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Comprendía que no podía contar con que la conversación tuviera en un plazo corto. No se podía prever el tiempo que necesitaba Guianeya para tranquilizarse completamente, soportar todo lo ocurrido, abrir por completo su corazón. No había ninguna seguridad de que de nuevo no se encerrara en sí misma.

Tenía fe en que no se equivocaría al decir a Marina que Guianeya hablaría tarde o temprano. ¡Así tenía que ser y así será!

Incluso teniendo un concepto optimista referente a Guianeya y creyendo en su buena voluntad, no pudo suponer que su profecía se cumpliera tan rápidamente, como en efecto sucedió.

Esa misma tarde recibió una carta de Guianeya.

La esquela introducida en el mismo sobre aclaraba que Guianeya había escrito la carta un poco antes de salir para el aeropuerto.

«Se ha tranquilizado completamente — comunicaba Marina —. Se porta como siempre, bromea y habla todo el tiempo en español. No estoy muy satisfecha de esto, pero Guianeya me ha prometido darme lecciones diarias de su idioma. Y parece que está dispuesta a hacerlo con toda intensidad. ¡Por fin!»

La carta de Guianeya era corta, escrita con una letra igual y clara y sin ninguna falta gramatical.

Le emocionó tanto el hecho a Murátov que no pudo comprender inmediatamente el contenido de la carta. Guianeya podía hablar en español, pero escribir… Esto testimoniaba que sabía el idioma como los mismos españoles. ¿Lo había estudiado en otro planeta?

¿Quién y para qué tenía necesidad de esto?…

La carta de Guianeya demostraba mejor que el lenguaje oral sus conocimientos del idoma español antiguo y no del moderno, Murátov sabía que en el Instituto de lingüística no habían podido llegar a una conclusión determinada. Su idioma podía pertenecer a los finales del siglo diecinueve, pero podía también haber existido mucho antes como dialecto. El enigma continuaba siendo enigma.

Tuvo que leer la carta por segunda vez.

«Víktor — escribía Guianeya —. Usted me ha obligado a decir más de lo que quería, pero no lo siento. Las personas de la Tierra no merecen la suerte que se les preparaba. A lo que dije tengo que añadir algo, de lo contrario no le será útil. Lo que ustedes quieren encontrar no es visible para el ojo humano. Esto lo sé por boca de Riyagueya. Lo que hay que hacer, no lo sé. Piénselo usted.

Guianeya.»

Escribió su nombre con letras latinas, tal como le pronunciaban en la Tierra.

«Ahora sabemos todo,» pensó Murátov.

Leía la carta por tercera vez cuando llegó Serguéi.

Y pasados unos veinte minutos apareció Stone en la habitación de Murátov.

Ninguno de los dos sabían español y Murátov les tradujo la carta de Guianeya.

— Esto se podía prever — dijo Serguéi —. Sabíamos ya antes que los satélites eran invisibles. De lo que se deduce que su misma base es también invisible.

— Es posible que esto explique por qué no podemos encontrar de ninguna forma esta base — dijo Stone —. La buscamos en el subsuelo y es posible que esté ubicada abiertamente en la superficie. En la zona del cráter Tycho hay resquebrajaduras amplias y profundas, mesetas inaccesibles, valles montañosos. En cualquiera de estos lugares pueden tener ubicada su base.

— En la Luna no hay precipitaciones ni vientos — añadió Serguéi —. Únicamente los meteoritos pueden dañar las instalaciones.

— Esto significa que la base está defendida, por ejemplo, por una cubierta transparente o también invisible. Una cosa está clara — dijo Stone — que es necesario buscar la base allí donde nosotros la hubiéramos instalado si estuviéramos en su lugar. En un lugar donde parece que no hay nada pero que sea cómodo.

