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Esto es culpa mía.

A los quince minutos exactos llegó la quinta máquina. Comenzó el momento largamente esperado de la operación.

Stone colocó su todoterreno un poco atrás y a un lado. Cuatro máquinas operativas se colocaron en línea. Desde ellas hasta la base, hasta ahora invisible, había más de cien metros, distancia completamente suficiente para la seguridad y comodidad en el trabajo.

Incluso no causaría ningún daño si tuviera lugar una explosión de cualquier fuerza, así fuera la misma aniquilación. No había que temer ninguna sacudida del aire donde no lo había. Quedaba sólo la probabilidad teórica de que la base estallara como una bomba nuclear con una enorme elevación de la temperatura. Pero los todoterreno, construidos especialmente para las búsquedas de la base, estaban preparados para este caso y debían quedar intactos lo mismo que sus tripulaciones. Claro está que existía un grado de peligro que había que aceptar. No era posible llevar las máquinas más atrás, a una distancia en que hubiera absoluta seguridad, porque entonces se dificultaría mucho la dirección de los trabajos.

Ninguno de los participantes de la expedición pensaba en el peligro. Sólo sabían una cosa: la base había sido hallada y era necesario destruirla.

La palabra «necesario» era suficiente para ellos.

Apareció en la máquina de Stone el ingeniero Laszlo Szabo, que había llegado en el quinto todoterreno y que fue el dirigente técnico de las otras seis expediciones anteriores.

Era un hombre fuerte, ancho de hombros, de pequeña estatura y de edad indeterminada.

Su cara, con rasgos que denotaban una voluntad férrea, estaba sombreada por una pequeña barba puntiaguda, adorno que raramente se encontraba en esta época.

Ya en el camino de la Tierru. a la Luna, Murátov observó la hostilidad manifiesta de Guianeya hacia esta persona. Y la causa no consistía sólo en que Szabo fuera de estatura pequeña, ya que en los últimos tiempos Guianeya ya se había acostumbrado a tratar personas de esta clase. Por lo visto había comprendido o comenzaba a comprender, que las personas de ia Tierra son iguales, independientemente de su estatura. Los residuos de su anterior punto de vista renacieron durante su entrevista con Bolótnikov. La antipatía de Guianeya tenía raíces por ahora desconocidas.

Se extremeció cuando Szabo al pasar por el todoterreno a ocupar su lugar, la saludó con una inclinación de cabeza. Murátov vio cuánto trabajo le costó a Guianeya el contestarle con el mismo saludo.

A las manos de Szabo pasó el mando de toda la operación.

– ¡Atención! — dijo, casi sin terminar de quitarse la escafandra lunar —. Comenzamos con la exploración, primera parte de nuestro programa. ¡Lanzar el robot número uno!

De la máquina en que se encontraba Sinitsin se deslizó una esfera metálica sobre orugas que brillaba fuertemente bajo los rayos del Sol.

Véresov había descrito detalladamente su construcción a Murátov en vísperas del vuelo. Esta era una máquina muy complicada y perfecta, fruto del trabajo de muchas personas, que probablemente, ahora, estaba condenada a ser destruida.

El robot se deslizó alejándose del todoterreno unos diez metros y se detuvo.

Esperaba el mando.

Szabo realizó una conexión en el cuadro de radiocomunicación.

– ¡Adelante! — dijo, pronunciando cada sílaba por separado —. ¡Primera prueba!

El robot se movió un poco y rápido se deslizó hacia el pliegue de la montaña.

García se acercó al radar. Era necesario estar atentos por si apareciese alguna radioseñal. Stone se inclinó ante la pantalla infrarroja.

No tomaron ninguna medida contra la posibilidad de una explosión, parecida a la que tuvo lugar en la aniquilación del robotexplorador, hace tres años, durante la expedición de la «Titov».

Las pantallas no dejaban pasar los rayos de luz excesivamente fuertes, los ojos de las personas estaban completamente protegidos de todo lo que pudiera ocurrir.

