Murátov sabía que el robot número cuatro era una máquina análoga a las número dos y tres pero dotada de defensa contra la aniquilación. Comprendió que Szabo quería probarla enviándola hacia el mismo satélite.
Caminaba hacia la cavidad el tercer robot» persona» que era mucho más alto y sólido que los dos primeros.
Pero no había recorrido ni la mitad del camino cuando ocurrió lo que nadie podía prever y esperar.
El satéliteexplorador más próximo empezó a moverse de repente y se levantó rápidamente adquiriendo la posición vertical.
Tras el primero el segundo.
Algo brilló en la parte inferior de los aparatos…
Y los dos «huevos» salieron fuera de la cavidad, se detuvieron un segundo… de nuevo centellearon dos relámpagos… y los dos satélitesexploradores desaparecieron en el abismo negro del cielo lunar.
5
Szabo lanzó con ira una blasfemia.
– ¡Nos hemos pasado de listos! — resonaron en el altavoz las palabras de Sinitsin.
Stone se enfurruñó pero no dijo nada, aunque la insinuación de Sinitsin se refería claramente a él.
– ¿No sería esto lo que quería decir Riyagueya? — dijo Murátov —. ¿No sería esto lo que él comprendía bajo la palabra «catástrofe»?
— No veo ninguna catástrofe — dijo Stone —. Los satélites han salido en vuelo. Los alcanzaremos en el aire. La base queda a nuestra disposición.
– ¡Es dudoso! — señaló Véresov.
– ¡Sin ninguna duda!
En la superficie de la base estaba como antes todo tranquilo. Pero nuevamente algo empezó a moverse. Las numerosas mangueras comenzaron a recogerse hasta que se ocultaron dentro de las cúpulas.
Y de nuevo todo se paró.
Resonó inesperadamente una carcajada, se reía Guianeya.
– ¿Qué han hecho ustedes? — dijo ella.
– ¿Cómo lo íbamos a saber? — contestó Murátov. — . Usted no nos lo ha advertido.
— Yo misma no esperaba esto.
— Tanto más nosotros.
El giro inesperado de los acontecimientos turbó a los participantes de la expedición.
Las palabras de Murátov hicieron pensar a todos. Se deducía que la orden de despegar fue dada por el.rombo, precisamente porque en la base habían aparecido personas, porque había sido descubierta por ellas. Esto lo previeron sus constructores y tomaron las medidas correspondientes. Por lo visto no tenían nada en contra de que los «terrestres» conocieran la base pero de ninguna forma los satélites. Y cumpliendo su voluntad los dos «huevos» salieron al tener una vecindad no deseable.
¿Pero, sólo han salido a volar? ¿Han salido sólo para realizar el vuelo de turno alrededor de la Tierra? Era poco probable que Riyagueya calificara de catástrofe una simple huida.
Era completamente inútil el hacer conjeturas.
– ¿Usted sabe — preguntó García a Guianeya — después de qué tiempo estos satélites regresarán?
— No lo sé. Pero vuelan durante mucho tiempo.
— Habrá que alcanzarlos en el cielo — dijo Szabo —. Esto, claro está, es mucho más difícil y complicado. Es una pena que haya ocurrido así. Hubiera sido más sencillo el haberlos destruido aquí. Pero no hay mal que por bien no venga. Ahora podemos conocer a fondo las instalaciones de la base. Y no existe ninguna razón para destruirla.
— Según se considere — refutó Tókarev —. Puede ser precisamente todo lo contrario:
destruir la base y de esta forma privar a los satélites de la posibilidad de abastecerse, y cuando llegue el tiempo y regresen se encuentren en nuestras manos.
— Esto no tiene viso de probabilidad — dijo Véresov —. Primero, pueden defenderse un tiempo indeterminado, incluso perdiendo la capacidad de volar. Segundo, es poco probable que puedan regresar a la base si se destruye el rombo.
Stone estuvo callado largo rato.
