A 'La Voz de Alerta' le hubiera gustado mucho que sus coincidencias con las demás autoridades no se hubieran limitado al plano patriótico; pero había acabado por desanimarse. El Gobernador, salvando las distancias, a veces parecía una réplica del socialista Antonio Casal. El general Sánchez Bravo tenía buenas maneras, pero su repertorio ideológico era tan menguado como el presupuesto del municipio. Mateo… era el Mateo de antes y de siempre. Borracho de juventud y levantando el brazo hasta las estrellas. Mosén Alberto, indignado porque también en el Ayuntamiento había letreros prohibiendo hablar en catalán. En el fondo, 'La Voz de Alerta' no había conectado psicológicamente más que con el notario Noguer y con el señor obispo. ¡Ah, el señor obispo, doctor Gregorio Lascasas! Sabía adonde iba y distinguía lo blanco de lo negro. 'La Voz de Alerta' acudía a Palacio con frecuencia para echar una parrafada con él. ¡Cuánto se reían los dos contando chistes baturros! El señor obispo conocía un montón de ellos y los soltaba con mucho donaire, extremando su acento aragonés. "No sé lo que me ocurre con usted -le decía a 'La Voz de Alerta'-, que en cuanto le veo siento la necesidad de contarle chistes baturros". Claro que, a lo largo de sus entrevistas, hablaban también de cosas serias. De la doctrina de Santo Tomás; de las apariciones de Fátima; de la conveniencia de abrir en la diócesis algunas causas de beatificación entre los mártires habidos en la guerra. A veces el doctor Gregorio Lascasas le hacía incluso confidencias un tanto delicadas. Por ejemplo, últimamente le dijo que la semideificación de que era objeto José Antonio por parte de algunos falangistas iba adquiriendo caracteres tales, que nada tendría de extraño que la Iglesia se viera obligada a intervenir.
El agradable entendimiento entre el señor obispo y 'La Voz de Alerta' significó para éste un espaldarazo moral. ¡Eran tantos los que lo acusaban de intolerante que, en ocasiones, estaba a punto de chaquetear! El propio notario Noguer le decía: "¿No lo fatiga a usted firmar tantas denuncias? En la vida lo más hermoso es perdonar". Al oír esto, 'La Voz de Alerta' se estremecía. Pero entonces recordaba la dialéctica empleada por el doctor Gregorio Lascasas en favor de la "santa intransigencia" -y las palabras de Cristo: El que no está conmigo está contra Mí-, y cobraba fuerzas de nuevo.
Tal vez la única persona que hacía tambalear sus convicciones era su nueva criada, una rechoncha criatura llamada Montse, llegada a Gerona no se sabía cómo. La muchacha tenía veintidós años y para salir a la calle se perfumaba que era un placer. 'La Voz de Alerta' la contemplaba en ocasiones mientras ella fregaba de rodillas el suelo, y sentía violentas sacudidas en su carne pecadora. Sí, tenía la impresión de que, llegado el caso, ahí daría su brazo a torcer. "Con el permiso del señor obispo -se decía a veces- cualquier noche de éstas voy a cometer una barbaridad".
Dejando a un lado estas sacudidas provocadas por Montse, 'La Voz de Alerta' hacía honor a ese mote que adoptó como seudónimo en los primeros tiempos de la República. Tenía ojo para todo y los concejales lo ponían al corriente día a día de cuanto ocurría en la ciudad. Por cierto que tales informaciones a veces eran halagüeñas, a veces no. Era halagüeño, por ejemplo, que no existiera el paro obrero; que todas las calles tuvieran ya su nombre adecuado; que las madres pudieran pasear a sus hijos sin temor a huelgas o disparos; y, sobre todo, que la imagen de Laura, la mujer que fue su esposa, que murió lapidada junto con mosén Francisco, estuviera en verdad presente en el corazón de los ciudadanos, como se demostró con ocasión de los funerales celebrados en memoria suya, a los que asistió una gran multitud.
