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—Nunca he tenido un álbum —dijo Andy.

—Es la clase de cosas que hacen las chicas —dijo Shirl. Se sentó en el sofá al lado de Andy, volviendo las páginas. Había fotografías de niños, vitolas de cigarros, programas, pero Andy apenas los veía. El brazo desnudo de Shirl se apretaba contra el suyo, y cuando se inclinaba sobre el álbum Andy podía aspirar la fragancia de sus cabellos. Se dio cuenta vagamente de que había bebido mucho, y se limitó a asentir con la cabeza fingiendo que miraba al álbum. Pero de lo único que tenía realmente consciencia era de ella.

—Son más de las dos, será mejor que me marche.

—¿No quiere tomar un poco de café? —inquirió Shirl.

—No, gracias —apuró el contenido de la taza y se puso en pie—. Me daré una vuelta por aquí por la mañana, si le parece bien.

Echó a andar hacia la puerta.

—La mañana es estupenda —dijo Shirl, y extendió la mano—. Gracias por quedarse aquí esta noche.

—El que debe darle las gracias soy yo, recuerde que nunca había probado el whisky.

Andy había pensado en estrechar la mano de Shirl, simplemente darle las buenas noches. Pero sin saber cómo la encontró entre sus brazos, se descubrió a si mismo aspirando el perfume de sus cabellos y apretando fuertemente con sus manos el suave terciopelo de la piel de su espalda. Cuando la besó, Shirl le devolvió el beso apasionadamente, y Andy supo que todo iba a pasar como es debido.

Más tarde, tendido en el amplio lecho pudo sentir el tacto del cuerpo cálido de ella a su lado, y la leve brisa de su tranquila respiración sobre su mejilla. El zumbido del acondicionador de aire parecía acrecentar el silencio nocturno cubriendo y enmascarando todos los demás sonidos. Andy pensó que había bebido demasiado, ahora daba cuenta, y sonrió en la oscuridad. ¿Y qué? Si hubiera estado sobrio, lo más probable es que no hubiese ocurrido nada de lo que acababa de ocurrir. Podría lamentarlo al hacerse de día, pero en aquel momento sabía que esto era lo mejor que nunca le había sucedido. Y cuando trató de sentirse culpable, le resultó imposible; su mano apretó con un gesto posesivo el hombro de Shirl, la muchacha se removió en sueños. Las cortinas estaban ligeramente entreabiertas, y a través de la rendija Andy podía ver la luna, lejana y amistosa. Todo está bien, se dijo. Todo está bien, se repitió a sí mismo una y otra vez.

La luna ardía a través de la abierta ventana, un ojo taladrante en medio de la oscuridad, una brillante antorcha en medio del agobiante calor. Billy Chung había dormido un poco, antes, pero uno de los gemelos había tenido una pesadilla y le había despertado, y a partir de aquel momento Billy había permanecido tendido allí completamente desvelado. Si el hombre no hubiese estado en el cuarto de baño… Billy agitó su cabeza de un lado a otro, mordiéndose el labio inferior, notando que el sudor empapaba su rostro. No había tenido la menor intención de matarle, pero ahora que estaba muerto a Billy le tenía sin cuidado. Estaba preocupado por si mismo. ¿Qué ocurriría cuando le cogieran? Acabarían por descubrirle, para eso estaba la policía, extraerían la llanta de hierro de la cabeza del muerto y la examinarían en su laboratorio como tenían por costumbre, y localizarían al hombre que se la había vendido… Su cabeza rodó de un lado a otro sobre la almohada empapada en sudor, y un gemido casi inaudible brotó de su garganta y se abrió paso entre sus dientes.

IX

—No puede decirse que su afeitado sea perfecto precisamente, Rusch —dijo Grassioli en su normal tono de voz irritado.

—Es que no me he afeitado, teniente —dijo Andy, alzando la mirada del montón de informes que reposaban sobre el escritorio. El teniente le había visto cuando pasaba por delante del departamento de detectives camino de su oficina; Andy había alimentado la esperanza de firmar y marcharse de la comisaría sin hablar con él. Pensó rápidamente—: Esta tarde pensaba llevar a cabo investigaciones en los muelles, y quería pasar inadvertido. Probablemente no haya una sola navaja de afeitar en toda aquella vecindad.

