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Fue evidente el papel pasivo de esta muchacha, todos creyeron en sus palabras de que había volado hacia la Tierra en contra de su voluntad, y esto explicaba la simpatía que todos sentían hacia Guianeya.

Según Marina Murátova, Guianeya había cambiado asombrosamente después de su regreso de la Luna. Si antes se notaba en ella un temor velado ahora no quedaba ni rastro. Si antes Guianeya esquivaba a las personas, ahora buscaba su sociedad. Y por su deseo, por su iniciativa, Marina y Guianeya se unieron en seguida a los participantes de la Séptima expedición.

No era un misterio para nsdie la causa de este cambio. Guianeya sabía el peligro que amenazaba a las personas de la Tierra, esperaba la realización del plan criminal y temía de venganza. Era evidente que juzgaba a las personas según las costumbres y representaciones de sus compatriotas que, por lo visto, debían de ser severos y feroces.

Por algo, después de que habló con franqueza, Guianeya manifestó que estaba cerrado para ella el camino a la patria.

Ahora, cuando nada había pasado, cuando el plan había sido liquidado de raíz y ningún peligro se cernía sobre las personas, Guianeya dejó de tener miedo.

Todo esto era suficientemente verosímil para considerado como una verdad.

Claro está que nadie hubiera tocado a Guianeya incluso con la realización del plan, pero su alarma era comprensible.

Guianeya respondió con un «¡No!» categórico y firme a la pregunta de si sus compatriotas podrían enviar a la Tierra nuevos satélitesexploradores, y se negó a fundamentar detalladamente su respuesta.

— Yo no quiero — dijo a Marina — que se forme en ustedes un criterio excesivamente malo de nosotros. Ya es bastante poco halagüeño. Comprendo que, por su parte, esto no es sólo una curiosidad, pero crean en mis palabras. Nunca se repetirán los intentos de causar daño a las personas de la Tierra. Hablo en nombre de Riyagueya aunque él ha muerto. Si esto no fuera así él no habría hecho lo que hizo.

Estas palabras, comunicadas por Marina, convencieron a todos. La personalidad de Riyagueya, al que nadie había visto, ni verían, continuaba influyendo en los acontecimientos aún después de su muerte. Creían en él, y lo que dijo Guianeya en su nombre era de una lógica aplastante. No tenía ningún sentido el sacrificarse y sacrificar a sus camaradas, si había la posibilidad de enviar nuevos satélites hacia la Tierra con el mismo objetivo. Entonces, como una vez dijo Tókarev, hubiera sido lógico presentarse ante las personas y advertirles del peligro.

Es cierto que no estaba claro el por qué Riyagueya prefirió destruir la nave y matarse, ya que podía en este caso haberse presentado ante las personas, pues, según había confirmado Guianeya, la nave iba a descender en la Tierra.

Guianeya era mucho más franca pero no hasta el fin. Había callado mucho, y a lo que fue dado a conocer por ella hubo que añadirle una serie de reflexiones.

Pero se podía abrigar la esperanza de que, tarde o temprano, Guianeya diría todo.

Fue decidido dejarla obrar como ella quisiera y no forzar los acontecimientos.

Guianeya estaba rodeada con la atención y cuidados de siempre.

A muchos le causaba asombro el que a ella no le fuera penoso el ocio. Pronto se cumplirían dos años de su llegada a la Tierra. En este tiempo había recorrido todo el globo terráqueo, había visto todo y, según entendían las personas de la Tierra, hacía tiempo que debía haber experimentado la necesidad de realizar algún trabajo. Pero no se había observado en Guianeya ningún síntoma de que sintiera esta necesidad.

Se sabía que Guianeya era muy joven. Marina pudo obtener, por fin, contestación a la pregunta sobre la edad de la huésped del cosmos. Guianeya supo incluso calcular sus años según el tiempo terrestre. Resultó que si se calculaba por los años terrestres Guianeya tendría sólo diecisiete años.

