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¡Destruir también esta nave! Esto significaría renunciar definitivamente y para siempre a la idea de poder conocer la técnica de aquel mundo.

La curiosidad científica es un impulso muy fuerte y es casi imposible luchar contra él.

¿Ha hecho del hombre lo que es, ha sido siempre una cualidad del hombre!

¡Destruir la nave! ¡No, nunca! Sólo en caso extremo, si no queda otro remedio.

La poderosa técnica de la Tierra impulsaba a seguir otro camino.

Era necesario intentarlo. Y si fracasaba, en cualquier momento se podía dispersar la nave en átomos.

Desde el momento de su aparición en el «campo visual» de los gravímetros hasta la adopción del acuerdo, pasó poco tiempo. Al cabo de dos horas la Tierra ya estaba preparada para cualquiera de las variantes.

Los rayos de los radares tenían «atrapada» a la nave. Eran ya conocidos su volumen y dimensiones. Se envolvió al planeta con una capa protectora antirradiación. Cuatro astronaves se habían aproximado al huésped y le seguían con insistencia.

Todo estaba preparado.

Los advenedizos se encontraban inermes completamente, en poder de las personas de la Tierra.

¿Sabía esto su tripulación? Debían haber notado la «escolta» de honor, comprender para qué era, y hacer la conclusión correspondiente.

¿Qué medidas tomarían?

En la Tierra esperaban tranquilamente. El Instituto de cosmonáutica se convirtió en el estado mayor de las operaciones de recibimiento, y Laszlo Szabo tenía la mano sobre el botón. Una pequeña presión y las cuatro astronaves al recibir la señal de ataque lanzarían cuatro cohetes mortíferos que no dejarían nada del advenedizo.

Su conducta era muy rara.

Por lo visto ya hacía tiempo que se habían conectado los motores de freno y la nave volaba muy lentamente, disminuyendo constantemente su velocidad, en un grado mayor de lo necesario.

Por fin su velocidad llegó casi al cero.

Por lo visto los advenedizos no pensaban descender en la Luna. Para entrar en la órbita alrededor de la Tierra, como hicieron los satélitesexploradores, era necesaria una gran velocidad. Era incomprensible que pudieran descender en la Tierra tan lentamente.

Se había creado la impresión de que el comandante de la nave no sabía qué hacer.

Era posible que hubiera visto todo y comprendiera que había caído en una trampa.

Entonces la nave podía inesperadamente dar la vuelta y desaparecer en el cosmos.

Szabo decidió firmemente no permitir esto. ¡De la Tierra no marcharán «vivos» los advenedizos!

¿A quién se le podía ocurrir que la nave no la dirigía nadie, que los cuatro seres que se encuentran en ella, incluso no saben que su camino ha terminado, que los aparatos automáticos esperan la orden que nadie les puede dar?

No sería suficiente tener la imaginación más perspicaz para poder sospechar la verdad.

En la Tierra estaban perplejos. La nave gigantesca — su longitud era de medio kilómetro — al «empantanarse» cerca de la Tierra gastaba tiempo y energía inútilmente. De ella no se desprendía ninguna radiación.

El que la nave no hubiera caído en la Tierra testimoniaba que funcionaban las instalaciones de freno. Mantener, cerca de un cuerpo celeste tan grande como la Tierra, en un mismo sitio, un gigante de este tipo costaba un gasto colosal de energía.

Y surgió la idea de que había ocurrido una nueva tragedia, de que la tripulación de la nave estaba muerta.

¿Qué podía haber conducido a este final el vuelo interestelar? ¿Un segundo Riyagueya?

Urgentemente consultaron a Guianeya. Confirmó sus palabras de que la segunda nave, que era exactamente igual que la primera, estaba preparada para el vuelo, pero que después se decidió que saliera sólo una. Ignoraba lo que pudo hacer cambiar esta decisión.

Existían ahora muchos más fundamentos para llevar a cabo el plan trazado.

