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Más tarde, Sadó y Guipria prepararon una cena ligera. Y entonces, quizá no tan de repente como quiso imaginar, Ígur reparó en la sabiduría de Debrel, más firme cuanto menos combativa quería parecer; en la incisiva vigilancia a Guipria, que en la mejor ironía quería esconder la pasión y la ternura; en el orgullo irreflexivo y petulante (quizá como el suyo propio) de Silamo y Sadó, y sintió por primera vez en su vida que era prisionero de una dependencia afectiva, que podía manifestarse tanto en anhelos de continuidad como molestarlo con vaivenes de reciprocidad. Sus ojos se clavaron en una arruga del vestido de Sadó, hasta que la insistencia sobre la parte del cuerpo que cubría le hizo desistir.

– ¿No terminas el cordero? -dijo Guipria.

Ígur no lo terminaba, y sentía el precario equilibrio que se había propuesto conmover con la Entrada al Laberinto, y cómo el inicio del vuelco arrastraría poco a poco certezas, escogiéndolas de forma imprevisible y turbadora, y, recreado en el placentísimo vértigo que le proporcionaba la ferocidad de la incertidumbre, deseó imperiosamente no descender nunca de la expectativa de la pasión y de su cumplimiento, y se sintió vorazmente ligado por el afecto a Debrel y a todos los de su entorno, entre los que Sadó era la estrella que culminaba la figura.

– ¿Por qué brindamos? -dijo Silamo cuando abría la botella de los postres.

– Por el Laberinto -dijo Ígur, y las copas se enlazaron.

Después de una larga sobremesa, Debrel retomó la cuestión de la Entrada.

– Sobre la naturaleza de Thuban, comprobé en un mapa estelar el conjunto que forman el Uno, los Dos y los Tres, y el significado del Alfa del Dragón respecto a las demás estrellas de la constelación salta a la vista desde el primer momento; es la única estrella significante visible desde nuestra latitud simultáneamente a la demás, en especial a Canopus. Sumando eso al mecanismo fotosensible que Silamo ha detectado, quedan pocas dudas respecto del principio sobre el que se rige la Entrada: se trata de una alineación lumínica selectiva de las seis estrellas de que disponemos; dicho sobre el papel, tenemos una figura de base con seis fotosensores dispuestos de un cierto modo, y la jugada consiste en introducir un disco perforado de tal manera que, en el momento adecuado, la luz de las seis estrellas se proyecte a través de las perforaciones sobre los seis fotosensores de la figura base; el problema, en la práctica, no es tan sencillo, porque se trata de saber cuál es la figura base, y a partir de ahí reconstruir las perforaciones que permitan la operación, y situar el disco en la posición adecuada. El problema es que, lógicamente, el Rotor ha de ascender por la linterna excavada en la roca hasta el exterior para recibir la luz de las estrellas, y la operación sólo es posible si todas las personas presentes en el Atrio se sitúan encima de la plataforma entre la Puerta y el Rotor, porque hay un mecanismo de células fototérmicas que la bloquea si hay alguien fuera, con el fin de no tener espectadores, ni tan siquiera la Guardia, y la ceremonia de Entrada se reserva en exclusiva a la expedición; no tan sólo eso, sino que los entradores tienen que permanecer absolutamente inmóviles hasta que el mecanismo abra la Puerta; si hay error, si las perforaciones están mal situadas, si hay tan sólo una de más o de menos, no sólo no se abre, sino que el propio Rotor está dotado en la parte inferior de un haz de lásers que fulmina de inmediato a los ocupantes de la plataforma.

Hubo enormes carcajadas, y Silamo le puso la mano en el hombro a Ígur.

– Más vale que afinéis en vuestras sabias deducciones, no he llegado hasta aquí para ser achicharrado delante de la Puerta -dijo el Caballero.

Debrel continuó.