Esto en parte explicaba el que Guianeya no hubiera tenido tiempo de acostumbrarse al trabajo.

A la pregunta natural de cuántos años vivían, como término medio, sus compatriotas, ella dio una contestación que a muchos les pareció increíble. Guianeya dio la gigantesca cifra de 500 años. Se deducía que, según los años terrestres, sus compatriotas vivían seis veces más que las personas de la Tierra.

Las causas de su longevidad, y la cuestión de que si ésta había sido siempre así o solamente en los últimos siglos interesó a muchos científicos, pero la contestación de Guianeya fue simple y desilusionadora:

— No lo sé — dijo ella.

Había pocas esperanzas de saber lo que no sabía Guianeya. Le era desconocido dónde se encontraba su primera patria.

– ¿Pero allí saben a dónde voló su nave? — le preguntaron a Guianeya.

— No — fue una respuesta la más de rara. Muchas cosas quedaron ocultas y por lo visto para siempre. Si en la patria de Guianeya no sabían la existencia de la Tierra, no había ninguna probabilidad de que saliera una nave cósmica. Se excluía el hallazgo casual de un planeta en los espacios dol universo, y además aquel que se necesitaba.

Las probabilidades para tal casualidad eran completamente nulas.

Esto apenaba y al mismo tiempo irritaba. Se quería involuntariamente que en lugar de Guianeya se hubiera encontrado en la Tierra una persona más informada.

– ¡Si Riyagueya estuviera aquí! — dijeron los científicos.

Entonces, claro está, la comunicación entre los dos mundos no estaría rota como ahora.

Pero esto no podía cambiarse o corregirse. Así era y había que conformarse.

El sueño secular de establecer, al fin, comunicación con los habitantes de otros mundos, amenazaba con quedarse, durante un tiempo indeterminado, como antes, en sueño.

— Suerte que por lo menos es agradable mirar a esta representante de otro mundo racional — bromeaban en la Tierra —. Podría haber sido un monstruo.

Era el único consuelo.

Pasaron diez minutos más.

Ya varias decenas de personas miraban con alarma el mar, buscando con prismáticos a la desaparecida Guianeya. Murátov y García habían recibido una lancha y se preparaban para buscar a la muchacha.

– ¡Ahí está! — dijo Marina con alivio, que fue la primera que vio a la fugitiva.

La negra cabellera que ondeaba con los movimientos de la nadadora se acercaba rápidamente hacia la orilla. Guianeya nadaba con su estilo peculiar. No se observaba cansancio en ella después de casi hora y media de nado. Las manos verdosas cortaban con uniformidad y energía el agua.

Cuando salió del agua nadie pudo observar una respiración agitada. Parecía como si no hubiera hecho nada.

– ¡Nos tenía muy intranquilos! — dijo Marina.

Guianeya se sonrió.

— He nadado muy lejos — dijo con una voz en la que no se notaba la menor alteración —.

Quiería haber alcanzado el barco blanco, pero no he podido. Después me puse a pensar y me olvidé de que ustedes me esperaban. ¡Perdónenme!

Se dejó caer sobre los guijarros que mezclados con la arena cubrían la playa. En este acto tampoco se vio que estuviera cansada.

– ¿En qué pensaba usted? — preguntó García.

El joven ingeniero tenía una simpatía particular hacia Guianeya. Esta simpatía que rayaba en el enamoramiento, sirvió de motivo para frecuentes bromas.

Guianeya se volvió hacia Murátov.

— Estoy apenada — dijo ella, y Víktor captó inmediatamente en su tono una nueva nota.

La miró a los ojos. No había lágrimas en ellos pero se sentían en sus palabras —. Me acordaba de mis padres, de mis hermanas, de mis hermanos. Y son grandes los deseos que tengo de verlos.

No se dirigió a García para contestar la pregunta, pero éste no se ofendió. Todos sabían muy bien que Guianeya se dirigía sólo a Murátov cuando la pregunta le aprecia muy importante.