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– Me parece -dijo ella poco después- que tendríamos que aclarar algunas cosas. -Ígur no movió un dedo, y prestaba toda su atención-. Me halaga el interés que demuestras por mí cuando hay mucha gente delante, y me consta que no es una ficción; por eso no entiendo cómo es que no se corresponde con lo que muestras cuando estamos tú y yo solos, me refiero tú y yo solos de verdad. ¿Crees que no he notado que tenías la cabeza en otro sitio? Mira -se animó al ver que Ígur no respondía-, yo no exijo nada a nadie, no pido compromisos a mis amigos, pero quiero que cuando estén conmigo lo estén de verdad, no pensando en sus problemas o en otra mujer.

Ígur se sentía enigmáticamente fuerte, y calló hasta que el silencio le dio a entender que se esperaba una respuesta.

– Tienes razón -dijo con neutralidad-. Procuraré que no vuelva a pasar.

– Pensabas en otra mujer, ¿no? -se recreó ella-. ¿En quién, en Fei?

Ígur se sintió provocado.

– Sí, en Fei -mintió en parte.

Se creó una situación a caballo entre la inseguridad, el rencor y la apatía. Sadó adoptó de repente una expresión preocupada.

– ¿Sabes algo de Kim y Guipria? -preguntó con una gravedad sincera.

– No. ¿Y tú?

– Nada en absoluto. ¿Qué les debe haber pasado? -Ígur se encogió de hombros sin mirarla; cualquier vestigio de celos y angustia sexual se había esfumado-. ¿Me lo dirás si descubres… no sé, lo que sea?

– Claro que sí -Ígur calló de nuevo; la tensión no cedía, todo lo contrario, y al final se decidió-. ¿Y Fei, sabes dónde está?

– Sí -dijo ella sin cambiar de tono, e Ígur se quedó de una pieza, porque no lo esperaba.

– ¿Puedes decírmelo? -pidió, casi temblando.

– Sí, está en casa de unos amigos; espera, te escribiré la dirección.

– La anotó en un papel, y a continuación se lo alargó; él fue hacia su ropa, lo metió en un bolsillo sin mirarlo y volvió a la cama. Pasaban los minutos y, como extraños en violencia, ninguno de los dos se movía ni decía nada.

XV

La Capilla del Emperador se había revestido de una solemnidad especial la mañana de la convocatoria del cónclave para la elección de un nuevo Decano. Ígur coincidió con Mongrius en la entrada, y subieron juntos. Como de costumbre, ni aditamento ni ornamentación añadían la más pequeña medida al helado hexaedro que era propiamente la Capilla. Ígur vio enseguida al Caballero Allenair, que, de negro como un Astreo, presidía un círculo de media docena del que también formaba parte Gudolf Berkin; destacaba un anciano imponente que cuando se abrió paso entre los presentes fue objeto de acusada deferencia; Ígur supo que se trataba del Apótropo de la Capilla, y procuró no perder detalle del personaje de quien se decía que era uno de los más poderosos de todo el Imperio, uno de los pocos que tenía acceso directo al Emperador. Tal como era tradición, el setial del centro de la pared Este de la Capilla permaneció vacío, y el Apótropo se instaló en un pulpito a su lado, presidiendo la reunión de los Caballeros, que se sentaron en círculo y en un orden determinado. Ígur buscó a Meneci con la mirada, pero no estaba, y cuando oyó decir que tan sólo faltaban, por motivos no especificados, dos Caballeros a la convocatoria, no se atrevió a preguntar si Meneci era uno de ellos.

– Caballeros -dijo el Apótropo-, por vuestro incondicional amor y fidelidad al Emperador estáis hoy aquí en mi convocatoria para elegir un nuevo Decano, dolorosa necesidad que proviene de las trágicas circunstancias de todos conocidas y por todos soportadas. Pero por encima de cualquier vicisitud, los organismos deben continuar su discurso, y la Capilla no puede exceptuarse. El procedimiento que seguiremos será el habituaclass="underline" si lo consideráis necesario, dispondréis de tres horas en los despachos privados para la elaboración de candidaturas, que acto seguido se presentarán aquí mismo en la sala, donde habrá un turno de cuestiones y, si no hay ninguna objeción formal, se procederá a votar. Pero, antes de empezar, si algún Caballero quiere decir algo, le será cedida la palabra.

Se hizo un silencio, y Per Allenair se dirigió al Apótropo.

– Excelencia, con vuestro permiso y con todo el respeto que os debo a vos y la humildad que por el más elemental sentido de la justicia me impongo, quisiera cuestionar en esencia la naturaleza del propósito que tan magnánimamente os ha llevado a convocar a esta Capilla del Emperador. Es cierto que no tenemos Decano, pero tal certeza es tan sólo una parte de la realidad; sería más completo decir que existe la imposibilidad física de la presencia del Decano, por una contingencia que tan sabiamente habéis calificado de trágica, pero que no anula en derecho la existencia de tal Decano, ni su justa propiedad de un cargo no rescindida por el otorgador, esta honorable Capilla del Emperador. Tenemos, por tanto, un Decano, aunque por razones que no atañen a la Capilla no pueda estar entre nosotros, y elegir otro es improcedente, y hasta, si permitís que os lo diga sin ánimo de contrastar vuestra demostrada y por mí antes que por nadie acatada rectitud, ilegal. Por tanto, pido, y llegado el caso imploro, que se someta a votación que no prospere la proposición de conformar un nuevo Decanato de la Capilla del Emperador.

