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—Eliminaré un poco de grasa de mis caderas —dijo—. Dejaré las latas vacías y entretanto usted puede guardar mi turno en la cola.

La cola era ahora un poco más larga, pero no había nada raro en ello, ya que esta era la hora en la que la mayoría de la gente acudía a aprovisionarse de agua, dado que el punto cerraba a mediodía.

—Por lo visto está usted muy sediento, abuelo —dijo el patrullero de servicio cuando alcanzaron de nuevo los primeros puestos de la cola—. ¿No ha estado ya aquí antes?

—¿Qué pasa contigo? —rezongó Sol, encarándose con patrullero—. ¿Acaso ahora te pagan para que cuentes las latas de agua que me llevo? Tal vez me guste tomar un baño de vez en cuando para no apestar como algunos individuos que podría mencionar, aunque no voy a hacerlo.

—Tómeselo con calma, abuelo.

—Yo no soy tu abuelo, shmok, puesto que todavía no me he suicidado, cosa que habría hecho si lo fuera. Parece que, de repente, los polizontes se dedican a controlar el agua que la gente necesita.

El patrullero se apartó prudentemente cosa de metro y medio y se volvió de espaldas.

Sol llenó las latas, sin dejar de gruñir, y cuando hubo terminado Shirl le ayudó a transportarlas unos pasos más allá para enroscar los tapones. Apenas habían terminado de hacerlo cuando se presentó un sargento montado en una petardeante motocicleta.

—Cierre este punto —le ordenó al patrullero—. Por hoy se ha terminado el agua.

Las mujeres que aguardaban en la cola para llenar sus recipientes empezaron a gritar y a empujarse unas a otras sin miramientos, tratando de conseguir un poco de agua antes de que el punto se cerrara. Abriéndose paso trabajosamente entre la vociferante multitud, el patrullero logró acercar su mano a la manija de la válvula de cierre. Antes incluso de que llegara a tocarla, el chorro de agua que manaba por el grifo empezó a adelgazar, hasta que finalmente se interrumpió del todo.

El patrullero miró al sargento.

—Si, ese es el problema —dijo el sargento, contestando a la muda pregunta de su subordinado—. Hay una… Al parecer se ha roto una cañería, y ha sido preciso cerrar el agua a fin de repararla. Mañana estará arreglada. Acabemos con esto de una vez.

Sol miró a Shirl en silencio mientras recogían las latas y empezaban a alejarse del punto de agua. Ninguno de los dos había dejado de percibir la vacilación en voz del sargento. Sin duda alguna, se trataba de algo más que de una tubería rota. Subieron lentamente la escalera cargados con los recipientes, procurando no derramar una sola gota.

XIV

Aunque los polizontes sabían quién era y andaban tras él, la suerte estaba de su parte… eso era lo que Billy Chung se decía continuamente a sí mismo. A veces lo olvidaba por unos instantes, y volvían los temblores, y tenía que empezar a pensar de nuevo en lo de la suerte. Los polizontes habían llegado cuando él estaba fuera del apartamento… ¿no era eso suerte? Y él había escapado sin ser visto, eso también era suerte. ¿Qué había tenido que dejarlo todo detrás? Se había puesto su pantalón corto, y precisamente el día anterior había cosido todo su dinero al pantalón, porque tenía miedo de perderlo si lo guardaba en el calzado. Tenía el dinero, y el dinero era lo único que realmente se necesitaba. Había corrido, pero pensando en lo que hacía y dirigiéndose en primer lugar al mercado de la Plaza Madison para despertar a uno de los tipos que dormían debajo de su tenderete y comprarse unas sandalias. Luego se dirigió hacia la parte baja de la ciudad, alejándose del distrito, andando con rapidez. Cuando abrieron los puntos de agua se había lavado un poco, luego compró una camisa usada en otro tenderete, y unas galletas, y se las comió mientras andaba. Todavía era temprano cuando llegó al Barrio Chino, pero las calles estaban ya llenándose de gente, y lo único que tuvo que hacer fue encontrar un lugar despejado con una pared, enroscarse y echarse a dormir.

