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Murátov siguió maquinalmente con la vista varios minutos a Guianeya. Por primera vez vio como nadaba e involuntariamente admiró la belleza de sus movimientos. Jugando al waterpolo Guianeya nadaba de otra forma.
Pero sus pensamientos estaban muy lejos.
Habló con sí misma, pensó en voz alta, ¡y esto lo hizo en una lengua terrestre!
A veces ocurre que las personas expresan en voz alta sus pensamientos a sí mismas cuando están profundamente sumidas en sus meditaciones. No tenía nada de particular el hecho de que Guianeya, evidentemente sin notarlo, hubiera expresado su pensamiento en voz alta. ¿Pero por qué «pensó» en español? Sería mucho más natural si ella hubiera dicho esta frase en su idioma. La persona siempre piensa en su idioma y rio en uno extraño.
Murátov sentía que se encontraba en el umbral de un descubrimiento muy importante.
«Se deduce — pensó — que Guianeya conoce el español desde hace tiempo, posiblemente desde la infancia. Lo conoce tan bien, está tan acostumbrada que, incluso, puede pensar en él. Esto es algo raro e inexplicable, pero hay que aceptado como un hecho. Está claro que Guianyea no comprende las cuestiones técnicas, no conoce el objetivo de su vuelo al Sistema solar, sabe sólo a grandes rasgos el plan de sus compatriotas. ¿Por qué? En los vuelos cósmicos no se toman tripulantes innecesarios.
Para algo les hacía falta. ¿Para qué? Sólo había una cosa para la que podía series úticlass="underline" él conocimiento de un idioma de la Tierra, del idioma español. ¡Guianeya debería ser su traductora! Pero entonces resulta que la tripulación de la nave destruida tenía el propósito de aterrizar en la Tierra, y no sólo en la Luna, donde según su criterio no había todavía personas. ¡Deducción extraordinariamente importante!»
Murátov casi echó a correr en busca de Stone. Encontró al jefe de la expedición en compañía de Szabo, Tókarev y Véresov.
– ¡Escuchen, camaradas! — Con su emoción Murátov no se dio cuenta que había interrumpido a Stone sin dejarle terminar la palabra —. Les puedo comunicar una novedad muy importante.
Les expuso detalladamente su conversación con Guianeya y sus deducciones.
— Resulta — terminó — que no sólo tenían intención de llevar a cabo su plan, sino también de permanecer algún tiempo en la Tierra. ¿Cómo se puede concordar esto?
El informe de Murátov produjo un gran efecto. Stone emocionado pegó un salto en el sillón.
— Usted tiene razón, mil veces razón — dijo —. Somos tontos por no haber comprendido esto antes. Toda la situación cambia. Si a la Tierra le amenaza un peligro por terrible que éste sea no será una catástrofe. Su plan se realizaría no momentáneamente, para ello necesitan tiempo y, bastante largo. Si esto es así no hay nada de terrible. Sabremos librarnos de cualquier peligro — (Stone, sin saberlo, repitió las palabras dichas hace poco por Guianeya) —. Los satélites serán destruidos en las próximas horas. ¡Bravo, Murátov! Ningún otro hubiera prestado atención a que Guianeya piensa en español. Es completamente evidente que ella sabe este idioma desde la infancia, y desde entonces había sido destinada para que desempeñara el papel de traductora. Acuérdense que en una ocasión dijo que había volado a la Tierra en contra de su voluntad.
— Si esto es así — dijo Tófcarev — ¿para qué tuvo Riyagueya que destruir la nave y a sí mismo? Si era amigo de la Tierra, lo lógico hubiera sido que se presentara a nosotros y nos avisara del peligro.
— Si esto lo hubiera podido hacer — refutó Szabo —. Nuestra desgracia es que no sabemos nada.
— A pesar de esto no se puede olvidar que todas nuestras suposiciones pueden resultar completamente erróneas — dijo Stone —. Es posible que la nave no haya sido destruida, sino que haya ocurrido una desgracia y todos hayan perecido.