Se veía perfectamente que el robot retardaba su movimiento según se acercaba al límite de la sombra negra. Lo mismo que un ser vivo y racional se acercaba con mucha precaución al objetivo. La máquina no era un ser vivo pero poseía un «cerebro» altamente desarrollado.

Después el robot se detuvo. Su parte delantera se internó en la sombra e inmediatamente desapareció de la vista. La parte trasera continuaba brillando al sol.

Producía la impresión como si una mano desconocida hubiera instantáneamente cortado la máquina por la mitad.

Chasquearon los contactos del receptor y resonó una clara voz metálica:

— Grieta. Dos metros de profundidad. Distancia diecinueve metros. Visibilidad nula.

— No es una grieta — dijo Stone —. Es una excavación en la que se encuentra la base.

¿Qué hacer, Laszlo? Es peligroso conectar la luz.

– ¿En qué hay peligro? — refutó Szabo — ¿Qué explota? Pues que explote. Nosotros mismos queríamos destruir esta base. — Se inclinó ligeramente hacia adelante, hacia el micrófono, y como lo había hecho antes pronunció separando las sílabas:

– ¡Luz! Teletransmisión.

En los cinco todoterreno las personas se apresuraron a dar vuelta a los interruptores.

La parte inferior de las pantallas panorámicas se oscureció un poco. Ahora esta parte se convirtió en telepantalla. La parte superior era como al principio, para la observación visual.

Brilló un fuerte rayo de luz en la penumbra donde se ocultaba la parte delantera del robot. Se vio cómo dirigía hacia abajo la luz del proyector. En las pantallas de televisión apareció la línea de la excavación, recta, como si hubiera sido trazada con una regla. Por apreciación de las personas ésta se encontraba a unos veinte metros del robot, según este último, a diecinueve.

– ¡Aproximarse! — mandó Szabo.

El robot desapareció por completo. Sólo la luz de su proyector indicaba el lugar donde se encontraba.

La línea de la excavación se aproximó. No cabía la menor duda de que era artificial.

– ¡Foco de luz más amplio! — volvió a mandar Szabo.

Se escuchó perfectamente cómo chasquearon dentro de la esfera los contactos de los interruptores. El haz de luz se amplió y aumentó su brillantez.

Ahora se veía perfectamente toda la cavidad excavada en el terreno rocoso. Tenía una forma cuadrada exacta, una profundidad de dos metros con el fondo llano y liso.

¡He aquí, por fin, la base misteriosa del mundo extraño que las personas buscaron en balde durante tres años!

A todos les pareció en el primer momento que la base estaba vacía. Ni satélitesexploradores, ni ningunos aparatos. Pero más tarde se notó una sombra al parecer proyectada por el espacio vacío. Los aparatos invisibles de la base no eran transparentes, sino, como se suponía, absorbían completamente la luz sin reflejarla.

Había muchas sombras que se encontraban una al lado de otra. Nada se podía determinar claramente.

El robot estaba delante del mismo borde de la cavidad, muy cerca de los satélites que indudablemente se encontraban aquí. Pero no ocurrió nada, el robot quedaba intacto. No tuvo lugar la explosión de aniquilación que esperaban todos.

¿Era posible que la instalación de defensa estuviera desconectada? ¿Era posible que sólo funcionara durante el vuelo?

— Vamos nosotros o enviemos personasexploradores — propuso Stone.

– ¡Es pronto! — contestó cortante Szabo —. ¡Atención! Lanzar los robots números ocho, nueve, once y doce.

Cuatro máquinas salieron al terreno lunar. A diferencia de la primera, eran oblongas, en forma de puro. En la parte delantera de cada una se destacaba un saliente cónico.

– ¡Adelante! ¡De frente!

Como buenos soldados de los tiempos pasados, los robots se formaron en una línea y rápidamente desaparecieron en la sombra del pliegue. La luz del proyector de la primera máquina no los iluminaba y por eso no se veían en las pantallas.