– Quizá acabes de resolver el paso siguiente. Más adelante ya hablaremos. Continúa.
– 'Blanca' es emblema de invierno.
– Aunque el razonamiento es erróneo, indirectamente has proporcionado la clave. Efectivamente, 'Blanca' es el único adjetivo, y está situado ahí para despistar y hacer creer que indica el invierno; pero la repetición proporciona la ley que la convierte en una trampa y, por contra, nos confirma que la historia es Austrífúga y estamos en verano, por tanto que hemos escogido la serie correcta. Una interpretación oficialista, en la línea habitual de consagrar y fijar los engaños, identificaría el epíteto 'Blanca' con el color de los cabellos y, por tanto, con la vejez, y significaría 'llena de cordura'; pero 'Blanca' es el indicativo sexual para decir 'llena de semen', y aparece después de que la Reina haya recibido al Príncipe, en la primera figura (así sabemos también que la historia es cíclica, como no podría ser de otra manera tratándose de una fábula astral, y después de la quinta línea hay que volver a empezar en el caso de que encontremos más bifurcaciones), y en la cuarta después de recibir al Rey en la tercera.
– Sólo falta identificar cada línea con uno de los cinco modelos de bifurcaciones -dijo Ígur, y buscó la página del cuadro correspondiente-; tenemos una figura por cada modelo, así que es de suponer que no haya ninguno repetido. Siempre queda el recurso de asociar el árbol a la primera figura, a la segunda, y así sucesivamente.
– No, demasiado inmediato. Hubiera sido más sencillo poner 'que vigila' que 'Vigilante'; y 'Blanca', aparte de despistar acerca de la orientación, tiene como objetivo ganar dos sílabas.
– Os referís a que el constructor necesitaba ganar dos sílabas en la primera línea y en la cuarta, y pudiendo haber escogido cualquier otra cosa, por ejemplo, dentro de la misma posibilidad de adjetivación, en lugar de 'blanca', 'roja', o 'negra', aprovechó para introducirlas con un elemento desorientador.
– Sí -dijo Arktofilax.
– Pero ¿por qué necesitaba dos sílabas más en esas líneas?
– Para hacer concordar las sílabas métricas de cada línea con las cifras del orden del cuadro de bifurcaciones posibles; al principio has dicho que teníamos ante nosotros un poema, y yo te he dicho que no había ninguna ley rítmica ni acentual, y eso no es totalmente cierto, con independencia de que la inscripción se quiera considerar un poema o no. Las sílabas métricas son 9 en la primera, 14 en la segunda, 13 en la tercera, 16 en la cuarta y 10 en la quinta.
– No veo la relación con el orden de los árboles de bifurcaciones.
– Hay que reducirlas a los máximos divisores. Veamos, el de 9 es 3; el de 14 es 7, pero como sólo hay cinco columnas, dejemos el 7 aparte y conservemos el 2. 13 es primo así que, puesto que por la razón anterior lo rechazamos, tenemos el 1. Haremos lo mismo con el 16, en el que no nos sirve el 8 pero sí el 4 ya que podemos repetir el 2, puesto que nos ha resultado de un caso anterior en que no hay alternativa, y, finalmente, en el 10 obtenemos el 5. Por tanto, obtenemos la serie 3, 2, 1, 4, 5, y de ahí en la primera figura, en la segunda, en la tercera, en la cuarta y en la quinta. A partir de ahí ya todo es mecánico.
Ígur se ocupó de anotar los resultados que obtenía de los cuadros.
– Primera figura -repasó al acabar-, jC: Izquierda, derecha. Segunda figura SA: Derecha y adicional derecha. Tercera figura, JB: Derecha, derecha, izquierda. Cuarta figura, sD: Izquierda y adicional izquierda. Quinta figura: jC: Izquierda, derecha, izquierda. Por tanto, la serie completa es: I, D, D, D, D, D, I, I, I, I, D, I. En conjunto, doce bifurcaciones, seis a la izquierda y seis a la derecha.
– Muy bien -dijo Arktofilax-. Vamos, pues.
Abrieron la puerta, y con gran sorpresa de Ígur encontraron una pequeña habitación con una segunda abertura, en forma de caja fuerte y un dispositivo de ranura parecido al del Rotor del Atrio. Encima de la ranura había un pequeño cuadro de instrucciones, que Ígur leyó en voz alta.
– Parece un código de esgrima -dijo-. ¿A qué solución se refiere?
– La indicación Código 5 es ambigua, tanto puede tratarse de las cinco alternancias entre izquierda y derecha que hemos obtenido (1 a la izquierda, 5 a la derecha, 4 a la izquierda, 1 a la derecha, 1 a la izquierda), como de las figuras. En relación a la solución, lo único que se me ocurre es la serie de la obtención final 3, 2, 1, 4, 5. Quizá lo consigamos más fácilmente si ganamos la placa.
Siguieron las instrucciones, y la ranura emitió una placa cuadrada finísima de aleación metálica parecida al cobre, con un punzón al lado; en ella se apreciaba una retícula de 6x6.
– Está dividida en 36 cuadrados iguales. La relación con un hipotético Código 5 -dijo Ígur- es más bien incierta.
