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– Muy interesante -dijo Ígur.

– La modalidad reina es la que se llama Fonotontina -prosiguió el Consultor-, que consiste en un contrato entre un mínimo de diez interesados, con gran riqueza de variantes a partir de la básica, que reúne a un grupo, con una fecha de salida y todos contra todos, y, en las partidas más selectas, sin más premio que la emoción del Juego y la gloria de haber sobrevivido; se puede introducir el problema adicional de la búsqueda de la lista, o del orden y la disposición de las muertes, o del descubrimiento de las fechas indicadas, a través de un proceso lógico, o de una leyenda en la que cada participante representa a un personaje, o en un poema representa una metáfora o un grado de abstracción, o bien a través de un recorrido por lugares o con terceras personas, o ligado a la evolución de un hecho concreto o de un grupo de personajes reales, por ejemplo los miembros de una familia de Príncipes, o los Agonos dependientes de una determinada Apotropía -Ígur escuchaba con atención: ésos debían de ser los aspectos más próximos al Laberinto-; lo que en principio parece asegurar una muerte violenta a plazo fijo es en realidad un seguro de vida, porque los nombres de los participantes, con el código de identificación correspondiente, quedan registrados en el Archivo General de la Apotropía de Juegos del Imperio, con la expresa prohibición de participar en cualquier otro Juego de Azar, si bien suele darse el caso de jugadores compulsivos que pierden la vida ilegalmente en apuestas privadas con anterioridad a la fecha del inicio de la Fonotontina.

– Ah -dijo Ígur-, ¿existe el Juego ilegal?

– No, no es ésa la cuestión. El Juego privado no está prohibido. En realidad muchos Juegos que comienzan gestionados por la Apotropía desembocan más tarde en soluciones particulares, nuestro único interés por las cuales es el de registrarlas para el enriquecimiento de nuestros recursos, porque muchas te dejarían asombrado por la imaginación, el valor o la generosidad que llegan a desplegar. Pero como resulta imposible, en un Juego, establecer dónde empieza y dónde termina la intervención de la Apotropía, que, como te explicaré después, domina casi todo el movimiento social del Imperio, el objetivo no estriba tanto en dar carta de naturaleza oficial sino en la socialización de garantías, el compromiso institucional de que cualquiera tenga su oportunidad, si está dispuesto a jugársela en serio.

– ¿Y ese compromiso también se rige por reglas de Juego?

Gemitetros se echó a reír.

– Excelente sentido del humor. Caballero. -Se quedó en silencio-. ¿Qué estaba diciendo antes del inciso?

– Hablabais de los jugadores que ilegalmente…

– ¡Ah, sí! Quería contarte el célebre caso Rufinus, que ya debes conocer, en el que uno de los participantes en una Fonotontina con un montante económico considerable sobornó a un funcionario para participar en un póquer a muerte, en el que perdió la vida; la familia del difunto elevó una reclamación a las instituciones, y ante la posibilidad de que la judicatura, o la propia Apotropía, anulase la Fonotontina o dictase un arbitrio mistificador del Juego, el resto de los participantes instituyó un acuerdo privado para avanzar el plazo, y de los trece iniciales (en realidad los doce, por la desaparición del causante del contratiempo), en tres días no quedaban más que dos, que, bien escondidos en sitios seguros, desplegaron el uno contra el otro ejércitos de mercenarios que acabaron por matarse entre ellos en el centro de la ciudad, hasta alcanzar tal punto de escándalo publicitario y escarnio del buen orden de la institución que ocasionó que la Apotropía, presionada por el propio Gobernador, se viera obligada a dictar con carácter de urgencia una disposición dividiendo la Fonotontina entre los dos supervivientes; pero cuando los interesados se asomaron a la luz pública, los profesionales contratados y subcontratados para matarlos no habían recibido contraorden de sus clientes respectivos, o quizá éstos ni siquiera habían llegado a saberlo, y, en cualquier caso, como es propio del asesino serio ante cualquier cambio circunstancial no alterar los designios por deducciones propias o por suposiciones infusas de otros que no provengan del propio contratante, ninguno cayó, o no quiso caer, en la cuenta para emprender alguna gestión en ese sentido, que por otra parte habría resultado asimismo inútil, porque las subcontrataciones, práctica corriente entre los mercenarios que dominaban el mercado, eran de hecho incontrolables, así es que los dos ganadores no llegaron, no tan sólo a cobrar lo que les correspondía, sino a circular ni media hora por las calles de Gorhgró. Y, mira lo que son las cosas, al cabo de un año se descubrió que entre los que mataron a los dos últimos participantes hubo pistoleros a sueldo del Imperio, y a pesar de que nunca se ha llegado a probar que hubiesen sido ellos y no otros los que, finalmente, habían logrado el objetivo, fue suficiente para desatar el escándalo, cuyo origen se debía a la ineludible necesidad del Comisario de Juegos Rufinus de tapar ante el General superior un ejercicio deficitario tras el que acechaban los más turbios trasfondos, y más tarde, cuando las exigencias técnicas del proceso permitieron saber quién estaba detrás de la investigación que lo había propiciado, y resultó ser el heredero de uno de los dos últimos supervivientes, se descubrió su conexión con uno de los dos pistoleros a sueldo del Imperio presuntamente implicados, sin que, de momento, se haya podido establecer de manera concluyente una relación de causa y efecto entre los hechos, de manera que el asunto continúa pendiente de la judicatura, ahora, además, complicado por el problema de los intereses del capital, que por derecho le corresponden a la Apotropía, y que también ha entrado en litigio, con una acusación añadida al Comisario Rufinus de apropiación indebida de una parte, cuando gestionaba la cesión entre el dictamen del Apótropo y la muerte de los supervivientes.

