Todos los aparatos de limpieza habían desaparecido cuando, duchado y vestido, se presentó de nuevo en el cuarto de estar. Shirl se había peinado y maquillado, pero seguía llevando el pantaloncito y la blusa verde, cosa que Andy le agradeció en silencio. Nunca había visto a una chica más linda… no, más guapa, en toda su vida. Deseó poder decírselo, pero no era el tipo de cosas que le resultaban fáciles de decir en voz alta.
—¿Quieres tomar algo fresco? —preguntó Shirl.
—Se supone que estoy trabajando… ¿acaso intentas sobornarme?
—Puedes tomar una cerveza, he puesto algunas en el refrigerador. Hay casi veinte botellas, y a mi no me gusta. —Se volvió hacia él desde el umbral de la cocina y añadió—: Además, estás trabajando. Me estás interrogando. ¿No soy un testigo importante?
El primer sorbo de cerveza fría trazó un surco de placer en su garganta. Shirl se sentó frente a él y sorbió un café frío.
—¿Cómo marcha el caso, a menos que sea un secreto oficial?
—No hay nada secreto; marcha lentamente, como todos los casos. No te dejes engañar por la televisión, en la vida real el trabajo de la policía es muy distinto. Gestiones rutinarias, mucho andar de un lado para otro, tomando notas, redactando informes… esperando que un soplón nos proporcione la respuesta.
—Ya sé… les llaman confidentes. No son verdaderos confidentes, ¿no es cierto?
—Si no lo fueran no llegaríamos a ningún resultado La mayoría de nuestros éxitos se deben a confidencias de soplones. Los delincuentes suelen ser lo bastante estúpidos como para vanagloriarse de sus «hazañas», y cuando empiezan a hablar siempre hay alguien cerca para escuchar. Espero que esta vez hable alguien… por que si no lo hacen esto tiene todo el aspecto de un caso imposible de resolver.
—¿Qué quieres decir?
Andy sorbió un poco más de cerveza; era una bebida estupenda.
—En esta ciudad hay más de treinta y cinco millones de personas, y cualquiera de ellas puede haber cometido el crimen. Empezaré por localizar e interrogar a todos los antiguos empleados del edificio, y trataré de descubrir la procedencia de la llanta de hierro, pero mucho antes de que haya terminado las altas esferas dejarán de preocuparse por O'Brien y me apartarán del caso, y eso será todo.
—Hablas como si estuvieras amargado.
—Es cierto… lo estoy. ¿No lo estarías tú si tuvieras un trabajo que desearas realizar, y que te gustara realizar, pero que nunca te permitieran realizar? Los efectivos de la policía son muy escasos, lo eran ya cuando yo ingresé en el Cuerpo. Todo queda sin terminar, los casos se abandonan apenas iniciada la investigación, cada día se cometen asesinatos impunemente y a nadie parece importarle. A menos que exista algún tipo de motivo político, como con Big Mike, y en tales casos a los interesados les tiene sin cuidado la víctima: lo único que les preocupa en su propio pellejo.
—¿No podrían aumentar el número de policías?
—¿Con qué? No hay dinero en el presupuesto de la ciudad, casi todo se lo come la Beneficencia. De modo que nuestro sueldo es muy bajo, los agentes aceptan sobornos y… bueno, no he venido a darte una conferencia sobre mis preocupaciones profesionales. —Apuró la cerveza que quedaba en su vaso, y Shirl se puso en pie rápidamente.
—Dame el vaso, voy a servirte otra.
—No, gracias, no con el estómago vacío.
—¿No has comido nada?
—Un trozo de galleta, no he tenido tiempo para nada más.
—Voy a preparar algo para nosotros. ¿Qué te parece un filete de carne de vaca?
—Shirl, por favor… ¿Quieres que me dé un ataque al corazón?
—Hablo en serio. Compré un filete para Mike, la mañana de… de aquel día. Todavía está en el frigorífico.
—No puedo recordar la última vez que comí carne de vaca… en realidad, ha pasado mucho tiempo desde que vi un trozo de filete de carne sintética. —Andy se puso en pie y cogió las dos manos de la muchacha—. Me estás cuidando muy bien, ¿sabes?