Cuando despertó supo que no podía quedarse aquí, este sería el primer lugar que los polizontes recorrerían. Tenía que marcharse. Algunos de los residentes de la calle empezaban ya a dirigirle miradas suspicaces y Billy sabía que no tardarían ni un minuto en señalarle a los Detectives si se presentaban por aquí. En cierta ocasión había oído decir que en East Side vivían algunos chinos, y tomó aquella dirección. Si se quedaba demasiado tiempo en cualquier parte llamaría la atención, y mientras hiciera tanto calor el dormir no sería un problema. Al principio no había sido un plan consciente, pero al cabo de unos días descubrió que si se movía de un lado a otro mientras las calles estaban atestadas nadie le prestaba la menor atención, e incluso podía dormir durante el día, y también un poco por la noche si podía encontrar un lugar tranquilo. Nadie se fijaría en él mientras se detuviera en algún lugar en el que vivieran otros chinos. Se trasladaba de un lugar a otro y esto le mantenía ocupado, no dejándole demasiado tiempo para preocuparse por lo que iba a sucederle. Mientras tuviera dinero todo iría bien. Y luego… No le gustaba pensar en lo que sucedería luego, de modo que no lo hacía.

La tormenta le obligó a decidir que tenía que encontrar un lugar para ocultarse. Le había cogido de lleno y quedó empapado y al principio no resultaba desagradable, pero sólo al principio. Junto con otros millares de personas sin hogar había buscado protección debajo de las altas calzadas del Puente Williamsburg, y ni siquiera allí se estaba completamente a salvo debido a las rachas de viento que empujaban lateralmente la cortina de lluvia. Pasó toda la noche sin dormir, mojado y frío, y por la mañana trepó por la escalera hasta el puente en busca del sol. Delante de él la calzada se extendía sobre el río, y echó a andar a lo largo de ella para entrar en calor, cara al sol naciente. Nunca había subido a una altura semejante, y era algo completamente nuevo para él contemplar el río y la ciudad desde tan alto. Un carguero nuclear de color gris navegaba lentamente río arriba, y todo el tráfico de embarcaciones a vela y a remo lo dejaba atrás. Cuando miró hacia abajo, Billy tuvo que agarrarse fuertemente a la barandilla.

No tardó en darse cuenta de que estaba saliendo de Manhattan —por primera vez en su vida—, y de que lo único que tenía que hacer era mantenerse en movimiento y la policía no le encontraría nunca. Brooklyn se extendía delante de él, una dentada pared de extraños perfiles contra el cielo, un lugar aterrador y completamente nuevo. No sabía nada acerca de él… pero podía descubrirlo. A la policía no se le ocurriría la idea de buscarle tan lejos, ni en un centenar de años.

Una vez cruzado el puente, el temor de Billy fue diluyéndose: esto era igual que Manhattan, y lo único diferente eran las personas y las calles. Sus ropas estaban secas ahora y se sentía perfectamente, excepto que estaba cansado y tenía mucho sueño. Las calles se prolongaban interminablemente, ruidosas y atestadas de gente, y Billy avanzó al azar hasta que llegó a una alta pared que se extendía a lo largo de uno de los lados de la calzada y que parecía no tener fin. La siguió, preguntándose qué habría al otro lado, hasta que alcanzó una cerrada verja de hierro protegida en su parte superior por un herrumbroso alambre de espino a fin de que nadie pudiera trepar por ella. ARSENAL DE BROOKLYN — PROHIBIDO EL PASO, advertía un estropeado letrero. A través de los barrotes de la verja Billy podía ver un paisaje de edificios cerrados, cobertizos vacíos, montañas de hierros oxidados; piezas de barcos, colinas quebradas de hormigón y cascotes. Un tripudo guardián con uniforme gris paseaba por el interior: llevaba un pesado bastón, casi una y miró suspicazmente a Billy, que se apartó de la verja y echó a andar.