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—¿Adónde fue?

—Mire, señor, no puedo recordar todos los telegramas que expido. Esta es una oficina con mucho movimiento y, además, no llevamos ningún registro. Los telegramas se reciben, se entregan, se admiten, y eso es todo.

—Lo sé, pero ese telegrama es importante. Quiero que intente recordar a dónde fue enviado. ¿A la Séptima Avenida? ¿A la Calle Veintitrés? ¿Al Parque de Chelsea…?

—Espere, creo que fue ahí. Recuerdo que no quería enviar al chico al Parque de Chelsea, allí no les gustan los muchachos nuevos, quieren a los de siempre, pero no había otro a mano, de modo que tuve que utilizarle a él.

—Ahora estamos llegando a algún lugar —dijo Andy, sacando su cuaderno de notas—. ¿Cómo se llama el muchacho?

—Tenía un nombre chino, naturalmente, pero lo he olvidado. Sólo estuvo aquí un día, y no ha vuelto presentarse.

—¿Qué aspecto tenía, entonces?

—Tenía aspecto de muchacho chino. Entre mis tareas no figura la de recordar el aspecto de los muchachos —la actitud de Burgger volvía a hacerse hostil.

—¿Dónde vive?

—¿Cómo puedo saberlo? Se presentó aquí y demostró que tenía los diez dólares para el depósito que exigimos, es lo único que sé. Entre mis tareas…

—Sí, Burgger, entre sus tareas no parece figurar nada. Volveremos a vernos. Entretanto, trate de recordar qué aspecto tenía el muchacho, quiero algunas respuestas más de usted.

Los muchachos se removieron en el banco cuando Andy se marchó, y Burgger les fulminó con una mirada cargada de odio.

No había sacado gran cosa en limpio, pero Andy estaba contento; al menos tenía algo que contarle a Grassy. Steve Kulozik estaba también en la oficina del teniente cuando Andy entró, y se saludaron el uno al otro.

—¿Cómo marcha el caso? —preguntó Steve.

—Dejen los comentarios para mejor ocasión —gruñó el teniente; lo exacerbado de su tic ocular demostraba que el horno no estaba para bollos—. Espero que haya averiguado algo aprovechable, Rusch; está trabajando en un caso, no de vacaciones, y un montón de peces gordos empiezan a impacientarse.

Andy explicó lo de la alarma desconectada y sus gestiones para localizar a cualquier persona que hubiera visitado el apartamento. Se refirió de un modo somero a los interrogatorios que había llevado a cabo sin obtener ningún dato interesante, hasta que llegó al muchacho de la Western Union: esto lo contó con todo detalle.

—¿Qué conclusiones podemos sacar de todo eso? —preguntó el teniente, con las dos manos entrelazadas sobre su estómago, justo en el lugar donde se encontraba la úlcera.

—El muchacho podría haber estado trabajando para alguien. Los mensajeros de la Western Union tienen que depositar una fianza de diez dólares… ¿y cuántos chicos disponen de esa suma? El muchacho podía haber sido contratado por alguien, tal vez en el Barrio Chino, para que espiara los apartamentos a los cuales llevara telegramas. Dio en la diana la primera vez al ver la alarma desconectada en la puerta del apartamento de Big Mike. Luego, la persona que le contrató realizó el trabajo y cometió el crimen, después de lo cual ambos desaparecieron.

—Parece poco consistente, pero es casi la única pista que ha encontrado usted. ¿Cómo se llama el muchacho?

—Nadie lo sabe.

—¡Por todos los diablos! —exclamó Grassioli—. Se presenta usted con esta fantasiosa teoría condenadaanente retorcida y, ¿a qué demonios conduce si no puede encontrar al muchacho? En esta ciudad hay millones de muchachos: ¿cómo podemos localizar al que nos interesa?

Andy sabia cuándo resultaba conveniente guardar silencio. Steve Kulozik había permanecido apoyado contra la pared, escuchando lo que Andy explicaba.

—¿Puedo decir algo, teniente? —inquirió.

—¿Qué quiere usted ahora?

