Era muy pequeño de estatura y la extraña antipatía de Guianeya se manifestó en todo su «esplendor».
Esta tesonera «ineducación» era difícil de explicar, cuanto más que Guianeya se portaba en todo lo demás modesta y cortésmente. Ya llevaba viviendo en la Tierra año y medio y era hora de comprender que aquí no había ni «señores» ni «esclavos». Para esto se necesitaba el espíritu de observación más elemental y superficial.
¡Y no obstante!..
Después de despedirse de Bolótnikov, Murátov se dirigió a la casa en la que vivían Marina y Guianeya. No era difícil encontrarla ya que todo el mundo sabía dónde paraba la huésped del cosmos.
Murátov estaba emocionado cuando se encontró ante la puerta. ¿Cómo le recibiría Guianeya? ¿A lo mejor estaba ofendida por la falta de deseo de Murátov de encontrarse con ella? Y de hecho no había ninguna causa que justificara su terquedad. Guianeya estaba acostumbrada a que sus deseos se cumplieran inmediatamente.
Llamó a la puerta con los nudillos ya que no vio en ninguna parte el botón del timbre, pero nadie le contestó. Esperó un poco, y al cabo de un rato empujó la puerta y entró.
En casa no había nadie.
En el comedor vio las huellas del desayuno que todavía estaban sin recoger. Sin duda alguna las dos muchachas salieron de prisa. Encima de la mesa había una nota escrita por Marina.
Murátov leyó:
«Querido Víktor: Si vienes a visitarnos y no estamos, es que hemos salido, para Selena.
Guianeya quiere visitar la ciudad. Nos veremos en el cohetódromo».
No había ninguna firma.
Murátov arrojó con desilusión la nota. Quería que su primera conversación con Guianeya fuera sin testigos, y no en el cohetódromo, entre la gente…
«Si vienes… y hemos salido», repitió enfadado las palabras de la nota ¡Y eso se llama lingüista! La manera bien conocida de su hermana de escribir cartas como si fuera intencionadamente en pugna con las reglas de la gramática, lo molestó.
Salió de casa. Pero no había dado nada más que unos pasos, se detuvo y… regresó.
Como ocurre con frecuencia, recordó de repente que en la mesa vio no sólo la nota de su hermana, sino también un dibujo, que entonces no le llamó la atención, y ahora inesperadamente surgió en su memoria. Había algo muy conocido en este dibujo.
Entró de nuevo en la misma habitación y se acercó a la mesa.
La memoria no lo había engañado. Allí estaba un álbum abierto que por lo visto pertenecía a Guianeya.
Murátov no consideró bien examinar todo el álbum, pues no sabía si esto le agradaría a Guianeya. Pero la página abierta él podía mirarla, teniendo además en cuenta que Guianeya sabía que él podía venir en su ausencia.
Estaba dibujado a toda página un paisaje de Hermes con sus rocas tenebrosas, el cielo estrellado y un extremo del disco del observatorio. En primer plano se veía una persona con escafandra que mantenía en sus brazos a otra. A juzgar por la forma cúbica del casco ésta era la misma Guianeya. Estaba representado el momento cuando Murátov sacó a Guianeya de la cámara de salida del observatorio para llevarla a la astronave insignia de la escuadrilla.
El dibujo estaba hecho con mano maestra. Murátov reconoció los rasgos de su cara que se veían a través del «cristal» del casco.
«Tiene una memoria admirable — pensó Murátov — ya que ha pasado año y medio desde entonces».
Estaba claro que Guianeya lo había dibujado recientemente, con probabilidad hoy mismo. Esto significaba que pensaba en él, que esperaba su llegada. Y era casi seguro que hubiera dejado a propósito el álbum abierto por esta página, para que lo viera.
«Pienso en usted y le quiero ver» — así se podía interpretar esto si se tratara de una mujer de la Tierra. Pero Guianeya tenía otras ideas, otras costumbres. Los motivos de sus actos no siempre eran comprensibles.
