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Estas palabras le recordaron a Murátov a la antigua Guianeya, «orgullosa y altiva», tal como les pareció a todos en Hermes.

– ¡Haga la prueba! — dijo sonriendo Murátov —. Es posible que pueda comprenderla.

– ¿Usted? — dijo ella subrayando esta palabra —. Es posible. Quiero pensar que es así — añadió —. Debo pensar así. Pero quisiera que me comprendieran todos. ¡Adiós!

Quedándose de nuevo solo, Murátov estuvo largo rato sentado en el sillón profundamente pensativo. Intentó comprender lo que quería decir Guianeya en la última frase.

Lo comprendió no ahora, sino mucho más tarde.

7

El ojo humano percibe una parte relativamente pequeña del espectro de la energía radiante, limitado éste, por una parte, por las ondas rojas y, por otra, por las ondas violeta.

La zona comprendida entre las ondas rojas y violeta lleva el nombre de «visible». Los rayos infrarrojos y ultravioleta, que se diferencian de los visibles sólo por la longitud de onda, no excitan el nervio óptico y no producen sensaciones luminosas, aunque por su naturaleza son iguales a los visibles.

El ojo es un órgano sensible y suficientemente exacto, pero no se le puede considerar de ninguna forma como perfecto. Pueden existir otros órganos de vista capaces de percibir una banda más amplia de frecuencias. En la Tierra, muchos de los animales denominados nocturnos, como el buho o la lechuza, ven las radiaciones infrarrojas de los cuerpos calientes, por eso pueden cazar en la oscuridad.

Se sabía que los ojos de Guianeya eran más hipermétropes que los de las personas de la Tierra. Ahora, después de lo que le dijo a Murátov, estaba claro que no sólo la agudeza de la vista los diferenciaba de los «terrestres», sino también la capacidad de percibir como luz la energía radiante de lo cual no eran capaces los ojos de las personas de la Tierra.

¿En qué límites? ¿Qué parte del espectro alcanzaba su vista? ¿Qué veía más, las ondas cortas o las largas? ¿O era posible que unas y otras?

Aún era desconocido. Pero ahora, cuando Guianeya había entrado en el camino de la franqueza, se tenía la esperanza de que consistiera que los oculistas investigaran su vista.

Los participantes de la Séptima expedición consistieron satisfechos que Guianeya fuera con ellos. Su participación en las búsquedas aumentaba considerablemente las probabilidades de éxito, incluso aunque ella no supiera exactamente dónde se encontraba la base, ya que según había dicho ella, podía ver lo que era invisible para las personas.

Había pasado muy poco tiempo, sólo una noche, entre la conversación de Murátov con Guianeya y la partida de la astronave, pero el «descubrimiento» ya había tenido tiempo de difundirse por todo el mundo. Ya por la mañana se conocía el criterio de destacados científicos relativo a la vista de Guianeya. La mayoría opinaba que para ella era visible la parte infrarroja del espectro. El parecido general del organismo de Guianeya con el de las personas de la Tierra obligó a pensar de que era poco probable que sus ojos se diferenciaran tanto de los terrestres, que pudieran sin daño alguno aguantar la «luz ultravioleta», tan dañina para la vista. Este criterio se confirmó porque Guianeya llevaba gafas ahumadas cuando estaba al sol en los lugares sureños, lo mismo que las personas de la Tierra.

Si la suposición era cierta, Guianeya podía ser para la expedición una pantalla infrarroja viva. Claro está que esta «pantalla» sería mucho más cómoda y segura que cualquier aparato.

Propusieron a Marina Murátova que acompañara a Guianeya.

— No es necesario — contestó —. Guianeya puede hablar con Víktor. Además de él hay tres participantes de la expedición que dominan el español. Mi presencia no está dictada por la necesidad. ¿Para qué una persona de más e innecesaria?

Murátov se enteró detalladamente, en la conversación que mantuvo con su hermana por radiófono, de los motivos que impulsaron a Guianeya a la idea de participar en el vuelo a la Luna.

