—Suelta eso que llevas en la mano —dijo el hombre con una voz que era poco más que un susurro. Extendió un largo brazo y golpeó el suelo con un trozo de tubería. Billy le miró con los ojos muy abiertos, y le dolió el costado. Dejó caer el trozo de hormigón—. Eso es muy juicioso por tu parte —añadió el hombre—, muy juicioso.
Se puso en pie torpemente, desplegándose como un metro de carpintero, un hombre alto, increíblemente delgado y con unos brazos semejantes a patas de araña. Cuando quedó iluminado por un rayo de sol, Billy vio que la piel estaba muy tensa a través de sus pómulos y de su cráneo casi calvo, en tanto que sus labios se retraían para dejar al descubierto unos largos dientes amarillos. Sus ojos eran redondos como los de un niño y de un azul tan desvaído que parecían casi transparentes. No vacíos, sino más como ventanas para mirar a través de ellas… sin que pudiera verse nada al otro lado. Y seguía mirando fijamente a Billy, haciendo oscilar lentamente el trozo de tubería, sin decir nada, con los labios contraídos en una expresión que podría haber sido una sonrisa, pero que podría ser también otra cosa muy distinta.
Cuando Billy retrocedió lentamente un paso en dirección al umbral de la puerta, el extremo de la tubería se apoyó en su pecho y le detuvo.
—¿Qué buscas aquí? —preguntó el susurro.
—No busco nada, estaba…
—¿Qué es lo que quieres?
—Sólo trataba de encontrar un sitio para tumbarme; estoy cansado, no deseo crear ningún problema.
—¿Cómo te llamas? —susurró la voz, en tanto que los ojos no se movían ni parpadeaban.
—Billy…
¿Por qué había contestado tan aprisa? Billy se mordió el labio: ¿por qué había dado su verdadero nombre?
—¿Tienes algo para comer, Billy?
Empezó a mentir, pero cambió de idea. Buscó en el interior de su camisa.
—Bueno, tengo unas cuantas galletas. ¿Quiere alguna? Están un poco estropeadas.
La tubería cayó y rodó por el suelo mientras el hombre avanzaba con las dos manos extendidas ante él en forma de copa, dominando a Billy con su elevada estatura.
—«Arroja tu pan sobre las aguas: ya que lo encontrarás después de muchos días». ¿Sabes de dónde es eso? —preguntó.
—No… no lo sé —tartamudeó Billy, dejando caer las galletas en las manos extendidas.
—No creí que lo supieras —se quejó el hombre, y luego volvió a sentarse con la espalda apoyada en la pared en el mismo lugar de antes. Empezó a comer con movimientos casi automáticos—. Eres un pagano, supongo, un pagano amarillo, aunque eso no importa. Ello te afecta como al resto de Sus criaturas. Deseas dormir, dormir. Este lugar es suficientemente espacioso para dos.
—Puedo marcharme, usted ya estaba aquí.
—Me tienes miedo, ¿no es cierto? —Billy apartó los ojos de la impasible mirada, y el hombre asintió—. No deberías tenerlo, ya que estamos acercándonos al final de todos los temores. ¿Sabes lo que significa eso? ¿Conoces el significado de este año?
Billy se sentó en silencio. No sabía qué contestar. El hombre terminó la última de las migajas, se frotó las manos contra sus sucios pantalones y suspiró pesadamente.
—Es posible que no lo sepas —dijo—. Ahora duerme, aquí puedes hacerlo tranquilamente. Nadie vendrá a molestarte, en nuestra comunidad tenemos normas estrictas de propiedad. Habitualmente, los que las infringen son forasteros, como tú, aunque los otros también lo harían si creyeran que merecía la pena. Pero no vendrán aquí, saben que no poseo nada que pueda despertar su codicia. Puedes dormir en paz.