– En absoluto -dijo Arktofilax después de unos instantes de reflexión-, es clarísima. Los cuadrados exteriores son un reborde, y lo que cuenta no es el interior de cada uno de los 36 cuadrados pequeños, sino las intersecciones de las líneas divisorias, que son 25, es decir 5x5. Se trata de tomarlas como coordenadas y perforar, en la línea 1 en horizontal la intersección 3 vertical, en la 2 la 2, en la 3 la 1, etcétera.
Lo hicieron así, y obtuvieron una figura parecida a una T acostada.
– ¿Hay que verlo como un emblema? -dijo Ígur-. El cisne que vuela, los caminos que se encuentran…
– La interpretación es más fuerte, si estás dispuesto a hacerla. Son los Tres y los Dos.
– ¿Eliminamos el Uno?
– Al contrario, los Tres y los Dos nos abrirán el dominio del Único.
Tomó el disco perforado con la mano derecha plana, la palma mirando hacia abajo y las puntas de los dedos hacia la izquierda, y sujetándolo efectuó el doble giro de la palma hacia arriba y las puntas de los dedos hacia adelante, tal y como indicaban las instrucciones, y lo introdujo en la ranura. Se oyeron unos carillones digitales, después unos chasquidos mecánicos, y la puerta se abrió sin ningún ruido. Tenían delante el recorrido de la salida del Cadroiani.
– No entiendo el porqué del enigma a resolver -dijo Ígur-; si el Laberinto sólo tiene bifurcaciones, y no cruces o nodos, era suficiente recorrerlo con un orden.
– En absoluto, es imprescindible no equivocarse ni una vez, y con el disco hemos comprobado que vamos por el buen camino, por lo menos en lo referente al tipo de bifurcaciones, porque podemos habernos equivocado en la orientación y en las figuras. Los corredores errados conducen a trampas mortales. Para ser más exactos, conducen a árboles donde no hay manera de distinguir lógicamente si se va por el buen camino o no, porque todas las bifurcaciones son iguales, y acaban directamente en la aniquilación, o en un Juego con un uno por mil de posibilidades de resolución, y aun en caso de resolverlo sin más opción que retroceder.
– Deduzco que el buen camino también se acaba en un Juego, porque si no sería suficiente con encontrar uno para saber que se va por mal camino, y retroceder.
– Así es. Si no nos hemos equivocado, ahora acabaremos el Protocolo de Teseo y entraremos en el de Heracles, y el Juego final nos conducirá directamente a la salida.
Cuando llegaron a la primera bifurcación y fueron hacia la izquierda, Ígur sintió un pesar inexplicable, mezcla de impaciencia y nostalgia sin objeto concreto aparente… y sin embargo, ¡había tanto en qué pensar! Se le ocurrió que, a pesar de las complicaciones de la última parte y, sobre todo, los retrocesos camino del Cadroiani, todo había resultado tan fácil en el interior del Laberinto como antes de entrar, que no había habido errores importantes ni dudas excesivas, por más que muchas opciones pareciesen discutibles. Miró a Arktofilax con recelo, y se preguntó hasta qué punto los planos de los constructores de los Laberintos podían llegar a ser asequibles a determinados personajes. Los pasillos de la salida del Cadroiani resultaron más abruptos que los de la llegada; los paneles de luz digital no tenían la regularidad y la fuerza de los otros, y a medida que avanzaban había más apagados e incluso rotos.
– Esta parte parece más degradada -dijo Ígur.
A partir de la tercera bifurcación a la derecha, el trazado se volvió ligeramente ascendente, con una inclinación casi imperceptible al principio, y poco a poco más pronunciada, hasta llegar a tramos escalonados. En concreto, la penúltima bifurcación a la izquierda de la serie de cuatro estaba en el centro de una poderosa escalinata curvada, con una altura de casi diez metros y el ángulo de partición de los dos caminos lleno de esgrafiados representando persecuciones, combates, metamorfosis y devoraciones; algunas escenas estaban desconchadas y, perdida parte de la representación, la incompletud añadía un enigma adicional.
– No lo mires tanto -dijo Arktofílax-, aún te encontrarás a ti mismo.
Ígur lo tomó como una broma, pero no dejó de pensar en el efecto que tal cosa le produciría. Se sentía propenso a una cierta clase de emoción contemplativa y convaleciente, y la falta de reposo había dado una dimensión nueva a los propósitos. De repente el corredor se convirtió en un pasillo con barandillas abierto a un paraje interior parecido al precedente a la inscripción que encabezaba la ; tras cien metros de curvas en torno a masas pétreas emergentes, colgantes o que comunicaban sin interrupción el suelo y el techo, el pasillo se había convertido prácticamente en un puente con tramos porticados unos, otros apenas protegidos con una barandilla y otros donde casi había que escalar. La última bifurcación a la izquierda de la serie de cuatro desembocaba en una amplia sala interior, y la cruzaba a una altura media de unos diez metros; a ambos lados del camino los lagos subterráneos de tan transparentes como eran habrían pasado desapercibidos para un contemplador profano, que sólo con mucha atención habría apreciado la leve línea de verdín que la superficie del agua marcaba en las paredes, de no ser porque estaban llenos de cuerpos humanos en diversos grados de consunción.