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Se detuvo, silenciosamente, y empuñó su revólver.

A través de la entreabierta puerta del sótano, delante de él había visto moverse el rayo luminoso de una linterna.

Y en aquella habitación se hallaba la ventana forzada. Avanzó lentamente, casi de puntillas para que no crujiera el arenoso suelo de hormigón. Cuando entró vio que alguien estaba contra la pared del fondo, paseando una linterna encendida a lo largo de la hilera de ventanas. Una figura oscura silueteada contra la amarilla burbuja de luz. La luz avanzó hasta la ventana siguiente, vaciló, y se paró sobre el corazón que había sido dibujado en el polvo. El hombre se inclinó hacia adelante y examinó la ventana, tan absorto que no oyó a Andy cruzar el sótano y situarse detrás de él.

—No se mueva… le estoy apuntando con un revólver —dijo Andy, apretando el cañón del arma contra la espalda del hombre.

La linterna cayó al suelo y se apagó; Andy maldijo entre dientes, sacó su propia linterna y apretó el botón. El rayo luminoso hirió de lleno el rostro de un anciano, con la boca abierta por el terror, su piel súbitamente tan pálida como sus largos cabellos plateados. El hombre se apoyó contra la pared, respirando con dificultad, y Andy devolvió el revólver a su funda y sujetó el brazo del otro mientras se deslizaba lentamente por la pared hasta quedar sentado en el suelo.

—La impresión… la sorpresa… —murmuró—. No debió hacer eso… ¿Quién es usted?

—Soy un oficial de policía. ¿Cuál es su nombre… y qué estaba haciendo aquí? —Andy le cacheó rápidamente: no estaba armado.

—Soy un… funcionario civil… mi identificación está aquí.

Luchó para sacar su cartera, y Andy la tomó de sus manos y la abrió.

—Juez Santini —dijo, paseando la luz de la linterna de la tarjeta de identificación al rostro del hombre—. Sí, le he visto a usted en el tribunal. Pero, ¿no es este un lugar un poco raro para encontrar en él a un juez?

—Por favor, nada de impertinencias, joven. —La primera reacción había pasado, y Santini volvía a ser dueño de sí mismo—. Me considero un buen conocedor de las leyes de este Estado soberano, y no puedo recordar ninguna que pueda aplicarse a esta situación en particular. Le sugiero que no se exceda en sus atribuciones…

—Estoy investigando un asesinato, y existe la posibilidad de que haya tocado usted algo que podría ser una ;prueba, Juez. Creo que mi intervención está más que justificada.

Santini parpadeó al resplandor de la linterna y pudo ver las piernas de su interlocutor; estaban cubiertas con unos pantalones de color canela, y no con los de un uniforme azul.

—¿Es usted el detective Rusch? —preguntó.

—Si, efectivamente —dijo Andy, sorprendido. Inclinó la luz de modo que no se reflejara directamente en el rostro del juez—. ¿Qué sabe usted acerca de esto?

—Me alegrará mucho decírselo, muchacho, si me permite incorporarme y si podemos encontrar un lugar más cómodo para nuestra charla. ¿Por qué no visitamos a Shirl? Tiene usted que haber trabado ya conocimiento con la señorita Greene… Allí estaremos mucho más frescos, y con mucho gusto le diré todo lo que sé.

—Me parece una buena idea —dijo Andy, ayudando al anciano a ponerse en pie. El Juez no iba a salir corriendo… y podía tener alguna relación oficial con el caso. ¿Cómo podía saber sino que Andy era el detective encargado de la investigación? Esto tenía más aspecto de interés político que de interés policíaco, y Andy sabia lo suficiente como para andar con pies de plomo.

Tomaron el ascensor en el sótano, y la ceñuda mirada Andy borró la expresión de curiosidad del rostro del ascensorista. El Juez parecía encontrarse mejor, aunque se apoyó en el brazo de Andy a lo largo del rellano. Shirl les abrió la puerta.

—Juez… ¿está usted enfermo? —preguntó, con los ojos muy abiertos.

