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Las personas de la Tierra querían comprobar, además, cuan «sensatos» eran los aparatos automáticos del advenedizo.

La nave podía conducirse hacia la Tierra con la proa hacia adelante. Entonces, sus motores, si funcionaban como antes, no lo impedirían sino todo lo contrario, ayudarían.

Pero si ellos comenzaban a funcionar en dirección contraria, entonces habría que emplear la fuerza aunque era una pena gastar tanta energía.

Resultó que el «juicio» de la nave de los huéspedes era más perfecto de lo que se suponía.

Apenas se empezó a remolcarlo cuando los motores del huésped dejaron de funcionar por completo. El «cerebro», por lo visto, sintió y «comprendió» que a la nave la gobernaban desde afuera.

Era posible que no hubiera comprendido nada, sino que fuera corriente un aterrizaje de esta forma, teniendo en cuenta las gigantescas dimensiones de la nave.

Fuera lo que fuera esto no tenía ya gran importancia; el «huésped» no ofreció resistencia y después de hora y media aterrizaron las ocho naves de la escuadrilla en el cohetódromo de los Pirineos, completamente libre de todos los cohetes. Entre ellos se encontraba algo parecido a un espectro.

El cuerpo gigantesco tapaba todo lo que se encontraba tras él, pero era absolutamente invisible, parecía un vacío opaco.

Por primera vez veían las personas de la Tierra tal espectáculo.

Recibieron al forastero sólo los empleados del servicio cósmico. Una precaución elemental obligó a cerrar el cohetódromo para los ajenos. Se hizo una excepción sólo para dos personas: Murátov y Guianeya.

Se separaron las naves auxiliares y volaron hacia el extremo del cohetódromo. Quedó solo el huésped.

Era necesario hacerlo visible. La «visión» en todos sus aspectos no era muy agradable.

Nadie salía de la nave. Los aparatos acústicos no captaban ningún sonido dentro de él.

Los aparatos teleradiográficos, que se acercaron inmediatamente, no registraron ningún movimiento.

¿Por qué ahora había cesado lo que se vio en las pantallas de la escuadrilla?

Parecía como si se hubieran ocultado los que se encontraban dentro de la nave.

Las personas de la Tierra no temían ninguna amenaza, ya que la nave aquí no podía causar un gran daño, debido a que se encontraba en poder comlpeto de los amos del planeta. Pero la ausencia de movimiento producía la impresión de que pudiera existir alguna amenaza.

La tripulación de la nave debía comprender que había sido hecha prisonera. ¿Cómo obraría el comandante?

Si pensaba elevarse y salir volando, esto no le salvaría. Cuatro astronaves de la escolta que no habían descendido a la tierra, estaban sobre el cohetódromo a una gran altura vigilando atentamente al huésped. En caso de que intentara huir sería destruido inmediatamente.

Las personas se esforzaban vanamente en averiguar qué es lo que pasaba ahora dentro de la nave.

Lo mismo que antes, nadie, incluso Guianeya, podían sospechar en lo más mínimo la situación real de las cosas.

9

Merigo y sus tres camaradas no observaron y tampoco sintieron la disminución de la velocidad del vuelo. No sabían lo que pasaba con su nave, no sospechaban que había terminado su largo y atormentador viaje, que habían alcanzado felizmente el objetivo.

El intento descabellado, que nunca podría haber emprendido una persona que dominara la técnica fue coronado con éxito gracias a una serie de casualidades. Pero esto tampoco lo sabían ellos.

Una de las casualidades fue el que los cuatro hubieran quedado vivos. Su ingenuidad los hizo pensar que el camino al otro planeta era corto.

Y si en la astionave de los «odiados» no hubiera existido un depósito de víveres, si esta nave, que estaba preparada para volar tras la primera, la hubieran descargado de todo, entonces los cuatro hubieran muerto de hambre, y si hubieran retirado el agua preparada para las piscinas los cuatro hubieran muerto de sed.