El Apótropo se encaró a Allenair.

– Caballero Allenair, agradezco profundamente vuestra intervención, sin duda expresiva del sentimiento más profundo de muchos de los presentes, que ha encontrado en vuestra magnanimidad la voz más noble y más justa. El honor de la Capilla se ha construido a lo largo de los años con Caballeros como vos, y vuestra presencia aquí es, entre las más imprescindibles garantías de continuidad, la mejor y la que este servidor de todos vosotros que es el Apótropo más aprecia. Ciertamente, deplorar la ausencia del anterior Decano Vega y considerar los probables balances de provisionalidad y, por la salud del Emperador estoy dispuesto a jurarlo, los más sinceros deseos de solución, no nos impide apreciar la necesidad de no dejar por más tiempo a la Capilla huérfana de un patriarca que la institución contempla nacida de entre la flor y el orgullo más alto de los propios Caballeros. ¿Qué solución proponéis? Por más que la nobleza de vuestro corazón os lleve a intentar resolver la situación personal del Decano Vega, y que lo consideréis una deuda de honor hacia él que todos y cada uno de los aquí presentes compartimos, ¿creéis que es beneficioso para la Capilla no tener Decano?

Un Caballero de la edad de Allenair, situado en un punto opuesto del círculo de sillas, pidió la palabra.

– Excelencia -dijo-, el inmenso respeto que me infunde el Fidai Allenair me cohibe a la hora de manifestarme, y en este preciso instante, tomada la decisión, aún dudo entre lo que vos tan acertadamente habéis llamado una deuda de honor hacia la flor y el orgullo más alto de entre todos los Caballeros, y la necesidad práctica, por otra parte contemplada en los estatutos de la Capilla, de cubrir todas las atribuciones. Quisiera proponer una reflexión sobre si es tan largo el recorrido de esa duda como el que enlaza, o separa, depende de cómo lo quiera cada cual, los sentimientos y el devenir de la naturaleza. ¿No se alza un nuevo Príncipe entre los Príncipes cuando declina el anterior? ¿No se nombra un nuevo Hegémono cuando el otro ha acabado su carrera? ¿Es que el Imperio no corona un nuevo Sol cuando se ha puesto el que nos bendecía hasta entonces?

Calló, e Ígur lo miró con atención, porque estaba sentado al lado de Sari Milana, y entre ambos parecía haber una estrecha comunicación.

– ¿Quién es ése? -preguntó a Mongrius en voz baja.

– Se llama Eucalvi, es un antiguo adversario de Allenair. Lo que me sorprende es que Milana esté de su lado; yo creía que era del grupo de Berkin.

– Caballeros -dijo el Apótropo-, hemos oído dos opiniones contrapuestas; como Apótropo estoy obligado a considerar estatutariamente la necesidad de elegir un nuevo Decano; sin embargo, los estatutos también contemplan la soberanía de la Capilla. Por tanto me permito proponer una votación. -Hizo una pausa, y la concurrencia se agitó levemente-. ¿Alguno de vosotros quiere añadir algo más?

Sari Milana tomó la palabra.

– Con vuestro permiso, Excelencia, y gracias a la benevolencia de los Caballeros magnánimos que me han precedido en la Entrada a la Capilla, me permito decir que la muy loable actitud del Fidai Allenair responde más a un sentimiento personal aun más noble que el de la justicia, pero que por esa misma razón se aparta de los intereses objetivos de una comunidad, que, por más altos que sean sus objetivos y más severo su alcance moral, es lo que al fin y al cabo es la Capilla del Emperador. ¿Dónde iríamos a parar si cada obligación estatutaria se desviase en consideraciones emocionales? -Ígur se revolvía en la silla-. ¿Cuánto tiempo duraría la Capilla si las grandes prerrogativas se resolvieran con excepciones? -Ígur se volvió indignado hacia Mongrius-. Creo que la Capilla necesita un nuevo Fidai Decano, cuya presencia administrativa pueda transcurrir con normalidad, y es nuestra obligación no dejar de proporcionárselo. A tal fin, me permito iniciar la ronda de candidaturas proponiendo al Fidai que he visto más humildemente resuelto a ponerse a disposición del caso, al Caballero Beli Eucalvi que se os ha dirigido hace un momento.

Ígur habló con Mongrius en voz baja.

– Prácticamente ha acusado a Allenair de connivencia con los Astreos.

Su gesto había sido tan ostensible que el Apótropo se fijó en él, y tras una breve consulta aparte con el Caballero que tenía a su lado, se dirigió de nuevo a la comunidad.

– Antes de seguir con el procedimiento, sería interesante oír alguna opinión más. Parece que el Fidai Neblí, el Invicto, el honor de esta Capilla tras su triunfo en la Falera, tiene una bien formada.