huésped de una forma inesperada y apresurada se desprendió de su vestido dorado? ¿Era casual la elección del color blanco?
¿No guardaría esto relación con el cambio inexplicable que tuvo lugar en Guianeya cuando salió de la nave?
Era incontrovertible que no fue casual la aparición de Guianeya en Hermes con un vestido dorado. Esto tenía un sentido. ¿Cuál? Esto no se podía averiguar, no sabiendo en absoluto nada de las costumbres y tradiciones que existían en el desconocido mundo de Guianeya.
Marina comunicó a su hermano en una conversación corriente por el radiófono que le sentaba muy bien el color blanco a Guianeya.
— Al sol — dijo ella — hace casi imperceptible el matiz verdoso de su piel. Toma un color bronceado como si se hubiera tostado al sol.
– ¿Crees que esto lo ha hecho Guianeya sólo para ocultar el matiz verdoso de su piel?
— preguntó Murátov.
— Me parece que sí — respondió Marina —. No olvides que es una mujer.
Murátov se rió. Una explicación tan sencilla del enigma le parecía completamente increíble. Guianeya estaba acostumbrada al matiz verdoso de su piel, color corriente de todas las personas de su patria. ¿Por qué le podía parecer que no fuera bonito y quisiera ocultarlo?
¡No, aquí hay otra causa!
Continuaba interesando no sólo a Murátov, sino también a todo el,Servicio del Cosmos», la posible relación de Guianeya con los que enviaron hacia la Tierra los satélitesexploradores. Los satélites no habían vuelto a aparecer. Si habían marchado para el intervalo correspondiente, éste ya duraba casi cuatro años. La sexta expedición lunar fue la última. Fue reconocido el gasto irracional de fuerzas para buscar aquello que posiblemente no existía.
Si Guianeya era en realidad compatriota de los «amos» sólo ella podría alzar el velo del secreto cósmico.
Segunda parte
1
Murátov, con todo respeto para el interlocutor, no pudo contener la risa. Era cómico el rostro ofendido y perplejo de Bolótnikov, la nota lastimosa, completamente infantil, que resonaba en su voz.
— Ya lo sabía — dijo refunfuñando el profesor —. Todos se ríen. Pero a mí no me hace ninguna gracia.
— Perdone — contestó Murátov —. No quería ofenderle. Pero tiene usted que estar de acuerdo conmigo que todo esto no sólo es incomprensible, sino también un poco ridículo.
Tal fantasía en una persona mayor, y además cosmonauta, es sencillamente un absurdo.
Pero no es nada grave, el asunto puede tener arreglo.
— No le comprendo.
— Muy sencillo, a Guianeya nadie le ha hablado de este tema. Hace falta explicarle que no debe ofender a las personas. Por lo visto no se da cuenta de ello. Intentaré hacérselo comprender.
– ¿Usted piensa que ella escuchará sus palabras?
— Tengo la esperanza.
— Yo lo dudo. La antipatía de Guianeya a las personas pequeñas, por lo visto, tiene alguna causa. Esto no es una fantasía, como usted ha dicho, esto es algo distinto, más profundo y fuerte. Esto lo lleva en la sangre.
— Precisamente por esto, es necesario decirle que se encuentra en la Tierra y no en su patria. Debe comprender que en la Tierra son iguales las personas de estatura alta o baja.
Y que no debe traer aquí las costumbres… — De repente Murátov se cortó —. No le parece — dijo — que de este hecho se puede sacar una deducción muy interesante. ¿Cómo no se le orurrió a nadie? ¿Si todos los compatriotas de Guianeya tienen la misma estatura que ella, de dónde ha podido surgir su antipatía?
— Completamente cierto — dijo Bolótnikov —. He pensado mucho sobre esto. Está claro que la población de su planeta se divide en dos tipos distintos: unos altos y otros bajos.
Los de estatura alta tratan con desprecio a los de baja… Es posible que los de estatura baja sean salvajes.
– ¿Salvajes? ¿En el planeta donde está tan altamente desarrollada la técnica de los vuelos interestelares?
– ¿Qué tiene que ver esto? Perdóneme, pero no es usted lógico. ¿Acaso en la Tierra la técnica tiene un nivel bajo? ¿Las personas están todas al mismo nivel? ¿Acaso entre nosotros no hay pueblos que sólo ahora comienzan a incorporarse a la civilización? ¿Y cuál es la situación en América del Sur, en Australia, en las islas del Océano Pacífico?
— Pero nosotros no los despreciamos.
— He aquí donde está el quid. Donde está la diferencia.
— No sé — dijo pensativo Murátov —. Si usted está en lo cierto, Nikolái… perdone.
Nikolái Adamovich, entonces sus palabras conducen a un pensamiento desagradable.
Bolótnikov movió la cabeza.
— Justo — dijo —, muy desagradable. La conducta de Guianeya en relación con personas como yo, no se puede calificar nada más que con la palabra «desprecio». Este desprecio sólo pudo surgir de la conciencia de su superioridad. El origen de la conducta de Guianeya radica en que en su planeta existe la división de la sociedad en señores y esclavos.
«Presentarse ante nosotros como una señora, he aquí su objetivo», recordó Murátov las palabras de Leguerier.
– ¿No es demasiado fuerte? — preguntó con vacilación Murátov estando en su interior de acuerdo con la conclusión del profesor.
— Estaría contento si me equivocara — contestó Bolótnikov.
«Leguerier es de alta estatura — pensó Murátov — y yo todavía más. Stone es muy alto, Marina pasa en mucho la talla femenina media. Todos a los que Guianeya presta su atención son iguales en este caso. ¿Es posible que Bolótnikov tenga razón? ¡Pero esto pasa de la raya! Entonces la misma Guianeya sería una salvaje».
– ¡Es incompatible el régimen de esclavitud con los vuelos cósmicos! — dijo en voz alta —. En sus palabras sin duda alguna hay algo de verdad. Pero me parece que el caso es mucho más complicado y delicado. No queda más remedio que pensar.
— Piense — contestó bondadosamente el profesor —, esto siempre es útil.
Murátov llegó a Poltava con un retraso de veinticuatro horas por la mañana, en el día de la toma de tierra de la Sexta expedición lunar.
Quería recibir a la expedición porque formaba parte de ella Serguéi, y Murátov hacía mucho tiempo que no había visto al amigo de la juventud y lo echaba de menos.
Fiel a su promesa iba a buscar inmediatamente a Bolótnikov, que se alegró mucho de su llegada.
A la pregunta de que si, como él quería, había conocido a Guianeya, el profesor explicó muy ofendido que Marina había intentado presentarle a Guianeya, pero que ésta volvió la espalda e incluso no contestó al saludo. Bolótnikov ofendido se apartó inmediatamente de ella.