«Quién la comprende — pensó Murátov —. Es posible que esto signifique lo contrario:
«No le quiero ver, no he olvidado la ofensa». O alguna otra cosa, que no era posible averiguar.
Con indecisión mantenía el álbum en las manos. Si Guianeya había dibujado de memoria este episodio, entonces podía recordar y grabar otros. Más de la mitad del álbum estaba lleno. ¿Y si ella hubiera dibujado una vista de su patria?
A Murátov le temblaban las manos. No había más que volver una página y era posible que viera lo que nunca había visto el ojo humano.
Marina decía que Guianeya dibujaba con frecuencia pero que nunca mostraba sus dibujos.
La tentación era grande…
Pero a pesar de todo Murátov venció la curiosidad apremiante y dejó el álbum en su sitio.
El abusar de la confianza de la huésped sería una acción indigna. Probablemente estaba convencida de que nadie sin su permiso miraría el álbum. Guianeya ya conocía a las personas de la Tierra y creía en ellas.
«Era posible que ella misma mostrara los dibujos si se le pidiera».
Pero la esperanza tímida carecía claramente de fundamento. Una vez Marina se lo pidió, pero ni tan siquiera obtuvo una negativa cortés. Guianeya ni le contestó.
Murátov se dirigió lentamente hacia la puerta.
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no retroceder. Volver violando todas las leyes de la moral, honradez y hospitalidad ¡y después toda la vida renegando de sí mismo!
Salió y cerró la puefta con violencia.
La Sexta expedición debía de aterrizar a las siete de la tarde. Ahora sólo eran las dos.
¿Qué iba a hacer durante estas cinco horas?
¿Ir a Selena e intentar encontrar en la enorme ciudad a Marina y a su acompañante?
Esto no sería tan difícil. Donde apareciera Guianeya inmediatamente lo notarían.
Cualquier persona le indicaría dónde buscarla. ¿Pero estaba bien mostrar tan a las claras su impaciencia? ¿No sería mejor verse en el cohetódromo como lo había indicado Marina en la nota?
Murátov entró en un comedor y encargó una comida de cuatro platos para alargar el tiempo.
Mientras le servían abrió una revista con fecha de ayer. Como suponía en una de las páginas se encontraba el retrato de Guianeya. Estaba al pie de un monumento al lado de Marina. Su rostro reflejaba animación y en sus labios se esbozaba una sonrisa.
¡Qué contraste entre esta Guianeya y la que recordaba Murátov! ¡Cómo había cambiado! No quedaba ni rastro de aquellos rasgos rígidos que le daban a su cara un aspecto de máscara. Ahora sabía con firmeza que entonces la cara de Guianeya, en el camino a la Tierra, era una máscara, la máscara trágica de la persona convencida de que lo que le espera puede ser triste y posiblemente terrible. ¡Este algo era desconocido para las personas de la Tierra, pero próximo y real para Guianeya!
Si no fuera por la forma de los ojos y el matiz de la piel, Guianeya podía pasar por la hermana de Marina, pues era muy grande el parecido entre ellas. Ambas tenían los cabellos negros, ambas iban vestidas de blanco, ambas esbeltas y altas. Guianeya le llevaba media cabeza a Marina y parecía la mayor. Pero en realidad cuántos años tenía, ningún terrestre lo sabía todavía.
Pronto se encontrarían. Ahora Murátov podía hablar con la huésped. Esto cambiaba en mucho sus futuras relaciones, ya que no le pasaría lo que antes cuando tuvo que explicar todo con gestos.
«Si no me vuelve la espalda como a Bolótnikov — pensó Murátov —. Y esto puede suceder si se ha ofendido por mi falta de atención.»
Pero en lo profundo del alma no creía que esto pudiera ocurrir así. Le parecía que Guianeya lo había dibujado en el álbum porque pensaba y quería esta entrevista.
«¡Es interesante cuál será la reacción de Guianeya cuando sepa que soy hermano de Marina!»
Rogó a su hermana que no dijera nada de esto, y estaba convencido de que su ruego había sido cumplido. Guianeya todavía no sabía nada de su parentesco.