– Creemos saber cuáles son las seis estrellas, y conocemos su disposición en el firmamento; la gran pregunta es: ¿Cómo están situados los seis puntos fotosensibles que tienen que recibir la luz? Sólo hay una respuesta razonable, si vemos el pentágono estrellado de la Puerta, que tiene seis ojos, uno en cada punta, y el otro en la intersección de las uniones entre los vértices superiores cruzados del pentágono regular interior. Y ahí continúa el problema, porque para trazar los orificios del disco selectivo que interpondremos tenemos que saber antes que nada la medida del pentágono estrellado, después la orientación y finalmente qué estrella corresponde a cada ojo. Para empezar, interpreto que la posición del sexto ojo se ha escogido con la idea de distinguir una de las cinco puntas, porque si no fuera así se habría situado en el centro geométrico de la figura. Por lo tanto, tenemos de entrada un vértice especial, y también, por lo tanto, un eje. Silamo y yo creemos que se trata del eje Norte-Sur, y que en ese sentido está situado el pentágono estrellado en la base. Lo confirma el hecho de que la Puerta de la Falera está situada perfectamente al Norte, por lo tanto tenemos resuelto el problema de la orientación: la estrella de la Puerta se transporta al Rotor no por abatimiento, sino por giro con desplazamiento. Ahora pensemos en la correspondencia de las estrellas con los ojos, porque no hay duda de que cada sensor debe ser estimulado por el tipo espectral propio de cada estrella, y por su intensidad lumínica aparente.

– ¿Y si es un día de niebla? -preguntó Sadó.

– El registro no se rige por los valores absolutos, sino por los relativos. Si el día no es claro, será así en todo el cielo, y la relación de luminosidad, pongamos por caso, entre Canopus y Vindemiatrix, se mantendrá; y, como ya he dicho, en el caso de que se interponga una nube delante de una estrella, el sensor actuará por radiaciones. Al principio -Debrel mostró un plano del cielo donde figuraban las seis estrellas, unidas los Tres en triángulo, los Dos por una línea, y Arcturus rodeado de un doble círculo rojo- pensamos en una transposición inmediata: Arcturus en medio, Algol en el vértice superior, bastante verosímil tratándose de la Cabeza, y después, en sentido horario, Aldebarán, Canopus, Vindemiatrix y Thuban; pero el problema es que la lectura orientada del triángulo de los Tres indica inversión, con la punta hacia abajo, y la punta es Canopus.

– No entiendo que eso sea motivo de preocupación y no lo sea, pongamos por caso, cómo se otorga a Arcturus un papel aparte en el razonamiento -dijo Ígur, y Silamo intervino.

– Es la Ley del Laberinto. El Uno pertenece al centro, por definición.

– Obtuvimos estas posiciones -prosiguió Debrel-, y a partir de ellas construimos por proyección los discos con las perforaciones pertinentes -se los mostró-; la cuestión de la medida y las distancias se resolvió en seguida por reducción: sabiendo la medida del Rotor y, por lo tanto, el diámetro de admisión, y la distancia del disco receptor de base, las únicas medidas razonables eran éstas, y la ranura correspondiente al disco de interposición queda también determinada. -Ígur pensó que en realidad todo era lo bastante relativo como para plantarse en la plataforma de Entrada habiendo hecho testamento-. A partir de ahí buscamos una razón definitiva para escoger una solución en vez de otras. -Miró a Silamo y se rió.

– Y no encontramos ninguna -dijo el discípulo, dejando que el geómetra prosiguiera.