— He hablado con ella de la parte moral de su acción — dijo Marina —. Me he esforzado en convencerla de que ella «ha traicionado» los planes de sus compatriotas debido a un sentimiento humanitario y noble impulso. Y por lo visto lo he conseguido. Me ha ayudado mucho cuando le he hablado de Riyagueya. Guianeya lo estima en alto grado y tiene en cuenta su opinión. No — contestó ella a la pregunta de Murátov —. Guianeya no ha intentado convencerme para que vuele con ella. Me dijo que necesita acostumbrarse a vivir sola, pues no va estar un siglo bajo mi tutela. Además, yo en realidad no quiero volar con vosotros, y estoy satisfecha de que Guianeya no haya intendado convencerme. Estoy cansada y quiero vivir unos cuantos días en completa tranquilidad.

Marina no mencionó ni una sola palabra sobre el descubrimiento que había hecho, no dijo nada de que el enigma del trato especial de Guianeya hacia Víktor había dejado de ser tal enigma. Por qué no descubrió este secreto a su hermano no estaba claro para ella, probablemente la detenía un sentimiento de delicadeza, el temor de apenar a Víktor, de estropear en algo sus relaciones amistosas con la huésped.

Si no fuera por el matiz verdoso de la piel, poco perceptible, disimulado ahora por el color tostado, si no fuera por la forma de los ojos, el verde brillante de las uñas, y del cabello, demasiado espeso, largo y que tiraba a color esmeralda, Guianeya podía pasar por una mujer terrestre a la que le sentaba muy bien el traje de cosmonauta de color castaño. Con su figura alta y flexible, la huésped tenía el aspecto de una bailarina.

— No le faltan más que las castañuelas — bromearon los participantes de la expedición al ver a Guianeya —. ¡Una verdadera española!

La atención de que era objeto Guianeya por los habitantes del globo terráqueo, se manifestó esta vez en la gran cantidad de personas que la quisieron despedir.

Murátov, que estaba al lado de Guianeya en el peldaño inferior de la escalera, le recordó que una muchedumbre mayor aún la había venido a recibir en este mismo campo hacía año y medio.

— Entonces no vi nada — contestó Guianeya —. Mis pensamientos estaban ocupados en otras cosas.

– ¿Qué esperaba usted entonces? — preguntó Murátov con la esperanza de descubrir uno de sus enigmas.

¡En vano!

— De todas formas esto no lo comprendería — repitió Guianeya las palabras de ayer.

Murátov guardó silencio.

«Tú misma, querida, no comprendes nada — hubiera querido decirle —. Pero con el tiempo llegarás a comprender.»

Se extendió por el cohetódromo el sonido alargado y bajo de una sirena, que era la señal de salida.

Guianeya abrazó cariñosamente a Marina. (Marina no pudo contenerse y llegó a la península Ibérica para despedirse de su amiga).

Guianeya nunca daba besos a nadie y se podía pensar que esta costumbre era desconocida en su mundo.

— Pronto nos veremos — dijo —. ¿Estará conmigo cuando regrese a la Tierra?

— Sin duda alguna — contestó Marina —. Estaré con usted hasta que me eche.

— Esto nunca tendrá lugar.

— Entonces envejeceremos juntas — dijo riéndose Marina.

— Esto tardará en venir.

¡Qué ganas tenía Marina de aprovechar el momento para preguntar a Guianeya su edad! Pero se contuvo.

Había que mantener hasta el fin la línea de conducta adoptada. Guianeya dirá todo cuando ella quiera. Esta táctica ya se había justificado, sin tener en cuenta la ingerencia de Víktor.

– ¡Feliz viaje y éxito completo!

— Para ustedes — contestó Guianeya — para las personas de la Tierra. Pero no para mí.

— Una vez más le digo que se equivoca. Guianeya no contestó.

Volvió a sonar la sirena.

Los acompañantes se sentaron en las máquinas, las cuales se apartaron a gran velocidad de la astronave. Los participantes de la expedición, uno tras otro, se metieron en la cámara de salida. Guianeya fue la última en entrar en la nave.