– ¿Y cómo ha acabado?

– El proceso continúa, pero no sabría decirte en qué fase se encuentra, no es de mi competencia. La opinión pública se ha desentendido -dijo Gemitetros sin entusiasmo-. Una de las modalidades más variada de Fonotontina -prosiguió ante un cuadro sinóptico- es la que llamamos Cubierta, y se juega entre un mínimo de cincuenta participantes, de los que un ochenta y tres por ciento han sido designados de oficio, sin haberlo solicitado, ya sea por sorteo directo del censo o a través de la relación con un mecanismo previamente sorteado, por ejemplo la adquisición de un billete de viaje, la consulta a un médico o las tres últimas cifras de la cantidad que suman las ganancias anuales; y aun así, entre ellos, tan sólo se informa a un diez por ciento. En la Cubierta Móvil, la mitad de los participantes cambia a lo largo del Juego, siguiendo mecanismos establecidos: el número de letras del nombre, las relaciones de parentesco, etcétera. ¡Cuántos ciudadanos habrán participado sin saberlo!

– ¿Y esa modalidad se practica con frecuencia? -preguntó Ígur.

– Es la que más se practica. Un noventa por ciento de las muertes de Gorhgró son producto de ella, a veces las que menos te imaginas: ruinas, enfermedades, peleas de taberna, ejecuciones de delicuentes, accidentes laborales… pero -se rió- es difícil de cuantificar con exactitud, porque también hay muchas equivocaciones.

Ígur pensó que era la forma perfecta de asesinato: fingir que te has confundido en una Fonotontina… Como había tantas, ¿quién lo podría comprobar? En pocos segundos, la argumentación se le disparó: si hay tantas, igual no es necesario ni fingirlo: mata a quien quieras, en un sitio o en otro se encontrarán siempre jugadas de Fonotontina que lo explicará. Enseguida, sin embargo, se creyó de vuelta a la realidad: si eso fuera así, no tendría sentido la existencia de la Apotropía de Juegos. ¿O quizá sí, quizá su principal objetivo fuera mantener la ilusión del orden?

– Me imagino -dijo Ígur- que eso obliga a una estrecha coordinación con el Censo Imperial.

Gemitetros abrió los brazos y sonrió.

– ¿Para qué, si nosotros elaboramos el único censo fiable del Imperio?

– Me parece -dijo Ígur, fingiendo un convencimiento que no tenía- que una consideración tan escasa a la predisposición del jugador, y por descontado a su voluntad, no está muy en consonancia con el espíritu de los Juegos.

– Es posible. Para los que piensan como tú, aunque lo cierto es que ésa no es condición que te libere de la posibilidad de convertirte en participante de una Fonotontina Cubierta, existe la que se podría considerar modalidad contraria, la que se llama Fonotontina Imperial, tal vez la más completa y sofisticada, que consiste en la fase final de una estructura reticular de Fonotontinas, cuyo estrato anterior está formado por una serie de Metafonotontinas, cada una de las cuales tiene por objeto no la solución final, sino dilucidar quién participará en la Fonotontina final. Hay un segundo estrato previo de Metametafonotontinas para dilucidar en qué Metafonotontina participas, y así sucesivamente, hasta alcanzar procesos de catorce y dieciséis grados que, como puedes suponer, pueden llegar a durar treinta años. -Le mostró esquemas estéticamente geometrizados con formas circulares, o espirales, con leyes expresadas en ejes de simetría sobre el número de participantes, sobre diversas variables técnicas o sobre el tipo de Fonotontinas previas (Simples, Cubiertas, Móviles, y otras a las que Gemitetros no se había referido)-. La ventaja de esta variante -prosiguió- es el aumento exponencial de las ganancias, siempre en términos de gratificación no material, porque cuanto más alto sea el metagrado, más abundantes son las jugadas negras, es decir, la muerte directa de oficio, pero, en compensación, aquel que alcanza una Fonotontina Imperial proveniente de un mayor número de estratos previos, disfruta de las prerrogativas más ventajosas: optimización de recursos, información, cobertura logística, incluso ayudas directas.