Выбрать главу

Una mañana, como habían convenido, el portaaviones nuclear USS Carl Vinson apareció en el puerto de Barcelona. Era básicamente una impresionante ciudad flotante, concebida en origen para la guerra pero adaptado para misiones humanitarias. Contaba con sistemas de purificación de agua, tres salas de operaciones y un puente de aterrizaje con capacidad para acoger un gran número de helicópteros. La energía que podía generar bastaba para iluminar toda una ciudad durante meses.

Le seguía el Comfort T-AH-20, una joya de la medicina moderna con casi trescientos metros de eslora y varios pisos de salas médicas. Era capaz de atender casi trescientas cirugías complejas al día. Y por fin, el buque anfibio USS Kearsarge con dos mil marines americanos. Su panza venía cargada de camiones anfibios y potentes helicópteros. El resto de la flota, incluyendo varios buques petroleros, esperaban más allá del estrecho de Gibraltar.

Con aquel impresionante despliegue empezó el fin de los Días del Zombi. Cuando los primeros enviados comprobaron la eficacia del Esperantum, la tremenda maquinaria de soporte se puso en marcha. Los soldados, el personal médico y científico se vacunaban por cientos diariamente, y a medida que éstos desarrollaban la inmunidad, se organizaban misiones de ayuda por todo el territorio nacional y se asentaban las bases de un plan para recuperar Europa, y desde ahí, el resto del hemisferio.

En cuanto al USS Kearsarge, regresó a su país inmediatamente, cargado con doscientos cincuenta marines inmunes. Eran una nueva generación de americanos que reconquistarían, poco a poco, Estados Unidos, México y toda Latinoamérica.

Y allí donde llegaban, extendían el Esperantum.

2.

TÉRMES, LÉRIDA

El sol se desparramaba sobre el río Segre, transformando su superficie en un espejo esmerilado de tonos dorados. Alba estaba metida en el agua, pero sólo hasta el ombligo, porque la brisa aún era fría, e Isabel decía que si se mojaba el pelo, cogería un resfriado.

Aun así, le gustaba quedarse quieta y dejar que los pequeños peces se acercaran a ella. Si estaba lo bastante inmóvil durante el tiempo suficiente, pasaban nadando suavemente entre sus piernas; y si tenía suerte, a veces se acercaban a sus pequeños pies descalzos, lo que le provocaba cosquillas.

– ¡Alba! -llamó Isabel. Se había acercado a la orilla y se hacía sombra con la mano.

– ¿Sí? -dijo.

– ¡Ya han venido, corre!

Alba se dio la vuelta, con los ojos encendidos. Salió chapoteando del agua y pasó zumbando junto a Isabel. Ésta le había traído una toalla, pero se la quedó en la mano, sonriendo con indulgencia.

Corrió al lugar donde habían preparado el picnic y los vio llegar a lo lejos, montados en sus caballos.

– ¡Ya vienen, en serio que vienen!

Isabel llegó hasta ella, con los ojos entrecerrados.

– Pues claro, tontita.

– ¡Gaby! -llamó.

Susana, José y Gabriel llegaron hasta ellos, frenando los caballos a pocos metros. Alba avanzó un poco más, dando pequeños saltos, con los brazos extendidos. Su sonrisa era una oda a la vida.

– ¡Hola, chulita! -saludó Gabriel.

Descendieron de los caballos y se saludaron con fuertes abrazos. Susana se había cortado el pelo, pero había ganado algunos kilos y el corte le favorecía.

– ¡Eh! -exclamó Isabel-. ¡Te queda bien!

– ¡Gracias! -dijo Susana, sonriendo-. ¿Qué tal estáis?

– ¡Hola, Susi!

– ¡Hola, pequeña! Jesús, ¡cómo te ha crecido el pelo!

Alba rió.

– Y qué mojada estás… ¿has estado nadando?

Alba asintió enérgicamente.

– Gaby, ¿vas a dar de beber a los caballos? -preguntó.

– Claro… -dijo Gabriel-. Venga, llévame.

Salió corriendo de vuelta al río, describiendo pequeños saltos por el camino.

– Ahora venimos -dijo Gabriel, con una sonrisa.

Había cogido las bridas de los tres caballos y se alejó, tirando de ellos. Isabel se quedó mirándole, fascinada con lo mucho que había crecido en el último año. Su rostro se había alargado y había dado un buen estirón. No le cabía duda de que el pequeño Gaby acabaría convirtiéndose en un joven muy apuesto.

– ¿Y bien? -preguntó entonces, volviéndose a sus amigos.

– Y bien… qué -dijo Susana

– Pues ¿qué ha dicho el médico?

Susana rió.

– Lo sé… estaba quedándome contigo.

Isabel la miraba, expectante.

– Pues… ha dicho… -continuó-, ha dicho que más o menos de dos meses y medio.

Isabel soltó un pequeño grito de alegría y se lanzó hacia ella, dándole un fuerte abrazo.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Enhorabuena!

– ¡Gracias! -dijo Susana.

– ¡Y a ti también, padrazo! -añadió Isabel.

José tuvo que agachar la cabeza, como si hubiera tenido un súbito acceso de vergüenza. Lo cierto era que se sentía abrumado por la noticia, aunque poco a poco empezaba a asimilarla. Criar un hijo con Susana era mucho más de lo que hubiera esperado de la vida hacía no tanto tiempo.

– Desde luego siempre tuviste una puntería acojonante, pero aquí diste de verdad en el blanco, ¿eh? -añadió Isabel, y todos rieron con ganas.

– Es maravilloso… -dijo Susana.

– Claro que lo es -dijo Isabel-. Ya verás cuando se lo digamos a Alba… las niñas del colegio son todas mayores que ella. Estaba deseando tener a alguien que fuera un poco menor que ella por una vez.

Susana asintió, con la sonrisa perenne en sus labios.

– Pero vamos, he preparado algunas cosas. ¡Tendréis hambre! ¡Ahora debes cuidarte, Susi!

Se sentaron en el mantel y empezaron a picotear un poco de esto y un poco de aquello, aderezado con vino.

– ¿De dónde lo has sacado? -preguntó José-. No es fácil de conseguir, ahora que está todo tan controlado.

– Bueno, conozco gente… que conoce gente.

José asintió.

– Sí, sé cómo va eso.

– ¿Visteis a Dozer? -preguntó entonces.

– No… -respondió José, con cierta pesadumbre-. Es el encargado del Comité de Salvaguarda del Patrimonio Común y está muy liado con eso. Nos dijeron que se había ausentado un par de semanas.

– Oh, no tenía ni idea -dijo Isabel.

– Le va bien. Lo último que supe es que anda como loco detrás de Helen, aunque ya sabes cómo es ella… un poco picaflor.

Isabel rió.

– Oh, sí. Apuesto a que es eso lo que más le gusta de ella.

Susana asintió con vehemencia.

– ¡Es lo que le decía a José!

– Hmmm -añadió Isabel, intentando tragar un trozo de queso-. ¿Y Víctor?

– ¡Ah, Víctor! -soltó José. Se levantó de un salto para sacar una carpeta enorme del interior de la cazadora que llevaba puesta-. Ha terminado de montar su Crónica de los Días del Zombi. Está bastante contento. Dice que harán copias en alguna parte para distribuirlo por ahí. Pero también ha estado ocupado en otra cosa. Toma -le extendió la carpeta y se la entregó-. Dice que le eches un vistazo. Quiere que seas su lectora cero, como él lo llama. Dice que te lo debe, por todo lo que le has ayudado contándole todo lo que ocurrió.