— No, no es posible — refutó Murátov, después de haber pensado un poco —.
Guianeya ha dicho: «Lo que ha hecho Riyagueya ha sido en vano». ¿Por qué en vano?
Porque a pesar de todo los satélites han recibido la orden de actuar. Esto también se desprende de sus propias palabras.
— Ella puede equivocarse — dijo Stone con su habitual tesonería.
Pero según se aclaró muy pronto, Guianeya no se había equivocado.
El comunicado de la Séptima expedición lunar fue acogido en la Tierra con atención, pero sin una alarma particular. Los que la recibieron, discutieron la noticia y llegaron a la deducción, de que a la Tierra, es decir, a todo lo que fue construido en ella por las personas, no le podía amenazar ningún peligro. ¡Qué podían hacer al enorme planeta dos pequeños «huevos» de cuarenta metros de longitud cada uno, tuvieran lo que tuvieran dentro! Incluso la explosión de los dos satélites, cuya fuerza superase en cien veces la potencia de su completa aniquilación, no causaría ni la más pequeña destrucción, encontrándose a tal distancia de la superficie de la Tierra. Sólo se podía pensar de que en los satélites se hubiera puesto algo nocivo para la población de la Tierra, lo más probable, la fuente de una potente radiación que actuara sobre los organismos vivos. Y esto podía ocurrir sólo en el caso de que en realidad se hubiera pensado causar daño a las personas sobre lo cual muchos dudaban grandemente.
Pero no había ningún fundamento para no creer en las palabras de Guianeya. Se había recibido una señal de alarma y era necesario tomar las medidas de defensa, que fueron adoptadas rápida y organizadamente.
El Servicio cósmico recibió la orden de que saliera inmediatamente la astronave «Guerman Titov» en persecución de los satélites y que los destruyera. Sólo en esta nave había sido instalada, ya hace tiempo, la catapulta con antigás. No había tiempo para armar otra nave más en ayuda de la «Titov»
Los radioobservatorios y las estaciones de rayos cósmicos reforzaron las observaciones de todas las radiaciones que se dirigían a la Tierra procedentes del cosmos.
Y virtualmente pasados sólo contados minutos después de haber sido recibido el telegrama sobre la salida de la Luna de los dos satélitesexploradores (por antigua costumbre se les continuaba llamando así), ésitos fueron captados por los vigilantes rayos de los radares, por los objetivos de los telescopios visuales, por los potentes tentáculos de los gravímetros, instalados en numerosos satélites artificiales de la Tierra.
Los dos «huevos», coloridos por una parte y, por la otra, como antes, invisibles, después de haber salido de su base lunar sólo habían podido volar unas cuantas horas.
Fue muy útil lo que hizo la Séptima expedíción al «ahuyentar» a los satélites. Los «huevos» no habían podido todavía alejarse en d espacio cuando fueron alcanzados por la «Titov» casi en el mismo lugar: sobre el meridiano de las islas Hawai.
En este momento reinaba sobre el Océano Pacífico una noche profunda. No fue mucha la gente que pudo ver el brillo resplandeciente de los relámpagos de la aniquilación, proclamando que habían dejado de existir los dos satélites de un mundo extraño.
¿Habían podido cumplir en algún grado aquello para lo que estaban destinados? ¿O dejaron de existir sin ninguna utilidad para sus amos?
La respuesta a estas preguntas fue recibida pasadas dos horas de su destrucción.
Y las dos preguntas obtuvieron una respuesta positiva.
Los satélites tuvieron tiempo de causar daño, aunque no grande. Hubo que tomar medidas para purificar la atmósfera y recurrir a intervenciones médicas en relación con los que fueron afectados por las radiaciones de los satélites. Las instalaciones montadas en ellos, por lo visto, comenzaron a actuar inmediatamente después de su salida de la Luna.
Pero los satélites no pudieron cumplir por completo su fin. En este sentido su pérdida había sido inútil.
Las personas supieron antes de lo esperado lo que les amenazaba, con qué querían sorprender a los habitantes de la Tierra los compatriotas de Guianeya.