Y hubieran quedado para simpre en el cosmos, si hubiera ocurrido la más pequeña avería en los aparatos de dirección, ya que si hubieran sonado las señales de alarma ninguno de los cuatro hubiera podido arreglar la avería, porque ni tan siquiera comprendían el significado de estas señales.

Y otras muchas más cosas hubieran podido surgir en su camino.

Los cuatro habían realizado un vuelo cósmico, que sin duda alguna era único e inigualable en la historia de cualquier planeta.

Podrían estar orgullosos, pero para esto era necesario comprender la importancia de su hazaña. Ellos no comprendían nada e incluso no pensaban en que habían realizado una proeza valiente, abnegada y humana.

No sabían que su viaje había terminado, y al sentir un pequeño choque en el aterrizaje, no comprendieron lo que esto significaba.

No hubo ningún cambio de la fuerza de gravedad dentro de la nave e incluso ahora no sintieron ningún cambio en su peso.

Nada les podía indicar que la nave había terminado su vuelo, que estaba inmóvil sobre el planeta, y probablemente hubieran estado durante mucho tiempo sin conocer esto hasta que las personas de la Tierra no se presentaran ante ellos.

Pero los «odiados» habían pensado por ellos.

Inesperadamente para los cuatro parecían desaparecer las paredes del local central donde se encontraban. Ante los cuatro se presentó un cuadro incomprensible y asombroso.

Esperaban ver en el planeta hacia donde volaron, bosques espesos, chozas de los habitantes, un mundo parecido al suyo.

La nave estaba en el centro de un enorme campo, desprovisto de vegetación y singularmente plano, como una meseta de montaña. En el horizonte se levantaban edificios fantásticos, que en cierto grado se asemejaban a los edificios erigidos por los «odiados» en su planeta. Unas máquinas se aproximaban por todas partes. Eran también parecidas a las de los «odiados» pero tenían una forma un poco distinta. En ellas venían personas a las que se podía ver perfectamente.

Los cuatro, llenos de desesperación, cayeron al suelo.

«Los odiados»!..

La nave les llevó no a donde ellos querían. ¡Estaban en el planeta de los «odiados», en su patria!

¡Todo fracasó, todos los planes se derrumbaron!

Los cuatro yacían sin movimiento, resignados con su suerte, conformes con su aciago fracaso. ¡Que vengan y hagan lo que quieran!

Para los cuatro la vida no tenía ya ningún valor.

El primero que volvió en sí fue Vego, el más viejo de los cuatro.

— Es necesario que destruyamos el contenido del cajón amarillo — dijo — antes que los «odiados» aparezcan aquí. Nos han engañado. La nave debíia volar no donde voló la primera. Pero aquí no saben nada. Callaos, hagan lo que hagan con vosotros.

— Callaremos, pase lo que pase — respondieron los tres.

No duró mucho tiempo el pintar de color gris el cuerpo invisible. Potentes pulverizadores realizaron esta labor en media hora.

Ante los ojos de las personas se elevaba como una montaña el cuerpo colosal del gigante cósmico de una longitud de quinientos metros. Tema una forma alargada, nervada, con abultamientos en sus extremos. No se veía nada que pudiera parecerse a toberas. Por lo visto la nave no era de reacción.

— Es la misma — dijo Guianeya — que tenía que haber volado después de nosotros, pero decidieron no enviarla. ¡Qué raro! ¿Por qué está aquí?

– ¿La suya era igual? — preguntó Murátov.

— Las dos eran completamente iguales. Esperaron pacientemente más de una hora.

Pero nadie salía de la nave.

– ¿La entrada se puede abrir desde afuera? — preguntó Stone.

— Sí.

Las dos frases las tradujo Murátov.

— Tenemos que entrar nosotros mismos — propuso Szabo —. A lo mejor la tripulación de la nave necesita nuestra ayuda.