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– No es necesario, gracias.

Pasaron a un pequeño teatro con el escenario lleno de aparatos diversos, la mayor parte colgados del techo, y en el centro, al fondo, una consola de mando a distancia.

– Aquí -dijo el Canónico con orgullo- es donde ensayamos las posibilidades escénicas de las causas públicas, ocasionalmente en colaboración con la Apotropía de Juegos; incluso, cuando en algún caso extremo no conviene actuar en Palacios de Expansión, hemos acogido la función aquí mismo. Por ejemplo -señaló unas correas colgantes con una serie de anzuelos minúsculos en el extremo-, aquí tenemos un Juego que se llama las Pestañas Metálicas. Se atan las manos del reo y se le atraviesan los cuatro párpados, dos superiores y dos inferiores, con los cuatro brazos de anzuelos, que contienen seis terminaciones cada brazo, de tal forma que con delicadeza y sin tirones bruscos se suspende al reo, aproximadamente con los pies a metro y medio del suelo, sin que la piel ni la mucosa se desgarren, con la inclinación precisa del brazo, regulada por el Cuantificador parcial, para que no haya diferencias de tensión entre unos anzuelos y otros, que ocasione que un mal reparto del peso provoque una ruptura, y lo mismo por lo que respecta a los hilos del nylon que sustentan cada uno de los brazos; una vez suspendido el reo, un actor, generalmente una niña caracterizada de amorcito, desde la viga de sujeción tira arena o sal y exprime limones sobre los ojos indefensos, y acaba por orinar en ellos -observó la cara de Ígur-. ¿Captáis la intención simbólica?

– No estoy seguro.

El Canónico rió como si hubiera dicho algo muy gracioso, y prosiguió.

– Al final se cortan de golpe dos de los cuatro hilos, y los otros dos desgarran los párpados y el paciente se desploma. En casos excepcionales, los párpados resisten, y entonces la niña se lanza sobre él para hacerlo caer.

– ¿Y después?

– ¡Muy bien. Caballero, veo que habéis entendido a la perfección el sentido lúdico de la Prisión! Después hay otras cosas, pero por hoy ya habéis tenido suficiente; otro día os enseñaremos las salas que faltan: reflexocondicionamiento, inoculaciones, doble tratamiento, presión por bondad, etcétera. -Lo llevaron a una habitación que de no ser por la falta de ventilación directa habría podido ser la de un hotel de medio lujo, y allí el anfitrión se detuvo-: ¿Necesitáis algo? -Ígur negó-. Pues que paséis una buena noche.

La puerta se cerró tras de sí. Ígur se sentía capaz de enfrentarse a lo que fuera; el cansancio y el desprecio le resultaban sentimientos tan ofensivos que, por una extraña compensación de los sentimientos, no le temía a nada, y se durmió nada más apagar la luz.

Al día siguiente al alba, la Guardia armada, al frente el Primer Subcanónico médico, un hombre de unos treinta años. Nada de explicaciones, empujón y fuera. Paso rápido, ahora va en serio, pensó Ígur. Directo a una cámara de preparación. Sin preguntas. Encerrado hermético completamente solo. Desnudarse, destrucción de la ropa. Ducha desinfectante a alta presión. Paso por una cinta transportadora, segunda ducha a presión, esta vez de agua helada. Cinta transportadora hasta un quirófano. Empleados con monos integrales de protección hermética lo atan a la cama bajo focos de luz azulada. Le afeitan la cabeza. El pelo de todo el cuerpo afeitado. Muestras de piel y mucosas. Prueba de alergias. Exploración integral. Recorrido de ombligo, con inversión, higiene y vaciado. Recolección de humores. Sonda uretral. Sonda anal. Obtención de semen por descarga eléctrica. Sonda estomacal. Sonda pulmonar. Escáner, test de respuestas nerviosas, electroencefalograma, electrocardiograma. Sonda ótica. Fondo de ojo. Inversión de párpados. Análisis de sangre. Punción lumbar. Extracción de dos dientes y dos muelas. Exploración y raspado de paladar y fosas nasales. Lavado de estómago. Introducción del cordón de nudos en los intestinos, y vaciado higienizante posterior. Biopsia de hígado, de páncreas, de pulmones, de riñon. Sellado cauterizante de uñas. Cinta transportadora, amarrado a la litera, hasta una sala donde el Subcanónico médico se le dirige con los datos en la mano. A su lado, dos Asistentes, uno sostiene planos y gráficos, el otro está al control electroencefalográfico del paciente.

– Paciente Quinientos quince barra Once…

– Soy el Caballero Neblí -dijo él, procurando no flaquear.

– ¡Silencio! -le cortó el Subcanónico sin contemplaciones-. Habla sólo cuando se te pregunte, y si pretendes tener algún momento para comer o para dormir, vale más que aprendas que eres el paciente Quinientos quince barra Once.

– Notaciones en posición -anunció el Asistente al control.

– Muy bien -dijo el Subcanónico-, abandonemos el círculo circadiano: ciclo de 29 horas.

– Ahora sabremos qué pasó en el Laberinto -dijo el Asistente, con un tono más de afirmación que de pregunta.

– Pero no se me acusa de… -dijo Ígur.

– ¡Silencio!