No era halagüeño, en cambio, que muchas personas hubieran descubierto de repente que tenían antepasados carlistas -"¿corno separar el grano de la paja?", se preguntaba el veterano tradicionalista- y que Gerona hubiera sido elegida para enviar a ella tantos depurados de otras provincias. "¿Se habrán creído que esto es una Casa de Salud?". Tenía noticia de que las tertulias que dichos depurados celebraban en el Café Nacional -a las que Matías Alvear se había ya incorporado- se criticaba a destajo y se propagaban toda clase de bulos. Un guardia urbano le habló de un tal Galindo, funcionario de Obras Públicas, quien por lo visto era un experto mecanógrafo que, utilizando sólo la letra 'm' y dos o tres signos, se dedicaba a hacer caricaturas de las autoridades, empezando por la suya. "¡Si consigue usted traerme uno de esos retratos, la caricatura se la haré yo!".
Tampoco consideraba halagüeño que los gerundenses se hubieran lanzado masivamente a leer tebeos. Era difícil saber qué mosca les habría picado. En todas partes, hombres hechos y derechos, lo mismo pertenecientes a la clase obrera que a la clase media, leían revistas infantiles. Caminaban por la calle absortos o se sentaban en lo bancos de los parques o en los cafés. Lo curioso era que no sonreían. Por el contrario, sus semblantes parecían dramáticamente hipnotizados por aquellos dibujitos y colorines. Fanny y Bolen, si los hubieran visto, habrían supuesto que leían a Nietzsche o a Rosenberg. ¿Qué ocurría? El concejal de Cultura, un hombre que vendía máquinas de coser, opinaba simplemente que aquellos gerundenses querían evadirse, bañarse de ingenuidad después de la tragedia pasada. Sin embargo, 'La Voz de Alerta' se preguntaba si detrás de tan singular fenómeno no se escondería algo más alarmante.
– ¿Qué podemos hacer para mejorar el nivel?
– ¡Bah! No hay más remedio que dejar pasar el tiempo… En otro orden de cosas, el alcalde se propuso atajar, en la medida de sus fuerzas, una epidemia que, según el comisario Diéguez, empezaba a propagarse por la ciudad: el homosexualismo. No quiso hablar de ello con el señor obispo para ahorrarle un disgusto. ¡Menuda parrafada -homilía- hubiera soltado el doctor Gregorio Lascasas, nacido en Zaragoza y antifeminista por convicción, apoyándose para ello en algunos textos de San Pablo! Pero no podía dudarse de que el homosexualismo era una realidad, con tres focos definidos: los cuarteles -lo que afectaba al general-; la cárcel -lo que afectaba al Jefe de Prisiones-; y el Manicomio -lo que afectaba al doctor Chaos-. Existían también algunos francotiradores dispersos por la localidad; pero ésos eran conocidos desde siempre por todo el mundo, no constituían peligro de contagio y de ellos se ocuparía el propio comisario Diéguez, quien por cierto llevaba siempre un clavel blanco en la solapa.
El general, advertido, reaccionó con violencia. "¡Eso lo acabo yo en una semana!". El Jefe de la Prisión prometió "tomar las medidas oportunas". El doctor Chaos, en cambio, al escuchar el aviso tuvo una expresión ambigua, los dedos de sus manos hicieron crac-crac y comentó: "Es algo inevitable en cualquier manicomio. Hay enfermos predispuestos a ello. Resulta muy difícil actuar".
¿Por qué resultaba difícil actuar en el manicomio? Otra circunstancia incomodaba a 'La Voz de Alerta'; pese a ser el director de Amanecer, su obligación era someter el periódico a la Censura. Las órdenes del Gobernador eran concretas al respecto. No podía publicar un simple anuncio sin enviar antes las pruebas de imprenta… a Mateo.
– Pero ¿qué pasa aquí? ¡Cuando Mateo andaba a gatas yo escribía ya los editoriales de El Tradicionalista!
– Eso no tiene nada que ver, amigo. No es cuestión de antigüedad. Mateo representa aquí a la Dirección General de Prensa y tiene sus normas.
Normas… ¡Sí, claro! Él mismo había repetido hasta la saciedad que sin disciplina no se podía ir a ninguna parte. Lo que ocurría era que existía una gran diferencia entre mandar y obedecer.