— Me he equivocado en algo — dijo —. Mi decisión es que hay que destruir la base, pero después de haberla examinado detalladamente. A los satélites hay que destruirlos en el cielo. ¿Hay algo en contra?
— El examen de la base hay que realizarlo con extrema precaución — dijo Sinitsin —.
¿Quién puede saber cuál es la sorpresa que nos espera?
— Seremos prudentes.
La proposición de Stone fue aceptada.
El robot número dos todavía estaba inmóvil al lado del rombo. El cuarto se quedó allí donde le sorprendió el vuelo inesperado de los satélites. Por lo visto recibió de la esfera la orden de detenerse.
Los dos robots empezaron a moverse. El cerebro electrónico de la esfera comprendió la situación y decidió continuar el trabajo. El número dos levantó de nuevo las «manos» y las colocó en la superficie del rombo, el cuarto marchó hacia adelante.
— En realidad ya no hay necesidad de él — dijo Szabo.
— No tiene importancia — contestó Stone —. No le estará de más la defensa contra la aniquilación.
Guianeya se volvió hacia Murátov.
– ¿Por qué continúan cometiendo errores? — dijo ella —. ¿O quieren destruir sus máquinas? Me da pena de ellas, ya que son admirables.
– ¿Es que las amenaza algún peligro cuando no hay satélites?
— Ya les he dicho: ¡destruyanlos!
— Expliqúese más claro, Guianeya.
– ¡Es que yo lo sé! — dijo ella con voz apenada, según le pareció a Murátov —. Yo sé poco.
– ¿Por qué usted, con tanta insistencia, nos recomienda destruir y además rápidamente?
— Porque yo oí cuando Riyagueya dijo a uno de los nuestros que nunca las personas de la Tierra podrían conocer la construcción ni de los satélites, ni de la base, aunque los encontraran. Y añadió: «Les costará caro ese intento». El sabía bien esto.
Murátov tradujo rápidamente estas palabras a los demás.
— Me parece ahora — añadió Murátov — que Riyagueya al decir esto tenía en cuenta que al tocar la base pondríamos en acción algo, por lo visto peligroso, que se refiere a los satélites.
— Usted tiene razón — dijo con alarma Stone —. Nos hemos olvidado completamente de que en cuanto fue encontrada la base los satélites han despegado. Puede venir a continuación la orden de actuar.
— Es lo más probable — resonó la voz de Sinitsin — Indudablemente ellos tenían que haber previsto la posibilidad de que nosotros encontráramos esta base y comprendieron perfectamente que la destruiríamos.
– ¡Número uno! — Esta vez la voz de Szabo no era tan tranquila —. ¡Cesar las búsquedas! ¡Atrás! — Se volvió hacia Stone —. El peligro en realidad es muy grande.
Mejor es no tentar la suerte.
— Aunque sea una pena, pero por lo visto, esto es lo mejor.
– ¿Destruirla?
— Sí — respondió con firmeza Stone.
La decisión fue aprobada, pero llegó tarde.
Los amos de la base lo decidieron antes.
En la Luna no hay sonidos, y la primera explosión las personas la vieron. El robot número uno todavía no había apagado su proyector, esperando que salieran de la cavidad sus dos ayudantes. Acababan de aparecer en el borde de la cavidad, cuando de repente se abrió una de las cúpulas saliendo de su interior un haz de fuego, y al cabo de un instante en este lugar no quedaba más que una profunda fosa.
Y a continuación explotó la segunda, después la tercera…
La cuarta explosión tuvo lugar ya en la oscuridad. La esfera se deslizó rápidamente hacia los todoterreno. Delante de ella «corrían» los dos robotshombres».
Y allí, en la negra oscuridad de la sombra, con una minuciosidad metódica, fulguraban, a intervalos regulares, columnas de fuego que destruían las complicadas instalaciones de la base, condensación del pensamiento técnico de un pueblo ignoto, desconocidas por las personas de la Tierra y traídas aquí por los compatriotas de Guianeya.