—Me gusta hacerlo —dijo ella, y le dio otro de aquellos rápidos besos.
Las manos de Andy estaban sobre la redondez de sus caderas cuando Shirl dio media vuelta y se alejó.
Es una chica extraña, pensó Andy, y se pasó la lengua por los labios, que conservaban un sabor a carmín.
Shirl quería comer en la gran mesa de la sala de estar, pero había otra mesa más pequeña en la cocina, debajo de la ventana, y Andy prefirió hacerlo allí. Era un filete de verdad, un enorme trozo de carne tan grande como su mano, y notó que su boca se llenaba de saliva cuando Shirl lo depositó en su plato.
—Mitad y mitad —dijo, cortando el filete en dos trozos iguales y poniendo uno de ellos en el otro plato.
—Habitualmente me limitaba a freír un poco de harina de avena en el jugo.
—Lo tendremos de postre. Este es el comienzo de una nueva era: igualdad de derechos para hombres y mujeres.
Shirl le dirigió una sonrisa y se deslizó en su silla sin decir nada más. Maldición, pensó Andy, por otra mirada como esa le daría todo el filete.
La carne estaba acompañada de berros de mar y de galletas para mojar en la salsa, y de otra botella de cerveza de la cual Shirl le permitió que le sirviera un vaso pequeño, Andy cortó el filete en trozos muy pequeños, saboreando lentamente cada uno de ellos. No podía recordar haber comido tan bien en toda su vida. Cuando hubo terminado se retrepó en la silla y suspiró, satisfecho. Era bueno, pero era casi demasiado bueno, y sabia que no podía durar: se sintió ligeramente irritado cuando las palabras zapatos del muerto se insinuaron en su cerebro.
—Confío en que no te importó, pero anoche estaba un poco borracho.
—No me importó en absoluto. Pensé que eras muy dulce.
—¡Dulce! —Andy se rió de sí mismo—. Me han llamado muchas cosas, pero nunca dijeron eso de mí. Al llegar hoy, pensé que estabas enfadada conmigo.
—Estaba ocupada, eso es todo; el apartamento estaba hecho un asco, y tú tenías hambre. Creo que sé lo que necesitas.
Se levantó rápidamente y fue a sentarse en el regazo de Andy, apoyando contra é1 toda su cálida feminidad y rodeándole el cuello con los brazos. Volvió a besarle, con la clase de beso que él recordaba. Descubrió que la blusa de Shirl estaba cerrada por delante con dos botones: los desabrochó, y apretó su rostro contra la suave fragancia de la piel femenina.
—Vamos dentro —dijo Shirl con voz ronca.
Más tarde, Shirl yacía junto a él, relajada y sin sentir vergüenza, mientras los dedos de Andy recorrían el contorno de su espléndido cuerpo. Los ocasionales sonidos que atravesaban la cerrada ventana y las cortinas echadas no hacían más que subrayar la soledad del dormitorio, sumido en una semipenumbra. Cuando Andy besó la comisura de sus labios, Shirl sonrió soñadoramente, con los ojos medio cerrados.
—Shirl… —empezó a decir Andy, pero no pudo continuar. No estaba acostumbrado a expresar sus emociones. Las palabras estaban allí, pero no podía pronunciarlas en voz alta. Sin embargo, sus manos moviéndose sobre la piel de Shirl fueron más elocuentes que todas las palabras; el cuerpo de la joven tembló en respuesta a la caricia, y se acercó más a él. Al hablar, su voz fue un ronco susurro:
—Eres realmente bueno en la cama, distinto… ¿lo sabías? Me haces sentir cosas que nunca había sentido. —los músculos de Andy se endurecieron súbitamente, y Shirl se volvió hacia él—. ¿Te molesta que diga eso? ¿Preferirlas que te dijera que eres el único hombre con el que me he acostado?
—No, desde luego que no. No es nada de mi incumbencia, y no me afecta en absoluto —pero la rigidez de su cuerpo desmentía sus palabras.
Shirl rodó sobre su espalda y contempló las motas de polvo que brillaban en el rayo de luz que penetraba a través de la rendija entre las cortinas.