– Realmente, un admirable proceso de depuración.
– Y de integración -dijo Gemitetros con satisfacción-. Es más que una fiel imitación de la vida, ¡es la vida misma: ignorancia y coraje, cálculo y azar en nostalgia de la armonía!
– ¿Y las modalidades en las que el jugador tan sólo es espectador?
– Aquí se gestionan tanto las derivaciones del teatro, como del circo, como del deporte. Por ejemplo -le mostró una fotografía-, el baile de las panteras-murciélago: la lucha entre dos mujeres, generalmente desnudas o con correajes, con una maza en cada mano; llevan botas y grilletes de hierro, y un casco metálico fijado al cráneo con cuero… a ver si hay alguno por aquí -se puso a revolver los cajones sin interrumpir su relato-…de características especiales: de la parte frontal superior sobresalen, en forma de antenas curvadas, dos piezas de titanio flexibles y de base rígida, muy afiladas, dirigidas cada una al centro de cada ojo, y distantes dos centímetros de las pupilas; el Juego consiste en intentar acertar con la maza el puente que une los extremos más sobresalientes de las dos piezas, y lograr que se claven en los ojos. El casco lleva una pieza en la frente que limita el recorrido del estilete cuando recibe el golpe, mira, aquí hay uno -dijo, y sacó del armario un artefacto de las características descritas bastante sucio y con las correas de cuero muy estropeadas; a Ígur le pareció que en los extremos metálicos había restos ennegrecidos de sangre, y no quiso confirmar la apreciación; Gemitetros prosiguió, ayudándose por el movimiento de las piezas-: ¿Lo ves? Cuando le dan un golpe, los estiletes se proyectan hacia abajo de golpe hasta que esta protección hace de tope para que la punta penetre en el ojo lo justo para el vaciado, pero sin que afecte al cerebro, lo que significaría el final del Combate; los dos estiletes se unen mediante este puente travesero (existen otros modelos en los que el mecanismo se resuelve cruzando los estiletes y soldándolos), con objeto de que si se acierta uno, se claven los dos, y evitar así la posibilidad de una combatiente tuerta, lo que atentaría contra el precepto fundamental de la simetría; aquí en el centro hay un muelle de retorno (que se puede quitar si se acuerda así al establecer las normas) para evitar que los estiletes se queden clavados -puso el casco en manos de Ígur, y él lo observó con repugnancia y respeto, y por un instante le asaltó la tentación de probárselo; el Consultor se dio cuenta y se echó a reír-; también se usan en determinados Juegos a dos. -Y prosiguió-: En el Combate se pueden respetar rigurosamente las reglas establecidas o bien puede valer todo: distraer a la adversaria con la maza y hundirle los ojos de un puñetazo o de una patada, o noquearla previamente. El Juego acostumbra acabar con la combatiente cegada muriendo a golpes de maza a merced de la otra; excepcionalmente la ciega tiene la fortuna de acertar a su vez los estiletes del casco de la otra, o se produce una refriega de la que resultan ambas cegadas, y entonces se sucede una segunda parte del Combate prodigiosamente larga y emocionante, guiadas las rivales por los gritos de los espectadores, que dirigen a su preferida (o a aquella por quien han apostado) y procuran confundir a la otra; puesto que el público siempre está dividido, las indicaciones verdaderas son imposibles de distinguir de las falsas que las contradicen, y las dudas de las combatientes sobre atender a un grito o a otro hacen las delicias y la furia del espectáculo. Al final una resulta vencedora, pero como sus posibilidades de actuación en el futuro son más bien escasas, si bien tal remota posibilidad es la que proporciona la querencia de la victoria, tan sólo excepcionalmente se le concederá un indulto que, atendiendo a la ínfima extracción social de las participantes en el baile de las panteras-murciélago (las hay incluso delincuentes condenadas), y a que de igual forma tendrían pocas expectativas en otros terrenos, no tiene más objeto que ensalzar el sentimiento de perdón, de generosidad y el sentido de supervivencia del público, si es que entre ellos hubiera algún alma tierna que necesitara aliviar su contribución a la barbarie, y la combatiente herida es rematada más tarde en el interior de las dependencias, aunque se dan casos en los que, puesto que el sector del público al que el resultado del Combate ha supuesto la pérdida de una cierta cantidad lo solicita, a una indicación del presidente del espectáculo, los arqueros de la Guardia le dan fin en el propio escenario, y confieren a la agonía el ritmo que les es requerido.
Ígur hizo un gesto de escepticismo.
– ¿Se dan a menudo esa clase de Juegos de Combate?
– Acabas de proferir una redundancia -sonrió el Consultor, y repasó un calendario-. ¿Tienes acceso al Palacio Triddies? ¿No? ¿Al Palacio Lodeya? ¿Al Palacio Conti? -Ígur dudó si descubrirse o no, pero el otro ya lo había calado-; muy bien, ve al Palacio Conti el sábado de la semana que viene, y verás un buen espectáculo.