Parecía imposible pensar siquiera en dormir, a pesar de lo cansado que estaba, con aquel hombre extraño contemplándole. Billy se apoyó contra la pared en un rincón, con los ojos muy abiertos y vigilantes, preguntándose qué haría a continuación. El hombre murmuró algo para sí mismo y se rascó las costillas en el interior de su camisa casi transparente a fuerza de usada. Un agudo zumbido resonó junto a la oreja de Billy, que aplastó al mosquito. Otro le picó en la pierna y Billy se rascó allí. Este lugar parecía infestado de mosquitos. ¿Qué podía hacer? ¿Intentar marcharse?
Con un repentino sobresalto comprobó que había estado durmiendo y que el sol estaba bajo en el Oeste, penetrando casi directamente a través del umbral de la puerta. Se incorporó y miró a su alrededor, pero la camareta estaba vacía. El costado le dolía terriblemente.
El sonido metálico y repiqueteante llegó de nuevo a sus oídos, y se dio cuenta de que esto era lo que le había despertado. Procedía del exterior. Avanzó tan silenciosamente como pudo hasta el umbral y miró hacia abajo. El hombre estaba trepando hacia él, y el trozo de tubería que llevaba en una mano golpeaba el metal produciendo el ruido que le había importunado. Billy retrocedió mientras el hombre arrojaba la tubería delante de él antes de entrar en la camareta.
—Hoy no han abierto los puntos de agua —dijo, tendiendo hacia Billy una vieja y abollada lata de pintura que había traído—. Pero he encontrado un lugar en el que aún quedaba agua de la lluvia de ayer. ¿Quieres un poco?
Billy asintió, consciente de pronto de la sequedad de su garganta, y cogió la lata. Estaba llena hasta la mitad de agua clara a través de la cual podía verse la costra de pintura verde. El agua era muy fresca.
—Bebe más —dijo el hombre—. Yo ya he bebido allí.
Billy no se hizo de rogar.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre cuando Billy le devolvió la lata.
¿Era una trampa? El desconocido tenía que recordar su nombre, y no se atrevió a darle uno distinto.
—Billy —dijo.
—Puedes llamarme Peter. Y puedes quedarte aquí, si quieres.
El hombre se alejó con la lata y pareció olvidar el trozo de tubería. Billy lo miró suspicazmente, sin estar seguro del terreno que pisaba.
—Ha dejado usted su tubería aquí —dijo.
—Recógela, por favor. No conviene dejarla tirada. Pónla ahí —dijo, cuando Billy se disponía a entregársela— Creo que tengo otro trozo igual en alguna parte, puedes llevarte esta cuando salgas de aquí. Algunos de nuestros vecinos pueden ser peligrosos.
—¿Los guardianes?
—No, los guardianes no son de temer. Su empleo es una bicoca y no tiene más deseos de molestarnos que nosotros de molestarles a ellos. Mientras no nos vean no estamos aquí, de modo que lo único que hay que hacer es mantenerse lejos de su vista. Descubrirás que no extreman su vigilancia. Si pueden cobrar su paga sin exponerse a ningún peligro, ¿por qué tendrían que hacerlo? Son unos hombres juiciosos. Todo lo que había aquí de algún valor desapareció hace muchos años. Y los guardianes continúan en sus puestos sólo porque nadie ha decidido lo que había que hacer con este lugar, y la solución más fácil es la de olvidarse de él. Los guardianes son símbolos vivientes del estado de putrefacción de nuestra cultura, del mismo modo que este lugar es un símbolo mucho más importante, y por eso estoy aquí. —El hombre entrelazó sus manos alrededor de sus espinillas y se inclinó hacia adelante, apoyando su huesuda barbilla sobre sus rodillas—. ¿Sabes cuántas entradas tiene este lugar?
Billy agitó negativamente la cabeza, preguntándose de qué estaba hablando Peter.
—Entonces voy a decírtelo: hay ocho… y sólo una de ellas está abierta y es utilizada por los guardianes. Las otras están cerradas y selladas, siete sellos. ¿Significa eso algo para ti? No, ya veo que no. Pero hay otras señales, algunas ocultas, algunas visibles para cualquier ojo. Y llegarán más, y nos serán reveladas una a una. Algunas han estado escritas durante siglos, tales como la gran meretriz llamada Babilonia que nunca fue Roma, como muchos creyeron. ¿Conoces el nombre de esta Ciudad?