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– ¿Qué, debo verlo por tu cara?

— Ya estás enterado — Sinitsin no se rió de la broma de su amigo, su cara permanecía sombría.

Murátov miraba atentamente a su amigo.

— Stone ha dicho que esta expedición es la última.

— Lo sé. Y no estoy de acuerdo con su decisión.

— Os ha venido a recibir Guiancya — dijo Murátov, seguro de que esto asombraría a Sinitsin.

Pero se equivocó. En la cara de Serguéi no se reflejó nada ante esta noticia.

– ¿Para qué tenía necesidad de esto? — preguntó con indiferencia sin interesarle la respuesta.

— Historia enigmática —. Murátov le contó brevemente los últimos acontecimientos relacionados con Guianeya.

Sinitsin seguía indiferente.

— Sobre esto es necesario pensar — fue lo único que dijo Sinitsin —. No hables conmigo de Guianeya. Me irrita incluso el sonido de ese nombre. Yo no conozco la causa de su silencio, pero cuando pienso lo poco que le costaría si quisiera…

Stone se acercó a los recién llegados.

– ¿Dónde te has hospedado? — preguntó apresuradamente Sinitsin —. ¡Bien! Te iré a ver hoy por la tarde, cerca de las ocho. Entonces hablaremos detalladamente de todo.

Ahora, perdóname, no tengo tiempo.

Murátov se marchó.

Aunque no había participado en ninguna de las seis expediciones le disgustaba el fracaso de los camaradas, ya que con Serguéi había calculado la trayectoria de los satélitesexploradores y llegado a la conclusión de que los satélites se encontraban en la Luna, en la región del cráter Tycho. ¡Y el sexto fracaso seguido! ¿No habría habido un error?

¡No, no es posible esto! Los cálculos más de una vez los comprobaron otras personas.

¡Los satélites están en la Luna!

¿Por qué entonces no se les puede encontrar?

Murátov comprendía el estado de irritación de Serguéi y su antipatía hacia Guianeya.

Era la persona que con una sola palabra podía solucionar el enigma. ¡Tenía que saberlo!

¡Lo sabía! Y callaba, observando con indiferencia los vanos esfuerzos de las personas de la Tierra. Esto, en realidad podía provocar no sólo la antipatía, sino también el odio de aquellas personas que perdían sus años en vano.

Murátov comprendía esto pero no podía ponerse en contra de Guianeya. Le gustaba y era simpática a pesar de todo. Insistentemente pensaba que la causa del silencio de Guianeya consistía en su educación, en los puntos de vista y conceptos de su mundo.

Probablemente no comprendía lo que querían de ella las personas de la Tierra.

La conversación entre Marina y Guianeya, que había escuchado hacía unos minutos, demostraba incontrovertiblemente que a Guianeya le interesaban los resultados de las expediciones lunares. No por casualidad se encontraba precisamente hoy en Selena.

¡Lo sabe, lo sabe todo!

Se dirigió lentamente hacia las dos muchachas que estaban donde las había dejado, esperándole, por lo que se veía, con el consentimiento de Guianeya.

Le vino a la cabeza una idea inesperada que le obligó a detenerse instantáneamente.

«¿Qué pasaría si se lo preguntara directamente a Guianeya? Mi presencia la ha alegrado, me trata no como a otras personas. Las palabras españolas que he pronunciado las ha recibido como si las esperara de mí, e incluso no ha intentado fingir que no las comprendía. ¿Arriesgarse?»

Sentía que era en vano hacerse esta pregunta, que la decisión ya la había tomado.

Ninguna fuerza le detendría y nada le haría esperar. Stone y el consejo científico eran extremadamente cautelosos. ¿Qué podía ocurrir de malo? Que no contestara, y nada más.

«¡Eh! ¡Que pase lo que pase!», pensó Murátov.

– ¡Guianeya! Le ruego que me conteste a una pregunta —. De la emoción Murátov no observó que hablaba sólo en español —. Es muy importante para todos nosotros y en particular para mí mismo. Usted debe responder si es mi amiga. ¿Los satélites artificiales, enviados hacia nosotros por sus compatriotas, se encuentran ahora en la Luna?

