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– Y un cuerno -soltó Susana-. A mí me tuvo un mes haciéndome preguntas sobre todo el maldito asunto.

Isabel rió.

– Vaya, ¿qué es?

– No lo sé. No he tenido tiempo de echarle un vistazo.

– Bueno. Lo leeré. Empezaré esta noche, creo. Últimamente no dan nada bueno por la tele.

Rieron de nuevo.

A lo lejos, la risa desternillante de Alba les llamó la atención. A Susana no se le escapó la mirada de felicidad de Isabel.

– Os va muy bien -dijo.

– ¿A nosotras? Sí… Es una niña maravillosa.

– Gabriel también lo es -añadió José-. Me hubiera gustado conocer a sus padres. Tuvieron que ser excelentes personas.

Isabel asintió, pensativa.

– ¿Ha vuelto a…?

– ¿A tener visiones? -preguntó Isabel

Susana asintió despacio.

– No. Ninguna. Y si las ha tenido, se las calla. Pero creo que no me engaña. Está feliz. El otro día me preguntó si creía que ya era normal.

– Entiendo -susurró Susana-. Pobrecita.

– Entonces… ¿las visiones han parado? Qué curioso. Por lo que me contó Gabriel, antes era un cañón.

Permanecieron un rato en silencio, pensativos.

– A veces… -dijo José, en un tono confidencial-, a veces siento que aquí hubo algo más de lo que todos vimos.

Susana se movió incómoda en el mantel.

– Ya sé lo que piensas -dijo José-. Y quiero que quede claro que no estoy diciendo que crea que fuera así. Sólo digo que hay cosas curiosas.

– Pero ¿a qué te refieres?

– Es una gilipollez -dijo Susana

– Puede que sí, y puede que no.

– Bueno, cuéntaselo, y que juzgue ella misma.

Isabel pestañeó, confusa, con una pequeña sonrisa en sus labios pequeños.

– ¿Te acuerdas cuando estuvimos hablando con Moses una noche, en la Alhambra?

La sonrisa desapareció.

– ¿De qué?

– De los poderes de Alba. Moses dijo que había cosas que se hilaban demasiado en la serie de acontecimientos. No sé tú, pero a mí me pareció entender que insinuaba que había un motivo mucho más… elevado para todo esto. Una especie de lucha a niveles que nos vienen… demasiado grandes.

Isabel asintió.

– Hablas de Dios y de Satanás -dijo.

José se encogió de hombros.

– No sé si ésas son las figuras correctas. Ésas son las representaciones bíblicas de dos conceptos que son inherentes a nuestra existencia: el bien y el mal. Pienso en los poderes de Alba, cómo la condujeron continuamente por los caminos adecuados para la resolución de todo. Y en el padre Isidro. Tardé en enterarme de que había resucitado y vuelto a Granada. Cuando Víctor me lo contó me quedé estupefacto. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? Y la forma en la que murió… un rayo caído del cielo, ¿qué te parece?

Isabel estaba ahora visiblemente incómoda. Susana lo notó, pero no dijo nada.

– Tenía un pararrayos en la mano -dijo.

– Como quieras, sigue siendo un Deus Ex Machina. Estuve allí y eché un vistazo, y había otros edificios más altos alrededor, como la torre del Parador. Pero el rayo cayó sobre el sacerdote, cuando estaba a punto de atravesar a Dozer. A esas alturas, Dozer era el único que llevaba el Esperantum en la sangre. Sin él, aún seguiríamos escondidos en algún agujero, con la mierda hasta el cuello, como de costumbre.

– Puede ser, pero…

– Espera, déjame terminar. Ahora me dices que los poderes de Alba han terminado. Creo que debió de coincidir más o menos con la época en que Jukkar y los otros científicos aislaron el Esperantum del cuerpo de Dozer, ¿me equivoco?

– No.

– Justo. Es como si ya no necesitase aquella especie de señal divina, así que se terminó. Y luego está lo de esta mañana.

– ¿Qué pasó? -preguntó Isabel.

– Te vas a reír -dijo Susana.

– Puede que sí, o puede que no -dijo José-. Esta mañana, cuando volvíamos de Lérida, paramos un momento cerca del río, mucho más abajo.

– El caballo me da dolor de culo -interrumpió Susana.

– El caso es que Gabriel quería practicar con la pistola, y le dije que sí. Ya sé que no te gusta, pero Gabriel va a entrar en el Comité, y todos los miembros del Comité llevan pistola. Pues bueno, pusimos unas latas de comida que llevábamos de vuelta y las usamos como dianas, y le enseñé cómo se dispara.

– ¿Y qué pasó?

– No acerté ni una -dijo José.

Isabel soltó una carcajada.

– ¿Era eso? -dijo riendo.

– Te dije que se iba a reír -dijo Susana, con una media sonrisa.

– Vaya… eso sí que es un gatillazo, jefe -bromeó Isabel, y Susana respondió a la broma soltando una carcajada.

– Ríete -dijo José, ceñudo-. Pero Susana probó también.

Se produjo un instante de silencio.

– Tampoco tuve suerte -soltó Susana.

Entonces la risa de Isabel se congeló.

El momento se salvó porque Alba y Gabriel venían de vuelta del río, persiguiéndose el uno al otro. Pasaron el resto de la tarde charlando, aunque ninguno olvidó realmente lo que José había puesto sobre el mantel. Cuando las sombras del atardecer se volvieron largas y la brisa se convirtió en un viento frío, acordaron quedar otra vez al día siguiente, antes de que comenzara la semana y tuvieran que volver al trabajo.

Por la noche, después de que Alba y Gabriel se acostaran, Isabel se sentó en el butacón donde solía pasar los últimos momentos del día. Acostumbraba a leer un poco, que era prácticamente el único ocio que uno podía tener en la soledad, y cuando tenía ya el libro en la mano, se acordó de la carpeta de Víctor.

Dentro encontró unos trescientos folios cuidadosamente mecanografiados, sin título. El primer párrafo decía así:

«Cuando Susana se decidió por fin a regresar a su apartamento, hacía un buen rato que la noche había caído. Era una noche fresca, limpia, y el aire no traía consigo nada de la pestilencia desapacible de los bordes exteriores. Solamente este detalle había inundado de buen humor el corazón de la joven, que caminaba a buen paso por los corredores inferiores del edificio.»

3.

BUM

Se llamaba Mauricio, y se vanagloriaba de ser uno de los primeros hombres en recibir el Esperantum, en las instalaciones que el doctor finlandés y todos los otros científicos habían montado en Térmens. Trabajaba en los campos de cultivo que se extendían alrededor, aunque a veces se ocupaba también de reparar los generadores hidráulicos que tan importantes habían demostrado ser.

Aquella noche se suponía que había quedado con unos amigos para celebrar el cumpleaños de alguien, pero en el último momento, había cambiado de idea. Estaba demasiado cansado, y la cabeza le dolía terriblemente.

Últimamente no soportaba mucho la compañía de nadie. Había estado retrasándolo, pero creía que ya no podía esperar más: tenía que bajar hasta Térmens un día de esa semana y visitar al médico, porque creía que le pasaba algo a sus oídos.

Cuando estaba cerca de alguien, escuchaba el sonido de su corazón. BUM. BUM. BUM. Y ese sonido le estaba volviendo loco, completamente loco.