Murátov fue a buscar a Stone.
Todavía no habían salido del cosmodromo el presidente del consejo científico y los participantes de la Sexta expedición. El comunicado de Murátov fue recibido por todos con asombro y alegría.
— Ha obrado usted como debía — dijo Stone. Nos hemos excedido en nuestras precauciones. Había que haberlo preguntado antes.
— Es cierto — contestó Murátov —, pero el que tenía que preguntarlo era precisamente yo y no ningún otro. Guianeya pronunció esta frase: «Quería haberlo dicho ya hace tiempo, pero usted — (es decir yo — añadió Murátov) — no venía». No sé por qué ella quería decirlo precisamente a mí.
— Simpatía sospechosa — dijo Serguéi sin poderse contener.
Murátov no se dignó ni tan siquiera mirar a su amigo.
— Cuanto antes es necesario comenzar de nuevo — dijo Stone —. Ahora podemos no dispersarnos y buscar sólo en el cráter Tycho. Las palabras de Guianeya confirman la exactitud de los cálculos. Tendremos fe en ellos. Lo malo fue que no destruimos a los satélites en sus órbitas como queríamos.
— Según mi criterio esto no está mal, sino todo lo contrario — dijo Sinitsin —. Es necesario destruir no sólo a los satélites sino también sus bases. Entonces incluso no sospechábamos su existencia.
— Destruirlos es fácil — dijo uno de los componentes de la Sexta expedición —. ¿Cómo encontrarlos? Lo hemos intentado seis veces. Stone se volvió hacia Murátov.
– ¿Es posible — dijo — que usted intente hablar una vez más con Guianeya?
— Por que no, pero pienso que es inútil. Me parece que Guianeya ha dicho todo lo que sabe. No le fue fácil el hacer esto. No puedo olvidar la expresión de su cara. Me alarma mucho la frase que pronunció: «Me he perdido, pero les voy a salvar a ustedes».
— Indudablemente esta frase refleja una idea. Pero entre nosotros, en la Tierra, nadie amenaza a Guianeya. Por lo que se deduce ella ha querido decir que después de sus palabras tiene cerrado el camino a su patria. Sobre esto pensaremos todavía, y lo pensaremos bien. Más alarmante es la segunda mitad de la frase: «les voy a salvar a ustedes». ¿A qué se refiere?
— Esto puede significar sólo una cosa — dijo Murátov — que los satélites llevan consigo una amenaza para la humanidad de la Tierra. No tendrían ustedes la menor vacilación si hubieran escuchado el tono con que ella dijo: «¡Destruyanlos!»
— Yo no tengo la menor vacilación — respondió Stone —. La Séptima expedición lunar saldrá lo más pronto posible.
Pasadas unas horas Murátov habló largamente por el radiófono con su hermana.
Marina le dijo que en cuanto llegaron a casa Guianeya se acostó y rogó que no la molestaran.
— Parece tranquila pero muy apenada. Algo la oprime, no la deja tranquila. Me parece que está arrepentida de haberse quitado la máscara.
– ¿En qué idioma habla contigo? — preguntó Murátov.
— En el suyo, como siempre. No me he decidido a hablar con ella en español.
— No hace falta. Pronto ella misma hablará en español. ¡Lo verás!
— Guianeya quiere marcharse hoy.
– ¿A dónde?
— Se lo he preguntado y me ha contestado que le es indiferente, sólo que lejos de aquí.
Da la impresión que quiere huir de sí misma y es posible que de ti.
— Lo comprendo. Es la reacción de Guianeya que no tenía derecho a decir lo que dijo, y le atormenta el haber infringido las leyes de su patria. Pero tú misma oíste como ella dijo que hacía tiempo estaba decidida a hablar con franqueza y que se lo impidió mi ausencia.
¿Cómo explicar esto?
Marina no contestó en seguida.
— Ahora está claro — dijo después de un minuto — por qué ella insistía tanto en verte.
Pero no comprendo por qué decidió decírtelo a ti. Es posible que tenga influencia tu parecido con ella.
— Esta es una minucia y una circunstancia puramente exterior para que pueda desempeñar un papel destacado en una cosa tan importante. De esta forma se puede pensar que Guianeya me ama — Murátov se sonrió recordando la réplica de Sinitsin en el cohetódromo.