Pero para esto era necesario convencerse de que no era peligrosa la aproximación de la nave, de que en ella no había instalaciones defensivas, parecidas a las que tenían los satélites.

Las astronaves que acompañaban al «huésped» recibieron la orden de comprobar esto.

Cuatro robotsexploradores se aproximaron desde diferentes partes al advenedizo del cosmos y sin obstáculo tocaron su superficie.

No tuvo lugar aniquilación. ¡La nave no tenía instalaciones de defensa!

En las pantallas de los cuadros de mando de las astronaves surgieron los contornos difusos de lo que se encontraba dentro del «huésped»…

¡Y una nueva sorpesa!

La transmisión de uno de los robots que se encontraba en la parte media de la nave cósmica, mostró claramente que algo se movía dentro…

¡Este «algo» recordaba a seres vivos, a personas!

Había que desechar la suposición anterior, ¡la tripulación estaba viva!

Todo esto puso al Instituto de cosmonáutica en un callejón sin salida. ¿Qué significaba la absurda conducta de los forasteros? No se podía concebir, que en la nave que había realizado un vuelo interestelar, se encontraran personas que no tuvieran idea de las leyes de la mecánica estelar, que no se dieran cuenta de sus actos.

¡Pero por lo que se veía resultaba así!

No cabía lugar para dudas.

¡Instalaciones defensivas no existían, la aproximación a la nave no ofrecía ningún peligro!

— Les ayudaremos a tomar una decisión — dijo Szabo.

Salió de la Tierra la misma escuadrilla que en algún tiempo dirigió Murátov. Ya hace tiempo que estaba preparada con el fin de convertir un asteroide más en estación científica cósmica. No se tenía grandes deseos de gastar energía en un objetivo no previsto, pero no quedaba otro remedio.

La potencia de la escuadrilla, que hizo cambiar la órbita de Hermes, era más que suficiente.

Las naves eran muy pequeñas en comparación con el gigantesco advenedizo, pero eran ocho. Por cuatro partes se acercaron al «huésped», dos por cada una, y se pegaron a su bordo. La nave era invisible incluso desde cerca, pero se distinguía bien como una «hendidura» negra en el cosmos, en el fondo estelar.

Potentes imanes adhirieron las naves al advenedizo formando un todo único.

La nave fue apresada y ya no podía desprenderse.

Inmediatamente se puso en claro que los motores de la nave advenediza repelían la atracción de la Tierra.

Había sido cumplida la primera parte de la operación planeada pero se planteaba la cuestión de ¿cómo obrar en lo sucesivo?

Sin duda alguna la fuerza de las ocho astronaves podría vencer la fuerza de los motores de la nave. ¿Pero qué pasaría en la Tierra después del aterrizaje?

¿Se detendrían los motores de la nave o continuarían funcionando inútilmente?

La actitud del «huésped» cerca de la Tierra era lo suficientemente inconcebible para que esta pregunta no se hiciera en balde.

Sería ridículo sujetar la nave con cadenas al cohetódromo. ¿Y, además, qué cadenas podrían mantener sujetada una nave cósmica de tales dimensiones?

El comandante de la escuadrilla comunicó sus dudas al estado mayor de la operación, donde no pensaron mucho tiempo.

Los aparatos automáticos del huésped — estaba claro que en el momento actual dirigían la nave no personas sino aparatos — resultaron «sensatos». Claro está que los aparatos terrestres, correspondientes a los de la nave, eran «más inteligentes» y no hubieran permitido un gasto inútil de energía, pero a pesar de todo obraban con una cierta lógica, si les había sido incluido en el programa la orden de esperar al arribar a otro planeta.

Esto significaba que al «sentir» tierra debían detener los motores.

Szabo contestó en este sentido al jefe de la escuadrilla.

Las ocho naves cambiaron su plan. ¿Para qué oponer resistencia a los motores de «huésped», si se les podía utilizar?