Un orden nuevo invadía las calles de Gorhgró. La Guardia pretoriana propietaria de las expectativas se había hecho con los colores y los emblemas astreos, y, paradójicamente, formaciones de militares vestidos de negro cruzaban las desiertas avenidas de un Gorhgró fatalmente retornado a los hielos originales de su remota historia. La reforma de Ixtehatzi había culminado en un setenta por ciento, y ni la demanda social ni los mecanismos políticos, dedicados, tanto entre los estratos sociales como entre los individuos, a alimentar miserias de forma que nunca dejasen de desconocerse entre ellos, parecían proclives a propiciar el treinta restante. Corría, además, el rumor de que el Hegémono estaba cansado y no se guardaba de decir a sus acólitos que esperaba la primera ocasión para entregarse definitivamente a la vida retirada y a las indisciplinas del recuerdo, pero tal y como iban las cosas, con la pugna por la primacía de los Príncipes desatada y el Emperador demasiado joven aún para gravitar sobre el Imperio como correspondía, tal ocasión se acercaba cada día más lentamente, y la desidia de Ixtehatzi crecía en proporción directa a las posibilidades de no abandonar el poder sin dejar como herencia un segundo frente de luchas sucesorias que, sin duda, sumiría al Imperio en una de esas oscuridades de las que difícilmente se sale antes de tantos años que las ocasiones de males mayores son un riesgo excesivo incluso para el núcleo gobernante más temerario, más enloquecido o más indiferente.
Más que nunca exacerbada en sus extremos, la triple moral había sumido a la sociedad en un delirio de interpretaciones de los conflictos, y las Equemitías habían aumentado poder tácito a la vez que independencia y facultad de actuación, como si estuvieran en un mundo diferente del de la Hegemonía, y los Príncipes, Bruijma en especial, fueran un espectáculo de especulación social y distracción política. Hasta qué punto la reciente conquista del Ultimo Laberinto incidía en la situación como un factor determinante más, o bien, para los aficionados a los refinamientos causales, era una consecuencia de los propios hechos que habían desencadenado el conjunto, no parecía interesar ni a los directamente afectados. Tal y como determina una tradición no oficial pero al fin y al cabo más asentada que las leyes, Bruijma lo había aprovechado, y poco a poco le ganaba terreno a Simbri, con la ilusión de que la propiedad de la Falera que la Eponimia le había proporcionado era el signo providencial para tener contentos a los supersticiosos, pero con méritos personales como verdadero motor. Tal era el Imperio que Ígur Neblí encontró al salir del Laberinto. Un recibimiento triunfal pero sin nombres propios al principio, una barabúnda que se le antojó extraña, como si hubiera ido a parar a un lugar en parte vaciado, en parte desconocido, y poco a poco, con el barullo y la futilidad de los primeros días, notó en qué medida todo era diferente de como lo esperaba, y cómo tal diferencia lo descorazonaba y lo entristecía, cómo las consecuencias del Final del Laberinto se habían puesto ya en marcha con independencia de él mismo y habían generado conflictos ajenos y prevenciones imprevistas. Ígur esperaba reconocimiento y homenaje, y se dejó llevar, inmóvil a esa esperanza; ningún mérito le fue negado, pero por ninguna parte se veía la calidez que rodea a los héroes. Después de tres días de ambigüedades y reticencias servidas en cenas y celebraciones con dignatarios de segunda fila que él no había visto nunca antes, fue citado a la Agonía del Laberinto.
Hacía tan sólo tres días que Ígur había salido cuando fue a la Agonía, un ala interior adosada a la Salida, en la parte Norte de la Falera; allí no pudo evitar la extraña punzada de la melancolía al ver un trajín de operarios en torno a la formidable boca: ¿y ahora qué será del Laberinto? ¿Será destruido como los demás? ¿Hasta qué punto la degradación y la frivolidad se apoderarán de sus misterios? Sonrió con amargura. ¡Pero si el misterio está intacto, dónde cree que va toda esa gente!
