– Para llegar a Arktofilax no se precisaba tanto trabajo -se desilusionó Ígur, pero Silamo lo atajó con un gesto.
– Como dice el Maestro -Ígur supuso que se refería a Debrel-, los Códigos son enrevesados y acostumbran utilizar el autorretorno en donde menos se espera. Es posible que nos remita al Entrador de Bracaberbría, pero fíjate que 'Sobre Arktofilax' no es la única traducción de o, en todo caso, habría que adentrarse también en el sentido profundo de la palabra traducida. o 'sobre', tiene tanto el sentido de 'tratado sobre tal materia o tal concepto', como el digresor, hasta en el aspecto físico, es decir 'Acerca de', o 'Encima de'.
– ¿Piensas quizá en el nombre antiguo de la constelación del Boyero?
Debrel y Silamo se miraron, y el discípulo prosiguió.
– No hay que dejar de tenerlo presente pero, aparte de esa opción, hemos considerado que 'sobre' es recurrente, y a su vez indica que hay que dirigirse a la palabra Arktofilax, o a la misma frase 'Sobre Arktofilax'; fíjate que la se mantiene en el decimocuarto lugar del número de letras del conjunto de la frase; si revisamos los antecedentes, me refiero a la jurisprudencia decodificadora, nos encontraremos con una clara confirmación de la hipótesis. La palabra Arktofilax contiene en sí misma diez letras, y si capiculamos la diferencia o, más sencillo y con igual resultado, numeramos la frase, la letra que ocupa el décimo lugar es la que ocupa el sexto en la palabra, la No parece que la coincidencia del 6 y la , letra bastante resonante y literada, sea casual. El Maestro ha optado por la correspondencia 6 lugares, y en ese caso considerar ya el retorno, es decir, procesar el resultado de los números, no el de los alfabetos, porque el listado de números obtenido puede considerarse el código original decodificado.
– ¿Y entonces qué? -dijo Ígur impaciente.
– Ahora sólo hay que descubrir su naturaleza, identificar la referencia. A las ocho de la mañana hemos introducido el listado en el Cuantificador, con los programas adecuados, y esperamos el resultado de un momento a otro.
– El programa -intervino Debrel, apartando la silla de la mesa repasa metódicamente todas las posibilidades: desde fechas históricas hasta pesos específicos de elementos, cuentas bancarias, matrículas de documentos, páginas de diccionarios, etcétera -rió-; no te quiero engañar, si hay suerte lo conseguiremos, pero si no, pueden pasar meses.
– ¿Y si hemos equivocado el camino? Quiero decir, y no os lo toméis a mal, ¿estáis seguros de que ese último desfase de seis lugares es el adecuado? -Debrel se encogió de hombros-. ¿En qué sentido lo habéis aplicado?
– En los dos -dijo Silamo sin vacilación-, así no habrá posibilidad de error.
– De acuerdo con el mecanismo -dijo Debrel-, sería lógico el sentido retrógrado, es decir, los números seis lugares atrás de las letras, pero hay veces en que la metacodificación tiene un mecanismo de autodisyuntiva que introduce trampas de ese tipo, como una protección más y, aunque dupliquemos tiempo y esfuerzo, vale la pena no arriesgarse a tener que repetirlo todo.
El Cuantificador emitió un leve timbre intermitente, y en la pantalla apareció un marco rojo también intermitente. Los tres se miraron, y Debrel se adelantó.
– Ha habido suerte -dijo con flema; los otros dos esperaban sus observaciones, y Silamo, más impaciente, se acercó a la pantalla; Ígur se sumó, y no vio más que una nueva colección de números con signos positivos y negativos, ordenados en columnas; Debrel habló con rapidez-. Son coordenadas astrales, en ascensiones rectas y declinaciones -tecleó otro programa-; veamos a qué corresponden; fijaos -dijo de inmediato-, la primera localización está repetida.
El Cuantificador emitió un listado numerado de nombres de estrellas, y Debrel imprimió tres copias.
1 – Capela
1 – Capela
2 – Arcturus
3 – Thuban
4 – Polar
5 – Aldebarán
6 – Spica
7 – Regulus
8 – Algol
9 – Castor
10 – Acrux
11 – Betelgeuse
12 – Procyon
13 – Canopus
14 – Sirius
15 – Achernar
16 – Rigel
17 – Deneb
18 – Polideuces
19 – Hamal
20 – Antares
21 – Vindemiatrix
22 – Altair
23 – Vega
24 – Alcyone
25 – Mizar
26 – Fomalhaut
27 – Dubhe.
Silamo se echó las manos a la cabeza.
– Aquí hay más de medio cielo.
– No te pongas nervioso -dijo Debrel- que ése es el primer objetivo de los codificadores. Como no tenemos nada más, hemos de volver atrás.
