Ella se limitó a agitar la cabeza en silencio y contempló fijamente la mesa, con una expresión de infelicidad en el rostro. Andy se inclinó hacia ella y cogió su mano, pero Shirl no pareció darse cuenta ni trató de apartarse.
—A mí tampoco me gusta hablar de esto —dijo Andy—. Estas últimas semanas han sido, bueno… —cambió de tema, no podía expresar todo lo que sentía, no en este momento, tan de repente—. ¿Ha vuelto a molestarte la hermana de O'Brien?
—Se presentó aquí, pero no la dejaron entrar en el edificio. Yo había dicho que no quería verla, y armó un escándalo. Tab me contó que todos los empleados se divirtieron mucho. Me dejó una nota diciendo que vendría mañana, dado que es el último día del mes, para llevárselo todo. Supongo que puede hacerlo. El miércoles es día 1, de modo que a medianoche tengo que estar fuera.
—¿Has pensado dónde… lo que vas a hacer?
Lo dijo de un modo que sonó envarado e impersonal, pero no pudo evitarlo. Shirl vaciló, y luego agitó negativamente la cabeza.
—No he pensado en ello en absoluto —dijo—. Contigo aquí era como si estuviera de vacaciones, y he ido aplazando de un día para otro el momento de las preocupaciones.
—¡Han sido unas vacaciones, desde luego! Espero que no habrá quedado ni una gota de cerveza ni de licor para la Señora Dragón.
—¡Ni una sola gota!
Rieron juntos.
—Nos hemos bebido una fortuna —dijo Andy—. Pero no me arrepiento. ¿Qué me dices de la comida?
—Sólo quedan una galletas… y unas cuantas cosas para preparar una buena cena. Tengo tilapia en el refrigerador. Tenía la esperanza de que podríamos cenar juntos, en una especie de fiesta de despedida…
—Podemos hacerlo, si no te importa cenar un poco tarde. Podría ser incluso a medianoche.
—Por mi, estupendo; será más divertido así.
Cuando Shirl era feliz lo expresaba con todas y cada una de las partículas de su cuerpo. Andy tuvo que sonreír cuando ella lo hizo. Nuevos resplandores brillaron en sus cabellos, como si la felicidad fuera una sustancia que fluía a través de ella e irradiaba en todas direcciones. Andy se sintió envuelto en aquel efluvio, y supo que si no se lo preguntaba ahora nunca sería capaz de hacerlo.
—Escucha, Shirl… —cogió sus dos manos, y el calor que le transmitieron le ayudó mucho—. ¿Quieres venir conmigo? Puedes quedarte donde yo vivo. No hay mucho espacio, pero yo no estoy en casa demasiado tiempo para importunar. Podrías quedarte allí hasta que quisieras. —Shirl empezó a decir algo, pero Andy la obligó a callar poniéndole un dedo en los labios—. Espera un momento antes de contestar. No hay ningún compromiso. Sería algo provisional… hasta que tú quisieras. No tiene comparación con el Parque de Chelsea, es la mitad de un cuarto, y…
—¿Quieres callarte de una vez? —rió Shirl—. Hace un siglo que trato de decir sí, y pareces empeñado en disuadirme de ello.
—¿Qué…?
—Lo único que deseo en este mundo es ser feliz, y he sido más feliz estas últimas semanas contigo que en toda mi vida anterior. Y no puedes asustarme con tu apartamento: tendrías que ver dónde vivía mi padre, y estuve allí hasta los diecinueve años.
Andy logró pasar al otro lado de la mesa sin derribarla, y estrechó a Shirl contra su pecho.
—Tengo que estar en la comisaría dentro de quince minutos —se lamentó—. Pero espérame aquí, llegaré en cualquier momento pasadas las seis, aunque seguramente será muy tarde. Cenaremos, y después trasladaremos tus cosas. ¿Abultarán mucho?
—Todo cabe en tres maletas.
—Estupendo. Las llevaremos nosotros mismos, o utilizaremos un taxi. Tengo que marcharme. —su voz cambió convirtiéndose casi en un susurro—. Dame un beso.
Shirl le besó, apasionadamente, compartiendo sus sentimientos.
Le costó un heroico esfuerzo marcharse, y antes de hacerlo pensó en todas las excusas posibles que podría dar para llegar tarde, pero supo que ninguna de ellas convencería al teniente.
Cuando llegó a la planta baja oyó el ruido de la torta y vio al portero, a Tab y a cuatro de los guardianes parados alrededor de la puerta principal, mirando a la calle. Al acercarse, le abrieron paso.
—Fíjese en eso —dijo Charlie—. Eso cambiará las cosas.
El otro lado de la calle era casi invisible debido a la cortina de agua que estaba cayendo. Azotaba los tejados las aceras, y las alcantarillas estaban llenas ya con un torrente impetuoso cargado de escombros. Los adultos buscaban protección en los umbrales y zaguanes, pero los niños veían aquello como una fiesta y estaban corriendo y gritando, sentándose en los bordillos y chapoteando en la sucia corriente.