– Hasta que no recurrimos a los poemas de la Cabeza Profética -pusieron las copias encima de la mesa-. En el primer verso del segundo, que dice: «Yo y el Piloto en la Estrella», es la Cabeza Profética la que habla y, por extensión, Algol, y el Piloto es Canopus. Fijaos que en la solución correspondiente al giro, las posiciones de Algol y Canopus corresponden a la proyección vertical del Pentágono estrellado de base, por lo tanto se trata de la acertada. Y no es incoherente, porque la centralidad de Canopus dentro de los Tres queda destacada ocupando el ojo superior, con los demás en los vértices inferiores, el Uno en medio de la figura y los Dos en los vértices más separados, confirmado a su vez por el poema, en este caso por el segundo verso «Y los contrarios se han de alejar», aunque yo más bien creo que se trata de la figura de interposición, en la que efectivamente Thuban y Aldebarán corresponden a los dos orificios más separados; el tercer verso remarca la presencia de Arcturus en el centro del Pentágono, desde donde, sin duda, todos se le enfrentan. Respecto al cuarto verso, mucho me temo que carece de proyección en esta parte del Laberinto, y tendrá que obtenerse el significado en el interior.

– Sin perjuicio, me imagino -dijo Guipria-, de que también los tres versos anteriores se proyecten en el interior del Laberinto.

– Efectivamente -dijo Debrel, y se dirigió a Ígur-: dentro del Laberinto no debes obsesionarte por si te han quedado versos o cualquier otro dato por localizar; normalmente se incluyen elementos de camuflaje, que en el momento adecuado hay que saber diferenciar.

– ¿Y el primer poema? -preguntó Ígur, pensando en cómo se podría distinguir la belleza entre las estrellas, y si el último verso no se referiría a su vida.

– Es más complicado -dijo Debrel-. Parece estar claro que el Leopardo es cabalgado por Dioniso, y la referencia es Vindemiatrix. Las mayúsculas del primer verso indican Noel, pero también León, y tanto una cosa como otra tienen proyecciones astrales, o por lo menos en el calendario, tanto en un caso como en otro, en el mismo sentido: son signos solares; pero sin otros datos no veo cómo afectan a la solución. -Y aunque se refiera a mi vida, pensó Ígur, ¿quién es la más bella? ¿Fei o Sadó? ¿Y quién es el que huye a quien yo he de coger?-. El segundo verso es especialmente curioso: «Que UNo de los Dos, de los Tres con la PROcura»; parece que, por lo tanto, hay que desestimar la utilidad de Vindemiatrix en beneficio de uno de los Dos, es decir, Thuban o Aldebarán, porque parece claro que los Dos son los Dos, y los Tres son los Tres; pero la procura de los Tres se mantiene -Ígur miró a Sadó, y ella le sonrió-; las mayúsculas de UNo se me escapan, quizá haya que invertir la palabra y obtener NÚ, con lo que, atendiendo al último verso, el poema entra en la autorreferencia. Más enigmáticas son las tres mayúsculas iniciales de la PROcura, palabra con tantas referencias, y en concreto, yo creo, sobre el poder. Al principio pensamos en Procyon, pero eso cuestionaba la selección final de estrellas, hasta que caímos en la cuenta del nombre griego de Vindemiatrix, el precursor de la vendimia que más tarde será Almuredín; si hubiera sido Procyon, la C que ocupa el cuarto lugar de 'procura' se habría asimilado a la kappa de , y además el hecho de ser tres las mayúsculas confirmaba que el poder de Vindemiatrix, una vez resuelta su discriminación inicial en favor de uno de los Dos, no debe ser olvidado. El tercer verso es el más oscuro de todos, y lo cierto es que Silamo y yo no vemos otra posibilidad que el interior del Laberinto. Tu divisa, Ígur, es el hacha doble, y encontrarás alguna referencia a ella en la parada final dentro de la Falera; pero no hay que olvidar la posibilidad de que ahora la divisa para TU presente sea el propio poema, que procede de la Cabeza Profética, y por lo tanto desentraña el dilema sobre quién es uno de los Dos en favor de Algol. El último verso, en cambio, es tan rico en posibilidades que lo que resulta difícil es escoger.EL OSo es claramente Arctos, aquel a quien vigila Arcturus, pero también es el SOL, el astro rey.