En el pórtico posterior de la Agonía del Laberinto le esperaba el Primer Oficial de la Guardia, y después de las formalidades de rigor, en ese caso aligeradas, lo guió por diversas dependencias. Por el camino, Ígur se sintió observado con discreción. Había adelgazado un poco, pero, sobre todo, el Laberinto había pasado por sus facciones y su mirada como una sombra mórbida de gravedad y tristeza que por fuerza debía de excitar todo tipo de curiosidades. Al fondo de un extenso pasillo de techo desangeladamente alto, en un despacho grandioso y desamueblado, lo recibió el Secretario administrativo de la Agonía del Laberinto, acompañado de otro personaje a quien presentaron como un Delegado del departamento de Relaciones Exteriores del Príncipe Bruijma; Ígur lo miró con una sonrisa de decepción.
– ¿Dónde está el Secretario Pauli Francis? -preguntó-. No me mueve menosprecio alguno hacia vos, pero después de tres días esperando, creo que el nombre del Príncipe ha sido lo bastante honrado como para que él mismo se hubiera dignado manifestarse.
El funcionario extendió los brazos.
– Caballero, hay trámites previos a las formalidades del Protocolo. No dudéis que cuando todo esté resuelto. Su Excelencia se ocupará personalmente de gratificaros como corresponde al vencedor del Laberinto.
Ígur se volvió hacia el Secretario de la Agonía, que se adelantó al que suponía un reproche similar.
– El Agon del Laberinto -dijo con suavidad neutra y resuelta- se excusa por no recibiros en persona, pero si leísteis los Protocolos de Entrada firmados en el Palacio de Su Excelencia el Príncipe, que no dudo debéis haber leído, recordaréis que previamente a la materialización de beneficios y, por descontado, a las celebraciones y los honores públicos que comporta, deben cumplirse ciertos requisitos por vuestra parte.
– Ahora no lo tengo presente -se impacientó Ígur-. ¿Qué requisitos tengo que cumplimentar?
– Poca cosa -dijo el funcionario de la Agonía-. Tenéis que elaborar un informe detallado de la estructura que habéis apreciado en el interior, y una relación pormenorizada, en forma de diario preferentemente, de la expedición.
Se hizo un silencio; Ígur esperaba alguna referencia a la desaparición de Arktofilax, pero todo parecía más sibilino.
– Es una disposición del Agon, que forma parte del contrato -dijo el representante del Príncipe-. Es un trámite normal.
El ambiente se enrarecía, sin que Ígur acabase de saber por qué.
– Entiendo que también hay un informe de la Entrada a Bracaberbría -dijo, más reflexión que pregunta.
– Naturalmente -dijo el Secretario de la Agonía.
– ¿Redactado por el Magisterpraedi Arktofilax? -Los dos funcionarios se encogieron de hombros con un gesto de obviedad, e Ígur prosiguió-. Lo dudo mucho. ¿Podría verlo?
Los otros dos se miraron inquietos.
– Aunque quisiera enseñároslo no podría -dijo el Secretario de la Agonía-. Solo tienen acceso a él el Hegémono, el Epónimo y el Agon del Laberinto, además, por descontado, del Emperador o el Regente.
Ígur los miró con desconfianza.
– Imagino que la Agonía del Laberinto de Gorhgró está destinada a desaparecer. ¿Puedo saber adonde irá a parar entonces el informe?
El Secretario administrativo lo miró con displicencia.
– La Agonía del Laberinto no desaparece, sino que sus funciones evolucionan para gestionar la adecuación y explotación pública de imagen del Laberinto, hacia el turismo o hacia la reutilización más conveniente, en espera de que la Mayoría de Gorhgró, el Epónimo y el Hegémono lleguen a un acuerdo sobre su uso final. Entonces se decidirá la ubicación definitiva de vuestro informe; en cualquier caso, y de forma personal y sin ánimo de prejuzgar ni de atribuirme prerrogativas que no me corresponden, os puedo avanzar que es probable que, al igual que para los informes de los Laberintos anteriores, el destino final del vuestro sea el Archivo Reservado de la Hegemonía del Imperio.
Se miraron los tres; un indefinible aire de sobreentendidos equívocos planeaba sobre la reunión.
– Muy bien -dijo Ígur-. Haré el informe y os lo pasaré tan pronto como esté.
– Un momento -dijo el Secretario de la Agonía-. El contrato estipula que disponéis de diez días a partir de la Salida, es decir, de una semana a partir de hoy; el informe es confidencial, y eso significa que no se os permite hablar con nadie de ninguna característica ni circunstancia del interior del Laberinto; tan sólo el Príncipe Bruijma dispondrá de una copia, después del estudio contrastado y el establecimiento definitivo de los beneficios.