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—No, no se lo diré a nadie. ¿Qué pasará ahora?

—Le haré unas cuantas preguntas más, me marcharé de aquí, redactaré otro informe… y se acabó. Me esperan otras tareas, y el departamento ha dedicado ya a esta investigación más tiempo del que puede permitirse.

Shirl no ocultó su asombro.

—¿No van a detener al hombre que lo hizo?

—Si las huellas dactilares están en el archivo, es posible. En caso contrario, sería una pérdida de tiempo intentarlo. Y, aparte de la falta de tiempo, en este caso la policía opina que la persona que liquidó a Mike O'Brien le hizo un servicio a la sociedad.

—¡Eso es terrible!

—¿De veras? Quizá —Andy abrió su cuaderno de notas y volvió a mostrarse muy oficial. Había terminado con las preguntas cuando regresó Kulozik con las huellas recogidas en la ventana del sótano, y salieron juntos del edificio. Comparada con el refrigerado apartamento, la calle parecía un horno.

VII

Era pasada la medianoche, una noche sin luna, pero el cielo más allá del amplio ventanal no podía igualar la espléndida oscuridad de la caoba pulimentada de la larga mesa de refectorio. La mesa tenía siglos de antigüedad, procedía de un monasterio destruido hacía muchísimo tiempo, y era muy valiosa, como todos los muebles de la habitación: el aparador, los cuadros y la lámpara de cristal tallado que colgaba en el centro de la estancia. Los seis hombres reunidos alrededor de la mesa distaban mucho de ser valiosos, excepto en un sentido financiero, aunque en este último aspecto eran realmente importantes. Dos de ellos fumaban cigarros, y el cigarro más barato que se podía comprar costaba al menos diez dólares.

—No nos lea todo el informe, Juez, por favor —dijo el hombre que ocupaba la cabecera de la mesa—. Disponemos de muy poco tiempo, y lo único que nos interesa son los resultados. —Si alguno de los presentes conocía su verdadero nombre, se guardaba mucho de mencionarlo. Le llamaban señor Briggs, y era el hombre que lo dirigía todo.

—Desde luego, señor Briggs, eso será bastante fácil —dijo el Juez Santini, y tosió nerviosamente detrás de su mano. Nunca le habían gustado estas sesiones en el edificio del Empire State. Como Juez, no debía ser visto aquí demasiado a menudo con aquellas personas. Además, la ascensión resultaba penosa, y tenía que pensar en su corazón. Particularmente con el calor que hacía. Bebió un sorbo de agua del vaso que tenía ante él, y se ajustó las gafas a fin de poder leer mejor.

—Este es el resumen del informe —continuó—. Big Mike murió instantáneamente a consecuencia de un golpe en la cabeza, propinado con una llanta de hierro con la punta afilada que fue utilizada también para forzar la puerta del apartamento. Las huellas encontradas en una ventana del sótano forzada con la misma llanta coinciden con las de la puerta y las de la propia llanta, de modo que todo parece indicar que el asesino penetró en el edificio por allí. Las huellas son de una persona desconocida, puesto que no figuran en el archivo de la oficina de Investigación Criminal. Tampoco figuran allí las huellas del guardaespaldas de O'Brien ni las de su amiguita, que fueron los que encontraron el cadáver.

—¿Quién diablos cree que lo ha hecho? —preguntó uno de los oyentes, detrás del humo de su cigarro.

—La opinión oficial es… bueno, muerte accidental, podríamos decir. Ellos creen que alguien entró a robar en el apartamento, que Mike le sorprendió, y que en la lucha que siguió resultó asesinado.

Dos hombres empezaron a formular preguntas, pero se callaron inmediatamente cuando el señor Briggs tomó la palabra. Tenía el aspecto de un perro de presa con sus ojos negros y adustos, sus párpados inferiores caldos y los pliegues en sus mejillas. La enorme papada aumentaba aquella impresión.

—¿Qué robaron en el apartamento?

Santini se encogió de hombros.

—Nada, al parecer. La chica afirma que no falta nada, y tiene motivos para saberlo. El dormitorio estaba completamente revuelto, pero todo parece indicar que el ladrón fue sorprendido antes de terminar el trabajo y luego huyó presa de pánico. Es verosímil.

El señor Briggs sopesó aquello, pero no formuló más preguntas. Algunos de los otros lo hicieron, y Santini les contó lo que se sabía. Finalmente, el señor Briggs les silenció a todos alzando un dedo.

—Parece ser que la muerte se produjo de un modo accidental, en cuyo caso no tiene importancia para nosotros. Necesitamos a alguien que se encargue del trabajo de Mike… ¿Qué pasa, Juez? —inquirió, frunciendo el ceño ante la interrupción.

Santini estaba sudando. Deseaba terminar con el asunto para poder marcharse a su casa, era la una y pico de la madrugada y estaba cansado. No estaba ya acostumbrado a trasnochar. Pero había un hecho que debía mencionar, podía ser importante, y si más tarde se hacía público y se enteraban de que lo había sabido y no había dicho nada… Era preferible exponerlo en seguida.

—Hay algo más que debo decirles. Tal vez signifique algo, tal vez no, pero creo que debemos tener toda la información delante de nosotros antes de…

—Déjese de preámbulos, Juez —le interrumpió secamente el señor Briggs.

—Sí, desde luego. Se trata de una señal que había en la ventana. Todas las ventanas del sótano tiene una capa de polvo, y ninguna de las otras había sido tocada. Pero en la ventana forzada y a través de la cual se supone que el asesino penetró en el edificio, había un dibujo trazado en el polvo. Un corazón.

—¿Y qué diablos se supone que significa? —gruñó uno de los oyentes.

—Nada para usted, Schlacter, dado que es un norteamericano de ascendencia alemana. Que conste que no estoy afirmando que signifique algo, puede tratarse de una simple coincidencia, un simple capricho, cualquier cosa. Pero a efectos de información, me permito recordarles que, en italiano, un corazón es un cuore.

La atmósfera de la habitación cambió inmediatamente, cargándose de electricidad. Algunos de los hombres se incorporaron a medias de sus asientos, y todos se removieron en ellos. El único que no se movió fue el señor Briggs, aunque sus ojos se estrecharon.

—Cuore —dijo lentamente—. No creo que tenga suficientes agallas para tratar de introducirse en la ciudad.

—Tiene un negocio floreciente en Newark. La última vez que vino aquí salió escaldado, y no querrá repetir la experiencia.

—Es posible. Pero he oído decir que está medio chiflado. A causa del L.S.D. Podría hacer cualquier cosa…

El señor Briggs tosió, e inmediatamente se restableció el silencio.

—No podemos pasar por alto este detallo —dijo—, tanto si Cuore está tratando de introducirse en nuestra zona como si alguien intenta provocar conflictos atribuyéndole la responsabilidad a él; en cualquier caso, tenemos que descubrirlo. Juez, encárguese de que la policía siga adelante con la investigación.

Santini sonrió, pero sus manos estaban fuertemente entrelazadas debajo de la mesa.

—No digo que no, vaya esto por delante, no digo que no se pueda hacer, pero resultará muy difícil. La policía no tiene personal suficiente para una investigación a fondo. Si trato de presionarles, querrán saber los motivos. Me harían falta algunas buenas respuestas. Puedo conseguir que algunas personas trabajen en el caso, efectuar algunas llamadas, pero no creo estar en condiciones de ejercer la presión suficiente.