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—Lo siento —dijo, dándose cuenta de que la joven le estaba hablando—. Pensaba en otra cosa y no la he oído.

—Le preguntaba si le gustaba la bebida. Si no le agrada, puedo prepararle otra cosa.

—No, está bien —dijo, dándose cuenta de que había estado sosteniendo el vaso todo el tiempo, limitándose a mirarlo. Bebió un sorbo, y luego otro—. En realidad, está muy bien. ¿Qué es?

—Whisky. Whisky con soda.

—Es la primera vez que lo pruebo. —Trató de recordar cuánto costaba una botella de whisky. Casi no se elaboraba ya, debido a la escasez de cereales, y cada año las existencias almacenadas disminuían y aumentaba el precio. Al menos doscientos dólares una botella, probablemente más.

—Un trago muy refrescante, Shirl —dijo Santini, colocando su vaso vacío contra el brazo de su sofá, donde permaneció—. Y gracias de todo corazón por tu amable hospitalidad. Siento tener que marcharme ahora, Rosa me está esperando, pero, ¿podría pedirte algo antes de irme?

—Desde luego, Juez. ¿De qué se trata?

Santini sacó un sobre del bolsillo de su chaqueta y lo abrió, desplegando en abanico el puñado de fotografías que contenía. Desde el lugar en el que se encontraba Andy pudo ver que eran fotografías de hombres distintos. Santini alargó una de ellas hacia Shirl.

—Lo que le ocurrió a Mike fue trágico —dijo—, muy trágico. Todos nosotros deseamos ayudar a la policía en la medida de nuestras fuerzas. Sé que tú también deseas hacerlo, Shirl, de modo que voy a pedirte que eches una mirada a estas fotografías, por si reconoces a alguna de esas personas.

Shirl cogió la primera y la examinó con una expresión concentrada. Andy admiró la técnica del Juez para hablar mucho sin decir realmente nada… pero obteniendo la colaboración de la joven.

—No, no puedo decir que le haya visto nunca —declaró Shirl.

—¿Estuvo de huésped aquí, o se vio con Mike estando con él?

—No, estoy segura de eso, nunca estuvo aquí. Creí que me preguntaba si le había visto en la calle o algo por el estilo.

—¿Qué me dices de los otros hombres?

—Nunca he visto a ninguno de ellos. Siento no poder ayudarle más.

—La inteligencia negativa no deja de ser inteligencia, querida.

Pasó las fotografías a Andy, que reconoció la de encima como la de Nick Cuore.

—¿Y los otros? —preguntó.

—Socios suyos —dijo Santini, levantándose lentamente del mullido sofá.

—Me quedaré con ellas unos días, si no le importa —dijo Andy.

—Desde luego que no. Pueden resultarle muy valiosas.

—¿Tiene que marcharse ya? —protestó Shirl. Santini sonrió y echó a andar hacia la puerta.

—Tienes que disculpar a un viejo, querida. Por mucho que disfrute con tu compañía, debo ser juicioso y no trasnochar demasiado. Buenas noches, señor Rusch… y buena suerte.

—Voy a prepararme un trago —dijo Shirl, después haber acompañado al Juez hasta la puerta—. ¿Puedo volver a llenar su vaso? Es decir, si no está de servicio.

—Estoy de servicio, y lo he estado durante las últimas catorce horas, de modo que creo que ha llegado el momento de mezclar el servicio y la bebida. Si usted no me denuncia, desde luego.

—¡No soy una soplona! —sonrió Shirl, y cuando se sentaron uno frente al otro Andy se sintió mucho mejor de lo que se había sentido durante semanas enteras. Su jaqueca había desaparecido, el ambiente era deliciosamente fresco, y la bebida sabía mejor que cualquier otra cosa que pudiera recordar.

—Creí que había terminado usted con la investigación —dijo Shirl—. Eso fue lo que usted me dijo.

—También yo lo creía entonces, pero las cosas han cambiado. Hay un montón de personas interesadas en que se resuelva este caso. Incluso personas como el Juez Santini.