Marina completamente desconcertada, pero con alegría interior escuchó esta inesperada pregunta. Su hermano deshizo el nudo de una forma decidida y sencilla.

Guianeya bajó la cabeza. Comprendió todo lo que le había dicho Víktor y no lo ocultó.

Estaba claro que en su interior tenía lugar una lucha dolorosa.

Y cuando por fin, levantó la cabeza y miró a Víktor, vio que los ojos alargados y negros de la huésped estaban inundados de lágrimas. Nadie había visto nunca que Guianeya llorara.

— Sí — contestó ella casi imperceptiblemente. Murátov retuvo la respiración, le ahogaba la emoción.

– ¿Por qué ha callado? — preguntó, conteniendo con trabajo la emoción de su voz —.

Usted sabía cuan importante era esto para nosotros.

Ella contestó todavía más bajo.

— Tenía miedo. Quería haberlo dicho hace tiempo, pero usted no aparecía. Pero ahora ya no tengo nada que temer. Comprendí ya hace tiempo que Riyagueya tenía razón. Me he perdido yo, pero les voy a salvar a ustedes.

Guianeya hablaba en español con completa soltura. Pero no sólo Marina, sino también Víktor comprendieron inmediatamente que el idioma de ella no era el español moderno.

«Es muy importante aclarar, cuándo en España hablaron como habla Guianeya», pensó Marina.

5

Se formó rápidamente la séptima expedición en busca de los satélitesexploradores secretos. Ahora, mucho más que nunca era necesario apresurarse. Allí mismo, en el cohetódromo, después de un silencio largo y atormentador Guianeya añadió algunas palabras que tenían una gran importancia para el servicio cósmico.

Guianeya se apresuró a marcharse al responder, de una forma inesperada para ella misma, a la pregunta de Murátov. Temía claramente que le hicieran más preguntas, era posible que le pesara su franqueza, estaba consternada y muy emocionada.

Murátov las acompañó hasta el vechemóvil. Comprendía que no se podía preguntar a Guianeya nada más ya, que no respondería a ninguna otra pregunta. Quería y era muy necesario hacerle una sola pregunta extraordinariamente importante.

Y de improviso Guianeya, ella misma, dijo precisamente aquello que él quería preguntarle.

Ya sentada en la máquina le tendió la mano, respondió por primera vez al apretón de manos y se sonrió de una forma tímida y confusa.

— Debo advertirle — dijo tan bajo que casi no se oía —. Sean muy prudentes. Los nuestros — (pronunció en su idioma una palabra muy larga que probablemente significaría «satélite», u otra denominación más exacta de los exploradores) — son peligrosos y no puede uno acercarse a ellos. ¡Destruyanlos! ¡Dense prisa, mucha prisa!

Se echó hacia atrás en el asiento y cerró los ojos. Respiró tan profundamente que pareció que había exhalado un gemido. Unas arrugas de sufrimiento surgieron en sus labios y pareció que la cara de Guianeya había envejecido de repente.

– ¡Marchemos! — susurró a Marina. El vechemóvil se puso en movimiento. Víktor se quedó solo.

Siguió durante mucho tiempo con la vista a la máquina. Su corazón se había tranquilizado, latía más regular y lentamente.

¡Un éxito completo! El impulso, impensado y arriesgado ha dado unos resultados inapreciables. Los satélites se encuentran en la Luna, y la misma Guianeya aconseja destruirlos y no acercarse a ellos.

¡Destruirlos!

Recordó sólo ahora que se había olvidado de preguntar lo más importante: dónde buscar a los satélites y en qué lugar está ubicada su base. Pero es poco probable que Guianeya lo sepa, y si lo sabe lo dirá después. Ha contestado a la pregunta principal. Una cosa es buscarlos sin tener seguridad, de que los satélites están en la Luna, y otra cosa es cuando existe esta seguridad.