El pretexto parecía bastante válido. La verdad era que había llegado un poco tarde esta mañana, directamente desde el Parque de Chelsea, y no había tenido ocasión de afeitarse.

—Comprendo. ¿Algún progreso en el caso?

—Andy no incurrió en el error de recordarle al teniente que hacía menos de veinticuatro horas que había iniciado la investigación.

—He descubierto algo positivo relacionado con él. —Miró a su alrededor, pero no había nadie que pudiera oírle, y continuó, bajando la voz—: Sé por qué se está ejerciendo presión sobre el departamento.

—¿Por qué?

El teniente hojeó las fotografías de Nick Cuore y sus esbirros mientras Andy explicaba el significado del corazón en la ventana y la identidad de los hombres que estaban interesados en el crimen.

—De acuerdo —dijo Grassioli, cuando Andy terminó su relato—. No incluya nada de eso en sus informes, a menos que descubra algo que conduzca hacia Cuore, pero quiero que me cuente todo lo que suceda. Ahora lárguese, ya ha perdido bastante tiempo aquí.

Se estaban batiendo todas las marcas. Habían transcurrido días y días, pero el calor seguía siendo el mismo. La calle era una cuba de aire cálido y viciado, inmóvil y tan lleno de hedor a suciedad, sudor y podredumbre que era casi irrespirable. Sin embargo, por primera vez desde que se había manifestado la ola de calor, Andy no parecía afectado por ella. La noche anterior era una poderosa aunque todavía increíble presencia, imposible de arrancar de su mente. Trató de hacerlo, tenía que empeñarse en hacerlo, pero el rostro o el cuerpo de Shirl se deslizaban en torno a los bordes del recuerdo y, a pesar del calor, volvía a experimentar las mismas inenarrables sensaciones. ¡Tenía que luchar contra ellas! Golpeó con su puño derecho la palma de su mano izquierda y tuvo que sonreír ante las miradas de asombro de las personas más próximas a él en la multitud. Le esperaba una gran cantidad de trabajo antes de que pudiera ver de nuevo a Shirl.

Giró en la callejuela que discurría entre la cerrada hilera de garajes detrás del Parque de Chelsea y el borde del foso, conduciendo a la entrada de servicio de los edificios. Oyó un traquetear de ruedas detrás de él, y se hizo a un lado para dejar paso a un pesado remolque una estructura en forma de caja montada sobre unas viejas ruedas de automóvil, guiada por los dos hombres que tiraban de ella. Avanzaban casi doblados sobre si mismos y sin tener consciencia de nada excepto de su fatiga. Cuando pasaron junto a él, sólo a unos centímetros de distancia, Andy pudo ver las huellas de los tirantes profundamente marcadas en sus cuellos y las úlceras permanentes en sus hombros que manchaban de pus sus mojadas camisas.

Andy anduvo lentamente detrás del remolque, agachándose mientras todavía estaba fuera de la vista de la entrada, y luego inclinándose sobre el borde del foso. El fondo de hormigón estaba alfombrado de basura y de escombros, y había amplios boquetes entre los bloques de granito en los lugares donde el cemento se había desprendido. Sería bastante fácil descender por allí cuando hubiera caído la noche, puesto que no había ningún farol por los alrededores. Incluso a la luz del día un intruso sólo sería localizado por alguien que mirase a través de las ventanas más próximas. Nadie estaba mirando cuando Andy se deslizó por encima del borde del foso y gateó lentamente hasta el fondo; fue como penetrar en un horno, con el calor atrapado por las altas paredes. Lo ignoró en la medida de lo posible y avanzó a lo largo de la pared interior hasta que encontró la ventana con el corazón dibujado, era muy fácil de localizar, y probablemente podía ser vista con la misma facilidad durante la noche. Inmediatamente debajo de la hilera de ventanas del sótano la pared formaba una especie de repisa, y Andy descubrió que podía encaramarse hasta ella… y que era bastante ancha para sostenerse allí. Sí, era posible forzar la ventana desde este lugar; el asesino podía haber penetrado en el edificio por aquí. El sudor goteó de la barbilla de Andy y dejó manchas oscuras sobre el hormigón del reborde, el calor era cada vez más intenso.