El geómetra manipuló el Cuantificador, y dispuso las estrellas en círculo, después las hizo corresponder en simetría, la primera con la última, la segunda con la penúltima, y así hasta la decimotercera con la decimocuarta, y les hizo observar cómo las coincidencias indicaban la bondad de la disposición, en especial de la curiosa repetición iniciaclass="underline" Mizar y Arcturus, la osa y su guardián; Spica y Vindemiatrix, las dos agrícolas; Regulus y Antares, los habitantes del Desierto; Algol y Hamal, los dos cráneos (atención, remarcó Debrel, aquí puede entrar la Cabeza Profética); Castor y Polideuces, los didimoi; Acrux y Deneb, las dos cruces; Betelgeuse y Rigel, las dos de Orion; finalmente las cuatro centrales se podían, según Debrel, considerar dentro del célebre misterio del piloto del barco que entra por la desembocadura del río, en compañía de sus dos perros, con Canopus y Sirius, las dos estrellas más brillantes, en el centro de la serie. Contemplaron en silencio los listados, y surgieron nuevas asociaciones, por ejemplo la ubicación en torno a las dos agrícolas de los cuatro emblemas cardinales: Aldebarán, Regulus, Antares y Altair, con la curiosa transposición del ángel en escorpión caído.
– Thuban es una ex polar, y tiene por vecina a la actual -dijo Silamo-, y también a las dos águilas. Vega, la que se precipita, y la que vuela, Altair, están a su lado.
– Excelente observación -dijo Debrel-; y fíjate que lo cierto es que Vega es también una futura polar, así es que si la asociamos a la actual, nos queda libre el enfrentamiento Thuban-Altair: el Águila en vuelo contra el Dragón, por lo tanto, la mirada solar del espíritu sobre el Guardián del Laberinto.
– Cuya naturaleza se desvela a partir de saber con certeza que el Dragón es su Guardián.
– No corramos -dijo Debrel-, pensad que también tenemos a los Perros y al Toro.
– ¿Puede tratarse de un Laberinto Total? -dijo Silamo con inquietud.
– Por ser el último, no estaría mal -rió-; desentrañarlo sería la culminación de nuestra carrera, ¿no te parece?
Ígur empezaba a sentirse excluido de la búsqueda y, además, el camino empezaba a parecerle un ciempiés de incontrolable proclividad a ramificarse.
– ¿No se os ha ocurrido -dijo- que si hay que ocuparse de todas las posibilidades, en la práctica el Laberinto resulta indescifrable?
– En parte tienes razón -dijo Debrel-, pero no en el concepto; pretender construir un Laberinto indescifrable es por principio imposible, porque no hay camino de pensamiento ideado por una mente que otra no pueda reconstruir; se trata, pues, de idearlo tan complicado, y complicación puede querer decir diversificación de elecciones, que el tiempo de resolución sea tan largo como para quedar excluido del que en una vida se considera esfuerzo y dedicación razonables, considerando que, por la propia naturaleza consecutiva del discurso deductivo, sea imposible repartirlo entre los suficientes investigadores como para reducir sustancialmente la duración, y que tampoco resuelva nada el simple procedimiento de librarlo al Cuantificador, porque la profusión de respuestas alternativas dadas, sin preferencia de selección o con preferencias engañosas, nos devuelva por posibilidades de elección al punto inicial.
– En ese caso, si es sólo una cuestión de tiempo -dijo Ígur-, y el tiempo excede el razonable, ¿cuál es la solución?
– La solución -dijo Debrel- es el conocimiento profundo de la tradición que todo el mundo se afana tanto en destruir.
– Pero si los procesos deductivos están llenos de engaños, ¿qué valor tiene el conocimiento? -preguntó Ígur.
– Eso que tú llamas engaños no son más que las últimas sutilezas de la tradición.
– ¿La Ley del Laberinto es un tratado de costumbres? -dijo Ígur, y Debrel, lejos de sentirse provocado, se rió.
– Sí, en cierta forma, si quieres llamarlo así…
Silamo se había apartado de la conversación para continuar especulando sobre los datos, y aprovechó el último silencio para intervenir.
– Maestro, he pensado que la repetición inicial de Capela necesariamente ha de contener una clave esencial.
– Bien pensado, Silamo, estoy totalmente de acuerdo. Veamos, Capela es la alfa de la Auriga, y Aur, emblema de la constelación, se reduce a Au, signo del Oro; la asociación del oro con una serie nos conduce a la serie áurica, confirmada en este caso por la repetición del primer elemento, porque tratándose de elementos, por lo tanto de la correspondencia con los números naturales, habrá que asimilarla a la serie aditiva de Fibonacci; veamos: uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece, veintiuno, treinta y cuatro… no, el treinta y cuatro ya no entra, porque la última estrella es la veintisiete, la veintiocho si contamos la repetición. ¿Qué tenemos?
Silamo marcó las estrellas de la serie.
– Capela dos veces, Arcturus, Thuban, Aldebarán, Algol, Canopus y Vindemiatrix.
– Por lo tanto -prosiguió Debrel-, siete estrellas; veamos, puesto que el mecanismo áurico ha servido para obtenerlas, repitámoslo en la serie resultante. ¿Qué tenemos? Señala también el ordinal contando el desdoblamiento de Capela, es decir, veintiocho estrellas.