—No es nada, querida, sólo un poco de calor y de fatiga; me estoy haciendo viejo, eso es todo—. Se irguió, disimulando bien el esfuerzo que le costó hacerlo, y se separó de Andy para apoyarse en el brazo de Shirl—. He encontrado al detective Rusch fuera, y ha sido lo bastante amable como para subir conmigo. Ahora, si me permites acercarme un poco más a ese acondicionador de aire y descansar un momento… —entraron en el apartamento, y Andy les siguió.

La joven tenía un aspecto realmente atractivo, ataviada como una estrella de la televisión. Llevaba un vestido confeccionado con una tela que resplandecía como plata entretejida… pero que al mismo tiempo parecía suave. No tenía mangas y estaba muy escotado por delante y más escotado aún por detrás, hasta la misma cintura. Sus cabellos sueltos caían sobre sus hombros. El Juez la miró por el rabillo del ojo mientras la joven le acompañaba hasta el sofá.

—¿Hemos llegado en un mal momento, Shirl? —inquirió—. Llevas un vestido muy elegante. ¿Ibas a salir?

—No —dijo Shirl—, pensaba quedarme en casa, sola. Si quiere que le diga la verdad… estoy tratando de recobrar la moral. Nunca había llevado este vestido, es algo nuevo, nilón, creo, con pequeñas incrustaciones de metal. —Ablandó una almohada y la colocó detrás de la cabeza del Juez Santini—. ¿Puedo prepararle algo fresco para beber? ¿Y a usted también, señor Rusch?

Fue la primera vez que pareció darse cuenta de su presencia, y Andy asintió silenciosamente.

—Una sugerencia maravillosa —el Juez suspiró y se reclinó hacia atrás—. Algo alcohólico, si es posible.

—¡Oh, si! Hay toda clase de bebidas en el bar, y yo no las pruebo.

Cuando Shirl desapareció en la cocina, Andy se sentó junto a Santini y habló en voz baja.

—Iba usted a decirme qué estaba haciendo en el sótano… y cómo conoce mi nombre.

—Muy sencillo… —Santini miró en dirección a la cocina, pero Shirl estaba ocupada y no podía ofrles—. La muerte de O'Brien tiene ciertas… ramificaciones políticas, digamos, y me han encargado que me mantenga al corriente de los progresos que se realizan. Naturalmente me enteré de que le habían asignado la investigación. —Se relajó, y unió sus manos sobre su redondeado vientre.

—Eso sólo contesta la mitad de mi pregunta —dijo Andy—. Ahora, ¿qué estaba haciendo en el sótano?

—Se está fresco aquí, casi demasiado en contraste con la temperatura del exterior. Un verdadero alivio. ¿Observó usted el corazón dibujado en el polvo en la ventana del sótano?

—Desde luego. Lo descubrí yo.

—Es muy interesante. ¿Ha oído usted hablar… tiene que haber oído hablar de él, está fichado por la policía… de un individuo llamado Cuore?

—¿Nick Cuore? ¿El gangster de Newark?

—El mismo. Aunque «gangster» no es del todo correcto, sería más exacto decir «el hombre fuerte» de los negocios ilegales. Su situación allí se ha hecho preponderante, y es un hombre tan ambicioso que ha vuelto sus ojos en dirección a Nueva York.

—¿Qué se supone que significa todo esto?

Cuore es una buena palabra italiana. Significa corazón —dijo Santini, en el momento en que Shirl entraba en la habitación portando una bandeja. Andy cogió el vaso con un «Gracias» maquinal, sumido en sus pensamientos. Ahora comprendía por qué se estaba ejerciendo tanta presión en este caso. No era una cuestión de amistad, a nadie parecía importarle realmente que O'Brien estuviera muerto: lo que de veras contaba era el por qué de su asesinato. ¿Fue debido a un tal accidente como parecía ser? ¿O era una advertencia de Cuore en el sentido de que había decidido extender sus actividades a la ciudad de Nueva York? ¿O había sido cometido por algún personaje local que trataba de atribuírselo a Cuore para cubrirse a si mismo? Cuando se adentraba en el campo de la especulación, las posibilidades se multiplicaban hasta el extremo de que la única manera de descubrir la verdad era encontrar al asesino. Las partes interesadas habían tirado de unos cuantos hilos, y el resultado había sido que le asignaran la investigación con carácter exclusivo. Cierto número de personas debían estar leyendo sus informes y esperando impacientemente una respuesta.