— Es posible que esto sea así — respondió completamente seria Marina.
– ¡Qué tontería! Alguna vez sabremos la causa del trato especial que me concede.
Este es otro enigma de Guianeya. ¿Entonces, os marcháis hoy?
— Sí. Le he propuesto visitar las islas del Japón donde ella todavía no ha estado. Por primera vez Guianeya ha estado de acuerdo en ir en avión. Por lo visto quiere cuanto antes alejarse de aquí.
– ¿Sería conveniente que os fuera a despedir?
— Claro que no. Me parece que Guianeya no quiere verte. Es posible que me equivoque.
— No te equivocas — dijo Murátov —. Lo pregunté maquinalmente, sin pensarlo. ¡Feliz viaje! Dos palabras más. Te predigo que Guianeya pronto de nuevo me recordará. Ha hablado y querrá, deberá querer, decir más.
Murátov desconectó el radiófono.
Los acontecimientos transcurrían a un ritmo veloz. ¡Qué pena no haber cumplido antes el deseo de Guianeya y haber esquivado tanto tiempo la entrevista con ella! La Sexta expedición lunar podría no haber vuelto con las manos vacías si la respuesta de la huésped la hubiera obtenido hace medio año.
Murátov estaba convencido de que comprendía justamente el estado en que ahora se encontraba Guianeya. Algo la obligó a infringir su silencio y esto lo hizo en el momento cuando se encontraba fuertemente agitada y algo que la intranquilizaba hizo, posiblemente, que lo realizara casi en contra de su voluntad. Ahora se arrepentía de esto.
Y si no se arrepentía le remordía la conciencia de «haber entregado» a sus compatriotas.
¿En qué consistía la traición?
Por lo visto era justa la suposición, cpe él manifestó a su tiempo, de que los satélitesexploradores habían sido enviados hacia la Tierra con objetivos hostiles, y eran un peligro.
De otra forma no se podían interpretar las palabras de Guianeya de que ella «salvaba» a las personas. Guianeya violaba los planes de su patria, traicionaba a sus compatriotas al aconsejar la destrucción de los satélites.
¿Qué la había obligado a hacer esto?
A Murátov ni siquiera le pasaba por la imaginación el que Marina pudiera estar en lo cierto al explicar de una forma tan sencilla el trato especial que mantenía con él Guianeya.
Sabía que las facciones eran parecidas a las de su compatriota. Supongamos que precisamente esto puede provocar en ella un sentimiento de simpatía, pero le parecía imposible que pudiera provocar amor, en el sentido estricto como se comprende en la Tierra, a un ser de otro planeta completamente extraño. Nunca podría amar a Guianeya igual que a una mujer de la Tierra.
«Esto sólo lo puede explicar un hecho — pensaba Murátov yendo de un rincón a otro de la habitación —. Estuvieron en la Tierra hace mucho tiempo y se llevaron una mala impresión de las personas de aquellos tiempos. Particularmente si esto tuvo lugar durante la Edad Media, en el oscurantismo y las hogueras de la inquisición. Sobre todo en España. Guianeya, por lo visto, se encontraba en la Tierra con la seguridad de que nuestra sociedad no se diferenciaba mucho de la de los tiempos anteriores, y convencida de su error comprendió que éramos mejores y más nobles de lo que ella pensaba.
Aunque en esto también hay contradicciones. Se presentó a nosotros en Hermes, vio a las personas de la Tierra en el asteroide, en el observatorio astronómico creado artificialmente, en una estación científica fuera del planeta y, por consiguiente tuvo que quedar inmediatamente claro para ella que habíamos dejado muy atrás el salvajismo y la barbarie. ¿Es posible que lo comprendiera precisamente entonces? ¿Si es así por qué ha callado tanto tiempo? ¿Qué significaban sus palabras: Riyagueya tenía razón»? Lo había comprendido hace mucho tiempo, según dijo, pero no desde el principio. ¿Quién era este Riagueya o Riyagueya, como ella le nombraba? Por lo visto era en su patria una persona progresiva. Guianeya se había convencido de que tenía razón. Esto significa que antes dudaba. Cualquiera desenreda esta maraña. Pero ella nos lo contará todo. Sólo hace falta que sea lo más pronto posible».