En el curso de una reunión cuya meta era examinar la oportunidad de conceder una promoción a cierta persona, se tuvo noticia de que la misma, anteriormente, era muy aficionada a la bebida. Por lo tanto, los participantes estaban muy propensos a negarle su adelanto. Sin embargo, uno de ello intervino: "No animar a un hombre porque ha cometido un solo error, es impedir que mejore. Si un hombre, que ha flaqueado una vez, muestra, por una conducta irreprochable y conforme a las reglas, que lamenta sinceramente su error, es eminentemente útil a su Señor. Siendo así, animadlo". Entonces, uno de los presentes dijo: ¿Asumís la responsabilidad de tal decisión?" Después de que él hubo dado tal seguridad, la asistencia le rogó que diera sus razones. Dio esta respuesta: "Lo avalo porque sé que se ha equivocado una vez. No se puede conceder confianza al que no ha cometido jamás errores". Fue de este modo que el interesado consiguió su promoción.
Un día, un hombre cayó en desgracia porque había descuidado reparar el insulto que le había sido hecho. La única manera de vengarse era lanzarse sobre el campamento enemigo y combatir hasta la muerte. Un Samurai que se lanza desesperadamente al combate no puede caer en desgracia. Es porque uno espera la victoria que la misma se nos escapa. El tiempo corre cuando uno espera que el enemigo no sea tan numeroso para no estar uno en desventaja. A fuerza de esperar, incluso puede ser que uno olvide la injuria y que abandone la venganza. Pero cuando los enemigos son numerosos, si uno se agarra al terreno con la determinación de diezmarlos a todos, la pelea se resolverá deprisa. El curso de la acción transcurrirá probablemente de buena manera. Incluso cuando los cuarenta y siete Ronins del clan Asano, que acabaron por atacar a Kira una noche para vengar la muerte de su Amo, ya habían fallado en su salida. Deberían haberse suicidado ritual e inmediatamente Sengakuji. Se tomaron tiempo para vengar la muerte de su Señor. Kira habría podido caer mortalmente enfermo antes de que hubieran ejecutado su plan. En este caso, habrían perdido irremediablemente la ocasión. Por regla general, yo no critico el comportamiento de los otros, pero puesto que nosotros estudiamos la vía del Samurai, debo añadir esto: si no se consideran con cuidado y por adelanto todas las eventualidades, cuando ocurre el suceso no se está en medida de contestar adecuadamente y uno es deshonrado.
Escuchar estos consejos e intentar comprender la esencia de las cosas, constituye una preparación para tomar decisiones antes de que sobrevenga la crisis.
La vía del Samurai exige, entre otras cosas, que se esté siempre dispuesto a someter a prueba la firmeza de su resolución. Noche y día, el Samurai debe seccionar sus pensamientos prepara una línea de acción. Según las circunstancias, puede ganar o perder. Pero evitar el deshonor es un hecho distinto de l victoria o de la derrota; para evitar el deshonor tal vez le será necesario morir. Pero si, desde el principio, las cosas no se desarrollan como había previsto, debería intentarlo de nuevo. Para ello, ninguna sabiduría ni habilidad particular son precisas. El Samurai valiente no piensa en términos de victoria o derrota; combate fanáticamente hasta la muerte. Sólo de este modo realiza su destino.
No es bueno tener fuertes convicciones personales. Si, al perseverara y concentrarse, un Samurai adquiere opiniones muy marcadas, podrá estar tentado a pensar con precipitación que ya ha alcanzado un buen nivel de realización. Esto debe ser desaconsejado formalmente. Un Samurai debe, por asiduidad, llegar primeramente a la maestría absoluta de los principios básicos y luego continuar su entrenamiento de tal manera que sus técnicas lleguen a la madurez. Un Samurai no debe jamás relajar su esfuerzo sino que debe perseverar toda su vida en el entrenamiento. Pensar que uno puede relajar la disciplina del entrenamiento porque simplemente ha hecho algún descubrimiento personal, es el colmo de la locura. Un Samurai debe estar constantemente animado por el pensamiento siguiente: "En tal o cual punto todavía disto mucho de la perfección" y consagrar toda su vida más y más al perfeccionamiento, buscando asiduamente la vía verdadera. Es por una práctica así que se puede encontrar la Vía.