—He estado pensando en lo que ha contado mi compañero Rusch, y se me han ocurrido algunas ideas. Desde luego, el muchacho podía proceder del Barrio Chino o de cualquier otra parte, pero olvidemos eso. Supongamos que procedía del Barrio de los Barcos, y usted no ignora que esa gente está muy unida, de modo que tal vez la persona que utilizaba al muchacho era otro chino. Una mera suposición.

—¿Qué trata de decir, Kulozik? Explíquese de una maldita vez.

—A eso iba, teniente —dijo Steve con la misma parsimonia—. Supongamos que el muchacho o su jefe proceden del Barrio de los Barcos. En tal caso, podemos tener sus huellas dactilares. Fue antes de mi ingreso en el Cuerpo, pero usted ya había ingresado en él en el setenta y dos, ¿no es cierto, teniente?; cuando llegaron aquí todos los refugiados de Formosa, después de la invasión de la isla por el general Kung…

—En efecto. Entonces era un simple agente de uniforme.

—¿No les tomaron las huellas dactilares a todos, incluidos los niños? ¿Previendo la posibilidad de que algún agente comunista se hubiera introducido entre ellos antes de la evacuación?

—Es un disparo a ciegas —dijo el teniente—. Efectivamente, les tomaron las huellas dactilares a todos, incluidos los niños que nacieron aquí durante los dos primeros años. Tenemos todas esas fichas en el sótano. Era en eso en lo que estaba pensando usted, ¿no es cierto?

—Desde luego. Revisarlas todas y comprobar si las que hay en el arma asesina coinciden con las de alguna de las fichas. Es un disparo a ciegas, como dice usted, pero no se pierde nada probando.

—Ya le ha oído, Rusch —dijo Grassioli, cogiendo un fajo de informes—. Traiga aquí las huellas del arma y vea si puede encontrar algo.

—Si, señor —respondió Andy, y salió de la oficina en compañía de Steve—. Eres un excelente compañero —le dijo a Steve, en cuanto la puerta se hubo cerrado detrás de ellos—. Hoy me interesaba terminar pronto el servicio, y gracias a ti voy a tener que enterrarme en el sótano, y probablemente pasaré allí toda la noche.

—La cosa no está tan mal —dijo Steve maliciosamente—. Yo tuve que utilizar el archivo en una ocasión: todas las huellas están codificadas, de modo que puedan localizarse rápidamente las que se buscan. De buena gana te ayudaría, pero precisamente esta noche tengo invitado a cenar a mi cuñado.

—¿Ese al que odias tanto?

—El mismo. Pero ahora trabaja en un barco pesquero de arrastre, y traerá un pescado que ha robado. Pescado fresco. ¿No se te hace la boca agua?

—Sí; pensando en el mordisco que te daría en la lengua, bocazas. Confío en que se te clave una espina en la garganta.

El archivo no se encontraba en el estado que Steve había descrito. Otros lo habían utilizado desde entonces y aunque había grupos de fichas correctamente archivadas, muchas habían sido consultadas y dejadas en cualquier lugar menos en el que les correspondía. A pesar de que el sótano era un lugar más fresco que el resto del edificio, el aire estaba lleno de un polvo que casi se podía masticar. Andy trabajó hasta las nueve antes de que su cabeza empezara a dar señales de que quería estallar y de que el escozor de sus ojos resultara insoportable. Abandonó el sótano para refrescarse el rostro con un poco de agua y respirar un poco de aire menos contaminado. Por unos instantes vaciló entre terminar la tarea o dejarla para el día siguiente, pero sabía lo que Grassy opinaría sobre la cuestión, de modo que volvió a bajar al sótano.

Eran casi las once cuando encontró la ficha. Estuvo a punto de pasarla por alto debido a que las huellas eran muy pequeñas, las de un niño de muy corta edad, pero luego recordó que los niños crecen, y examinó la ficha con la lente de aumento de plástico rayado.

No cabía la menor duda: aquellas huellas eran las mismas que habían sido encontradas en la ventana y en la llanta de hierro.