– Me pregunto cómo se ha evaluado el coste social de todo esto, y si realmente vale la pena mantenerlo para evitar males mayores.
– ¿Lo dices por la función guerrera del hombre? -dijo Gemitetros con ironía, y con un gesto Ígur negó-. Desengáñate, la catarsis laxante nunca movilizaría semejante esfuerzo, porque además las ganancias son más que opinables; el problema es de orden práctico: el bienestar material ha engendrado una clase social ociosa y subvencionada que ha despoblado los oficios más gravosos de la comunidad. Se han acabado los espectáculos directamente dependientes de la especulación con los espíritus, los deportes en los que el riesgo físico no ofrece sólidas garantías de peligro extremo, se ha acabado la ficción; la gente quiere sangre, y la quiere en vivo. En otro orden de cosas, se han acabado también definitivamente, incluso como lujo sentimental, los gremios artesanos, en beneficio de la industria que gestionan los Príncipes, y eso significa que no hay sustrato social con el grado de autosuficiencia necesario para amortiguar el contacto de los sectores extremos. A la vez que toda reclusión ejemplar ha perdido ya el sentido, la solución se ha implantado por la vía de la reforma penal. Como debes saber, la Apotropía de Justicia hace diez años que está totalmente colapsada. Por un lado, la falta de funcionarios propició una forma especial de reinserción de los condenados, en forma de exenciones para trabajos subsidiarios al principio, pero más tarde, cuando el problema se agravó, en puestos de responsabilidad: fiscales, jueces y alcaides. ¡Al fin y al cabo -rió- conocen mejor el sistema ellos que los que han llegado estudiando la carrera! La solución paró el golpe, en principio, y con bastante eficacia, pero pronto, ante la inoperancia total de Protección Civil y paralelamente a la proliferación de bandas armadas de autodefensa, un sector importante de la ciudadanía desarrolló una psicosis social que degeneró en delirio colectivo de evolución paranoica querellante, la subespecie más curiosa, y más en aumento, del cual es la autoinculpadora, y en pocos meses los juzgados se convirtieron en aglomeraciones histéricas de acusadores sistemáticos que cuando, finalmente, son expulsados del mostrador, compulsivamente se vuelven a poner a la cola. Ve un día a ver un juzgado, es todo un espectáculo. Viven allí familias enteras.
– ¿Y por qué no son más rigurosos a la hora de admitir los trámites?
– Por la misma razón por la que tantas y tantas cosas quedan por resolver. Busca la relación entre los costes de la solución y el beneficio obtenido, y sabrás de inmediato qué prosperará y qué no. Volviendo a lo que nos ocupa: como no hay juicios, los contenciosos y los delitos se resuelven de oficio desde el Cuantificador, por el procedimiento de la factorialidad; los condenados vulgares, me refiero a los que no son elementos peligrosos que haya que vaciar antes de eliminar, como va no hay sitio donde emplearlos en la Administración, no van a la Cárcel, sino que son ocupados en los trabajos más duros de acuerdo con sus condiciones personales y el grado de condena; así pues peones, barrenderos, ganaderos y guardabosques, ladrones convictos metidos en la prostitución masculina, activistas de la subversión en espectáculos de circo, y los criminales más célebres y brillantes, irrecuperables para la propaganda negativa, consagrados como productivos gladiadores a muerte.
– Ya lo entiendo -dijo Ígur sin demasiado interés por llegar al fondo del asunto-, la Apotropía de Juegos tiene una doble misión, en cierta manera un filtro entre dos necesidades: por una parte ofrecer espectáculos de acuerdo con la demanda social, y por otra canalizar los problemas residuales.
– Más o menos -dijo Gemitetros muy satisfecho-; y fíjate que no estamos tan sólo en contacto con la Apotropía de Justicia, sino con muchas otras: la de Obras Públicas, la de Hacienda… y también con departamentos subsidiarios; por ejemplo, nuestra colaboración con la Gestión Social ha sido decisiva para solucionar el problema de los jubilados -Ígur jugueteaba con el casco de las panteras-murciélago, pero el Consultor, entusiasmado con su propio discurso, continuó indiferente a la expectativa del interlocutor-. Hace unos años, cuando del total de jubilados que pedían pensión se concedía tan sólo al cinco por ciento, el resto se convirtió en una lacra de difícil solución: exasperados, muchos de ellos emprendían atentados contra próceres o bienes públicos, o matanzas colectivas indiscriminadas antes de suicidarse, así es que, por iniciativa del Apótropo, firmamos un convenio con el Agon de Gestión Social que permitiera asimilar los jubilados no pensionistas a los perdedores en ley de fugas (artículo A cuarenta y dos apartado siete) y, por riguroso sorteo mensual, con una posibilidad entre cuatro aproximadamente, al sujeto afectado se le envía un terminador, por lo que pedir una pensión, o bien afiliarse al subsidio social, equivale en la práctica a meterse en un Juego técnicamente asimilable a ciertas modalidades de Fonotontina Cubierta.