No hace aún cincuenta o sesenta años que los Samuráis hacían sus abluciones cada mañana, se afeitaban la cabeza y perfumaban el moño. Luego se cortaban las uñas de las manos y de los pies, las limaban con piedra pómez y luego las pulían con hierba Kogane. No mostraban jamás señal alguna de pereza en este asunto y se cuidaban con atención. Después el Samurai verificaba su sable largo y su sable corto para comprobar que el óxido no los deterioraba; les quitaba el polvo y los limpiaba para cuidar su brillo. Tomar tal cuidado de su apariencia puede parecer una manifestación de fatuidad pero esta costumbre no provenía de una inclinación para la elegancia o lo romancesco. Uno puede ser llamado en cualquier momento a librar una dura batalla; si se muere habiendo descuidado su pulcritud, se da muestra de una relajación general de las buenas costumbres y uno se expone al desprecio y al descuido del adversario. Esta es la razón por la cual los viejos y jóvenes Samuráis han aportado siempre un gran cuidado en su presentación. Un escrúpulo tal puede parecer una pérdida de tiempo y una ocupación muy fútil, pero forma parte de la vida del Samurai. En realidad, ello precisa menos esfuerzo y tiempo de lo que parece. Si quiere estar dispuesto a morir, un Samurai debe considerarse ya muerto; si es diligente en su servicio y se perfecciona en las artes militares, no se cubrirá jamás de vergüenza. Pero si se dedica a hacer egoístamente lo que le plazca, en caso de crisis de deshonrará. Incluso, no será jamás consciente de su deshonra. Si nada le importa, excepto el hecho de no estar en peligro y de sentirse feliz, se descuidará de una manera completamente lamentable.
Es seguro que un Samurai que no está preparado para morir, morirá de una muerte poco honorable. En cambio, si consagra su vida a preparar su muerte, ¿cómo podría tener un comportamiento despreciable? Uno debería reflexionar seriamente al respecto y armonizar su conducta en consecuencia.
Los tiempos han cambiado mucho en el transcurso de estos últimos treinta años. En nuestros días, cuando los jóvenes Samuráis se reúnen, hablan de dinero, de provecho, de pérdidas, de la manera de administrar su casa, de los criterios para juzgar el valor de la vestimenta, e intercambian opiniones profanas. Si otro tema es evocado, el ambiente se estropea y cada uno se siente vagamente a disgusto. ¡Qué estado tan lamentable éste al que hemos llegado! Antaño, hasta la edad de veinte o treinta años, un hombre joven no tenía ningún pensamiento para las cosas materiales o indelicadas, por lo tanto no hablaba de ellas jamás. Si, por accidente, en su presencia, los hombres de edad madura dejaban escapar de sus labios alguna reflexión fuera de lugar, se sentía tan afectado como si hubiera recibido una herida física. La tendencia nueva ha penetrado aparentemente mediante lo que los tiempos modernos aprecian al máximo: el lujo y la ostentación. Sólo el dinero tiene importancia. Es manifiesto que si los hombres jóvenes no tuvieran estos gustos de lujo, incompatibles con su situación, esta actitud errónea desaparecería. Por otra parte, alabar como ricos en recursos a jóvenes ahorrativos y parcos, es completamente despreciable. La frugalidad equivale a la ausencia del sentido del giri u obligaciones sociales y personales. ¿Necesito añadir que un Samurai que se olvida de sus obligaciones hacia los demás es despreciable, cobarde e indigno?
Caligrafía
Cuando me dirigí a Yasaburo para tomar ejemplo de su arte caligráfico, me dijo: "Se debería escribir en caracteres suficientemente grandes como para que uno solo cubriera toda la hoja, con suficiente vigor como para rasgarla. La habilidad en la caligrafía depende del espíritu y de la energía con la que se ejecuta. El Samurai debe obrar sin dudar, sin confesar el más mínimo cansancio ni el más mínimo desánimo hasta concluir su tarea. Eso es todo". Y continuó escribiendo.