—La tormenta no tardará en bloquear las cloacas, y el agua alcanzará medio metro de altura. Algunos de esos niños se ahogarán —dijo Charlie.
—Ocurre cada vez —asintió Newton, el guardián del edificio, con morbosa satisfacción—. Los pequeños son arrastrados por el agua y nadie se entera hasta que ha dejado de llover.
—¿Puedo hablar un momento con usted, por favor? —dijo Tab, tocando a Andy en un brazo y apartándose a un lado.
Andy le siguió, encogiéndose de hombros bajo los pegajosos pliegues de su impermeable.
—Mañana será treinta y uno —dijo Tab, simplemente.
—Supongo que tendrá que buscarse otro empleo —dijo Andy— pensando en Shirl y en la lluvia que azotaba la calle.
—No me refiero a eso —dijo Tab, y mientras hablaba se giró para mirar a través de los cristales de la puerta— Se trata de Shirl. Mañana tiene que abandonar el apartamento. Me he enterado de que ese espantapájaros de hermana de O'Brien ha alquilado un remolque para llevarse todos los muebles a primera hora de la mañana. Me gustaría saber qué es lo que va a hacer Shirl.
Tab tenía los brazos cruzados sobre el pecho y miraba caer la lluvia con la impasibilidad de una estatua.
No es asunto suyo, pensó Andy. Pero él la conoce desde hace mucho más tiempo que yo.
—¿Está usted casado, Tab? —preguntó en voz alta.
Tab le miró por el rabillo del ojo y resopló.
—Casado, felizmente casado y padre de tres hijos, y no cambiaría de estado aunque me ofrecieran una de esas reinas de la televisión con los ojos tan grandes como bocas de riego contra incendios. —Miró a Andy a la cara y sonrió—. No hay nada que pueda ser motivo de preocupación para usted. La chica me es simpática. Es una buena chica, eso es todo. Y estoy preocupado por lo que va a ser de ella.
Andy pensó que no estaba obligado a guardar en secreto algo que tarde o temprano se sabría.
—Shirl se hospedará en mi casa —dijo—. Esta noche vendré a ayudarla a trasladarse. —Miró a Tab, que asintió muy serio.
—Esa es una buena noticia. Me alegro mucho. Y espero que todo salga bien, de veras.
Se volvió de espaldas para contemplar la lluvia, y Andy consultó su reloj, vio que eran casi las ocho, y se marchó apresuradamente. En la calle, el aire era fresco, más fresco que en el vestíbulo, la temperatura había bajado al menos diez grados desde que empezó a llover. Tal vez esto era el final de la ola de calor; desde luego, ya había durado bastante. En el foso había unos cuantos centímetros de agua, y antes de haber cruzado el puente levadizo hasta la calle, Andy notó que sus zapatos se llenaban de agua; las perneras de sus pantalones se estaban empapando, y sus cabellos se pegaban a su cabeza. Pero el aire era fresco y no le importó, y ni siquiera el pensar en el perpetuamente enojado Grassioli le preocupó demasiado.
Llovió el resto del día, el cual en todos los demás aspectos fue igual que cualquier otro día. Grassioli le llamó la atención dos veces personalmente, y le incluyó en un rapapolvo general a toda la brigada. Investigó dos atracos, y otro asalto a mano armada que no tardaría en convertirse en homicidio o asesinato, dado que la víctima no tardaría en morir a causa de una puñalada en el pecho. Había más trabajo amontonado del que la brigada podía atender en un mes, y continuamente llegaban nuevas denuncias. Tal como esperaba, Andy no pudo marcharse a las seis, pero alrededor de las nueve una llamada telefónica hizo que el teniente tuviera que salir, y todos los agentes que habían permanecido de servicio desde las ocho de la mañana —a pesar de las amenazas y advertencias de Grassioli antes de marcharse— habían desaparecido diez minutos después. La lluvia seguía cayendo, aunque con menos intensidad, y el aire era mucho más fresco después de semanas enteras de agobiante calor. Mientras andaba a lo largo de la Séptima Avenida, Andy se dio cuenta de que las calles estaban casi vacías, por primera vez aquel verano. Unas cuantas personas circulaban bajo la lluvia, y había formas oscuras apretujadas en todos los zaguanes, pero las aceras y las calles estaban extrañamente solitarias. Subir la escalera de su inmueble resultó algo peor que de costumbre, ya que la gente que normalmente llenaba la acera delante de la casa se habían refugiado dentro del portal, y algunos incluso dormían tumbados sobre los peldaños. Se abrió paso entre ellos, pisando a los más recalcitrantes e ignorando sus maldiciones. Esto era un indicio de lo que sucedería en otoño, a menos de que el propietario del inmueble contratara guardaespaldas para mantener el portal despejado. Lo cual tampoco sería una solución a fin de cuentas, ya que el número de intrusos era cada día mayor, y se limitarían a regresar cuando los guardianes se marcharan.