– Atención -dijo el Subcanónico-, esto es muy interesante. Supongamos la histéresis: ¡mariposa!

– No, cola de milano -dijo el Asistente-. Actividad beta, treinta y siete hercios, predominancia Apolo.

– Perfecto, nos acercamos a un máximo de orden dos. ¿Parámetro?

– Decir la verdad -dijo el Asistente.

Por primera vez, el Subcanónico se dirigió directamente a Ígur.

– Paciente Quinientos quince barra Once, tu parámetro es en este instante decir la verdad, y te acercas a un máximo. Pero la inhibición de la actividad beta indica ingestión de depresivos de manifestaciones corticales. No hay duda, existe el propósito de disminuir el umbral de excitación neuronal y reforzar las defensas con el objeto de ocultar, y eso, en tu situación, indica sin el menor equívoco conducta criminal.

– Parámetros vecinos -anunció el Asistente-: por defecto despertarse, por exceso tomar una decisión.

– ¿Debo entender que se me hace una pregunta? -preguntó Ígur. El Subcanónico apartó la vista.

– Aquí se pone en transparencia el estado del paciente, y no tan sólo el presente, sino el futuro y el pasado, es decir, las intenciones y la verdad, porque como es de lógica elemental, el presente y el futuro no tienen verdad. ¿Quieres saber cuál es el verdadero motivo por el que estás aquí? ¿Sabes cuál es, en realidad, la acusación? Es cada cual quien debe buscar su culpa, y establecer el castigo en consecuencia. ¿O quizá -sonrió entregado a una verdadera pasión intelectual- es al revés, primero encontrar el ajuste al castigo, y a partir de ahí deducir la culpa?

– Si me permitís -dijo el Asistente-, la presencia de los depresivos permite una reducción importante del espectro de acción.

– Inhibir manifestaciones corticales, aislar el éxtasis pánico, reforzar la egoación -murmuró el Subcanónico-. ¿Hay jurisprudencia?

– Incluso de etapas inquisitoriales.

– Centrémonos en vicisitudes más recientes.

– El 320, el caso Ismalónidas registra una depresión de fragilidad mnemotécnica en el orden lógico-asociacional con refuerzo de coherencia analógica, que, una vez practicada la profilaxis con perifloraminas y Tercera Demeterina, en el terreno de las ondas theta (5 hercios), reveló por analogías espectrales el conocimiento de una extensa conjura en torno al Estado Mayor del Hegémono. El caso Pultus, el 381, registra una alteración de las funciones de los neurotransmisores de las áreas cerebrales implicadas, principalmente la parahipocámpica y los receptores medulares, con inversión de funciones emocionales congnitivas, y un bloqueo de registros muy curioso, podríamos llamarlo el oscurecimiento de toda una región de propósitos morales…

– Ya lo recuerdo -dijo el Subcanónico-. ¿Y el tratamiento?

– Aislamiento sensorial, con dosis mínimas de. Demeterina B-59 para anular los beta-bloqueantes.

– Muy bien. Podría ser que, en este caso…

Los dos hombres se miraron.

– Es posible.

– ¿Qué evolución prevé el Cuantificador?

– Ruptura en mariposa entre tres y cinco días con el tratamiento actual. Hasta entonces, depresión de Locus Coerulus y del tránsito de endorfinas, con probable histéresis reactiva de orden tres. Posibilidades de ruptura: decir la verdad, traicionar; la distancia entre las dos opciones revela la ferocidad teopática del paciente.

– Interesante.

El Asistente miró las datos con fruición.

– ¡Reprogramar a un Fidai! Es todo un desafío, luchar contra la célebre respiración.

El otro le impuso silencio, pero Ígur ya se había dado cuenta de sus posibilidades.

– Paciente Quinientos quince barra Once -dijo el Subcanónico con indolencia-, no hagas caso del lema que leíste a la entrada. Aquí sólo tienes dos opciones: morir o traicionar. Si pretendes ir más allá de esa disyuntiva, el tiempo jugará en contra de tu identidad personal, y tu principal problema, aparte de la supervivencia física, será conservarla o, por lo menos, no perderla del todo.

Dieron la sesión por acabada, y lo encerraron en una celda, cuatro paredes sin un solo mueble, atado desnudo a una cama quirúrgica, con las sondas y los electrodos conectados.

Nueve días después, deshuesada el alma por la purificación diaria del vómito, el laxante y el cordón rectal, diluido el sentido del tiempo, perdido el aliento por las sondas arteriales, desengañado de la propia inteligencia y de la cohesión del espíritu, Ígur colgaba boca abajo atado de pies y piernas y con camisa de fuerza en una cámara cuadrada de techo altísimo, la cabeza a dos metros del suelo y un sistema de vientos que conferían al cuerpo una ligera curva a favor de la concavidad de la espalda y, apartando la cabeza de la pura plomada, le permitían una visión del sol aproximadamente vertical. Allí, los aparatos cuantificadores de las constantes y, después de unas horas de la más absoluta soledad, el Subcanónico y los dos Asistentes.

– Paciente Quinientos quince barra Once -anunció el Asistente de control-, una semana de tratamiento. Dioniso en apogeo. Expediente central, teopatía en primer grado.