—En todo el año transcurrido desde que conocí a Mike, nunca me había dado cuenta de que fuera tan importante.

—No lo era… vivo. Lo importante es su muerte, y los motivos, si existe alguno, que la provocaran.

—¿Hablaba usted en serio esta tarde al decir que la policía no deseaba que se sacara nada de este apartamento?

—Sí, de momento. Tengo que revisarlo todo, especialmente los papeles. ¿Por qué lo pregunta?

Shirl contempló fijamente su vaso, agarrándolo con fuerza con las dos manos.

—Hoy ha estado aquí el abogado de Mike, y su hermana dijo la verdad. Mis ropas y mis objetos de uso personal son míos, nada más. No es que esperase algo más. Pero el alquiler está pagado hasta final de agosto… —Shirl miró a Andy directamente a los ojos— y si los muebles siguen aquí puedo quedarme hasta entonces.

—¿Desea usted quedarse?

—Sí —dijo Shirl simplemente.

Tiene derecho a ello, pensó Andy. No está pidiendo ningún favor, no lloriquea ni nada por el estilo. Se limita a extender sus cartas sobre la mesa. Bien, ¿ por qué no? No me costará nada. ¿Por qué no?

—De acuerdo. Soy muy lento en registrar apartamentos, y registrar como Dios manda un apartamento tan grande como este me ocupará exactamente hasta la medianoche del treinta y uno de agosto. Si alguien se queja, remítale al detective de Tercer Grado Andrew Fremont Rusch, Comisaría 12-A. Yo me encargaré de que no la molesten.

—¡Eso es maravilloso! —exclamó Shirl, poniéndose de pie de un salto—. Y merece otro trago. A decir verdad, no me atrevería a vender nada del apartamento, sería un robo. Pero no veo nada malo en que terminemos con las botellas. Es preferible eso a dejárselas a su hermana.

—Completamente de acuerdo —dijo Andy, retrepándose en los blandos almohadones y contemplando el atractivo contoneo de Shirl mientras se llevaba los vasos a la cocina.

Esto es vida, pensó, y sonrió aviesamente para sus adentros. Al diablo la investigación. Al menos por esta noche. Voy a beberme el whisky de Mike, y a sentarme cómodamente en su sofá, y a olvidar que soy un policía, sólo por una noche.

—No, nací en Lakeland, Nueva Jersey —dijo Shirl—, y nos trasladamos a la ciudad cuando yo era una niña. El Comando Estratégico del Aire estaba construyendo aquellas pistas especiales para los aviones Mach-3, y compraron nuestra casa y todas las casas contiguas, y las derribaron. Es la historia favorita de mi padre, cómo arruinaron su vida, y desde entonces no ha votado nunca por un Republicano, y jura que moriría antes de hacerlo.

—Yo tampoco nací aquí —dijo Andy, bebiendo un sorbo de whisky—. Nosotros vinimos de California. Mi padre poseía un rancho…

—¡Entonces es usted un vaquero!

—No era esa clase de rancho: árboles frutales, en el Valle Imperial. Yo era un niño cuando nos marchamos, y apenas lo recuerdo. En aquellos valles todas las labores agrícolas precisaban mucha agua, eran todo regadíos, a base de canales y bombas hidráulicas. El rancho de mi padre tenía bombas, y no se preocupó cuando los geólogos le dijeron que estaba utilizando agua fósil, agua que ha estado en el subsuelo millares de años. El agua vieja hace crecer las cosas igual que el agua nueva, recuerdo que dijo. Pero, por lo visto, había muy pocas filtraciones, o ninguna de agua nueva, porque un mal día el agua fósil se agotó, y las bombas se secaron. Nunca olvidaré aquello, los árboles murieron de sed sin que pudiéramos hacer nada para evitarlo. Mi padre perdió el rancho y nos trasladamos a Nueva York y trabajó como peón en el Túnel Moisés cuando lo estaban construyendo.