— Quiero expresar una idea más — dijo Murátov después de un corto silencio —. Los satélites y la base pueden ser invisibles para nuestros ojos, según escribe Guianeya, pero no pueden ser absolutamente transparentes. Recuerden que cuando estábamos en la «Titov» todos vimos que los satélites ocultaron de nuestra vista las estrellas que se encontraban detrás de ellos. Por lo tanto, en la Luna tienen que ocultar todo lo que se encuentre detrás de ellos. De aquí hago esta deducción lógica: la base está ubicada de forma que detrás de ella se encuentre un lugar que nunca lo ilumina el Sol. Y es posible que esté situada en la sombra lunar.

– ¡Completamente cierto, Víktor! — aprobó Sinitsin —. La sombra lunar es una completa oscuridad. Es cierto que iluminamos con los proyectores lugares parecidos en las mesetas y grietas inaccesibles, pero esto lo hicimos por si acaso, porque considerábamos que la base estaba obligatoriamente ubicada en el subsuelo de la Luna. Por esto hemos podido pasarla por alto. Además, hemos tenido que volar sobre las montañas en cohetes, que son demasiado rápidos: donde no hay aire es imposible emplear los planeliots.

– ¿No digas? — dijo sonriendo Murátov.

— De ninguna forma puedo comprender — dijo molesto Stone — que costumbre es la de ustedes dos de reírse constantemente uno del otro. ¡Vaya una gente seria!

— Es una costumbre que practicamos desde los años juveniles — contestó Serguéi —.

Pero por esto nunca nos enfadamos.

– ¡No faltaba más que ustedes se enfadaran! ¡Bueno, amigos! El subsuelo está explorado. Ahora vamos a buscar solamente en la superficie. La Séptima expedición saldrá para la Luna dentro de dos días.

– ¿Tan de prisa? — dijo cotí asombro Sinitsin —. Por lo que yo sé, la nave no está equipada con los aparatos necesarios.

— Será equipada completamente, y claro está, no la nave sino los todoterreno.

— Precisamente los tenía en cuenta.

— Todo estará preparado dentro de dos días. Yo me responsabilizo de esto y tomaré parte en la expedición. Si creemos en las palabras de Guianeya, y no existe ningún fundamento para no creer, tenemos poco tiempo. A costa de lo que sea hay que tener éxito.

Murátov vaciló algunos momentos y después dijo:

— Si es posible, déjenme ir con ustedes.

6

– ¡Espere! — dijo Marina.

Corrió hacia un matorral y arrancó una gran rosa amarilla. Al volver a la terraza prendió la flor en los cabellos de Guianeya.

— Ahora está usted muy bien. Parece una verdadera japonesa, pero de una alta estatura. Las japonesas no tienen esta talla. Pero a usted le sienta admirablemente este vestido. Tome la sombrilla y pasee por el jardín. Yo la fotografiaré. ¡Víktor se quedará pasmado cuando la vea!

Guianeya se sonrió turbada.

El quimono largo hasta los talones, con dragones negros bordados en el fondo amarillo, en realidad le sentaba muy bien. Los ojos negros, que parecían por su longitud más estrechos de lo que eran, completaban el parecido con una japonesa. Es cierto que el color amarillo del vestido hacía destacar más el matiz verdoso de la piel de Guianeya, pero Marina se esforzó por no prestar atención a esto. Y cuando dijo que el quimono le sentaba muy bien a su amiga, lo dijo con sinceridad.

Se instalaron en una casita pequeña, «de juguete», según expresó Guianeya, al pie del famoso Fujiyama, puesta a su disposición amablemente por los que vivían antes aquí, en cuanto supieron que el lugar le agradaba a Guianeya.

Las personas de la Tierra, como siempre y en todas partes, trataban a la huésped del cosmos con una atención extraordinaria. Igual sucedió en el Japón. No hizo más que decir Guianeya que le gustaba el traje nacional de las japonesas que había visto en el museo, cuando a la mañana siguiente fue enviado un quimono cosido especialmente para ella, para su talla.